Mapas de lo nuevo
La cuestionada idea de una verdad absoluta vuelve a encontrar detractores en la Fundación Proa, donde las muestras actuales invitan a reflexionar sobre el tiempo, el espacio y la realidad desde múltiples perspectivas
Veinticinco siglos después de Platón, ¿la verdad le dice algo valioso a nuestra época? No: para nuestra cultura, el mundo ya no es algo dado a priori e inmodificable, sino que es un proceso de constante transformación. La filosofía pragmática anglosajona y la francesa post-estructuralista -inspiradas, ambas, por Nietzsche- postulaban que la verdad puede ser tomada en serio sólo cuando dejamos de lado que es un relato ilusorio. En la ciudad utópica que Platón diseñó en su libro La república se expulsaba a los poetas porque se los consideraba subversivos, incapaces de someterse a lo "verdadero" e "inmutable". Esa resistencia del artista "a lo verdadero" se ha vuelto masiva en la cultura contemporánea.
Las muestras con las que Proa inaugura el año del Bicentenario son una puesta en escena de esa potencia del arte actual: el desmantelamiento completo de la idea de verdad y la creación de nuevos mapas -necesariamente parciales y hasta contradictorios-, capaces de señalar caminos a nuestro devenir mutante.
La muestra Otras voces, curada por Florencia Malbrán, presenta dos obras muy diferentes que reflexionan sobre la densidad de los conceptos de tiempo y espacio, recurriendo a lo arquitectónico, lo cinematográfico y, sobre todo, a (la elusión de) lo literario. La obra del uruguayo Alejandro Cesarco Marguerite Duras´ India Song es un diálogo imposible con la famosa obra de Marguerite Duras. En ese film, Duras puso en práctica el relato por medio de "voces externas", que no provienen de los personajes del film. Cesarco lleva ese procedimiento al extremo: editó el film de Duras para dejar sólo los ambientes y los objetos. Todo es evocación: lo único que sucede es el espacio, como escenario de un tiempo imposible. A la vez, una voz externa reflexiona en off. Como la nueva edición se proyecta simultáneamente en dos pantallas, la dislocación del relato se acentúa. A esta cita de citas se le agrega una voz parásita extra: la de un texto de Daniel Link, en la que otras voces hablan a partir del film. Este texto también se presenta en inglés, aunque sin los subtítulos que tiene la película.
La otra obra de esta sección fue realizada por el mexicano Jorge Méndez Blake y presenta un espejado laberinto borgeano que refleja una pintura en la pared opuesta; esto da la idea de los fragmentos de una biblioteca tan infinita como formal, sin otra sustancia que su imagen: el ideal actual de un libro sin contenido. Para muchos artistas, la literatura parece haberse transformado en una cita sin sentido, sin referencia, sin sustancia: lo que no se lee.
En otra sala, curada por Beatrice Merz, se presentan dos obras de Luisa Rabbia que indagan -a través de un mural y un video- sobre el "viaje en el tiempo" como un eterno presente sin sucesión. El relato fílmico parte de una selección de imágenes de viajes exóticos y de diversas épocas, fundidos en un continuum que une todo en un imaginario retrofuturista. En el mural, Rabbia parte de la imagen de un electrocardiograma que le hicieron a su padre un par de años antes de morir, cuando aún "todo estaba bien".
Estas obras se acompañan con una instalación realizada por la argentina Alejandra Seeber, que también reflexiona sobre el tiempo a través de las marcas que dejan en una pared los retazos de empapelados y pinturas: permiten leer, como en un palimpsesto 3D, la cohabitación fantasmal de diversos personajes en una misma sala. Como en la obra de Cesarco con el archivo de Duras o en la de Méndez Blake con las metáforas de Borges, el congelado viaje en el tiempo de Rabbia y Seeber se repliega en un instante perpetuo, absolutamente denso. Es una conciencia que sueña moverse, pero está encerrada en su eterno presente, rediseñando siempre un pasado imaginario.
Hay otras muestras en Proa. Grafías visualmente poéticas, de Mirta Dermisache, en la librería. En la terraza dos obras, muy diferentes pero ambas muy inteligentes y exquisitas: instrumentos ópticos con los que Esteban Pastorino nos invita a ver lo real transformado por la intermediación del cristal, el instrumento y el punto de vista, y un mural y una instalación de Elba Bairon que juega, a partir de un muy sensual y despojado dibujo de historieta, con las metáforas de la comida: vivir para acabar en un plato. En la planta baja se despliegan varios videos que forman parte de la segunda edición de Art in the Auditorium; entre ellos, se proyecta una obra de Charly Nijensohn realizada especialmente para esta exhibición.
El recorrido total demanda tiempo. Además, exige un espectador dispuesto a enfrentarse con la diversidad desbordada que es hoy el arte contemporáneo: esa variedad de proyectos -que a veces dialogan entre ellos y otras marchan por caminos tan distantes que parecen enfrentados- es uno de los bordes visibles del enorme mapa de nuestra época.
FICHA.