
Los sonidos del silencio
Cai, de remera y pantuflas, camina de un lado al otro como en un ejercicio rítmico. Desde hace tres horas prepara en silencio la tela para el momento de la explosión. Se diría, por la actitud de recogimiento, que la preparación es parte de un ritual colectivo. Somos parte de la obra y él lo sabe. Lo son también los estudiantes que participan en la puesta, Santiago Porter que registra la escena con paciencia oriental y los movimientos cautos del maestro chino entrenado en el milenario arte de pintar con pólvora.
Como en una danza sincronizada, distribuye el material sobre la tela y luego aplica el papel graso sellado con cartones y ladrillos cortados a mano. El tiempo es determinante del desplazamiento y de la acción. Los colaboradores, vestidos de blanco, recortan las figuras y al hacerlo atrapan el abrazo de la pareja en la composición tanguera firmada por Garófalo. Cai se ajusta al nuevo paradigma: la obra es el resultado final, pero también su realización. En el galpón de la calle Pinzón ensaya y produce al mismo tiempo, en un ejercicio equidistante de las telas del alquimista Sigmar Polke y de las pinturas rupestres del Cerro Colorado. ¿Cómo no recordar a Tomás Espina? Debutó en 2001 con sus pinturas de pólvora, radiografía de la violencia de los días de furia que siguieron a la caída de Fernando de la Rúa. En su debut, Tomás fue presentado por Alberto Sendrós, que mañana celebrará junto con Adriana Rosenberg un nuevo hito de Proa y la apertura de Prisma, su espacio en el Distrito de las Artes, con la primera becaria: Catalina León.
Pero volvamos a Cai. Han pasado más de cinco horas y se acerca el momento de la metamorfosis. El artista habla en chino a una asistente que lo traduce al inglés a otra que lo traduce al español. El azar y el comportamiento de los materiales serán determinantes del resultado final, inesperado y bellísimo. Luego de la explosión emergen una figuras que danzan sobre un fondo esfumado, entre lagartos, pumas y animales salvajes traídos del norte argentino. Bitácora del viajero llegado de mundos lejanos. Como en una estampa japonesa o en la caligrafía china, los blancos tienen el mismo protagonismo y espesor que el trazo de la pólvora. Los sonidos del silencio pintaron en la tarde de La Boca perfiles misteriosos recortados en el aire.





