Murió Jorge Helft, gran coleccionista y referente de la gestión cultural en la Argentina
Tenía 90 años y atravesaba un proceso de debilitamiento progresivo; vivía en la localidad francesa de Trouville-sur-Mer con su segunda mujer, la soprano francesa Sylvie Robert
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Ya presentía el final. “Esta es la última vez que venís”, le anticipó a su hijo Daniel en diciembre el coleccionista Jorge Helft, referente en la Argentina de la gestión cultural durante décadas, cuando recibió su visita en la localidad francesa de Trouville-sur-Mer. Allí vivió en los últimos años con su segunda mujer, la soprano francesa Sylvie Robert, hasta hace una horas, cuando falleció a los 90 años tras un debilitamiento progresivo. “Se apagó con la vejez”, confirmó a LA NACION Daniel Helft, periodista y uno de los tres hijos que Jorge tuvo con Marion Eppinger.

El matrimonio con Marion fue célebre en la escena porteña por haber formado una de las principales colecciones de arte del país, cuya escena cultural fomentó desde la Fundación San Telmo. Allí organizaron casi un centenar de muestras, con entrada gratis, entre 1980 y 1993. Pero además reunieron uno de los acervos más importantes del mundo sobre la vida y obra de Jorge Luis Borges, que actualmente se conserva en la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos. Helft se destacó además por su labor en las fundaciones Antorchas y Teatro Colón, representó al país en la comisión directiva del Consejo Internacional de Museos (ICOM) y curó dos envíos argentinos a la Bienal de San Pablo a mediados de la década de 1990.
“Hemos construido juntos la colección y hasta el final hemos colaborado en su mantenimiento. Ahora se conserva entre Buenos Aires y París”, dijo Eppinger a LA NACION. “Hasta siempre queridísimo Jorge Helft. Tantos recuerdos y tantas historias compartidas, toda una vida”, publicó por su parte desde su cuenta de Instagram Guillermo Kuitca, uno de los artistas más consagrados del país, que tuvo un gran apoyo del coleccionista en los comienzos de la década de 1980 y actualmente exhibe su segunda muestra en Malba.

Hijo y nieto de anticuarios, nacido en París en 1934, Helft comenzó a recopilar estampillas a los seis años, ya convertido en un inmigrante que se había visto forzado por la guerra a dejar su hogar y cruzar el océano. Siguieron los autógrafos, desde los doce; después, los discos y programas de óperas y conciertos musicales. Y en la década de 1950, cuando rondaba los veinte, su interés por invertir en arte y en libros. “Tenía una obsesión y dedicación absoluta por las artes visuales y la música clásica –recuerda Daniel-. El 90% de su foco estaba puesto en esas dos pasiones, con una mirada extremadamente fina y abierta”.
Esa forma desprejuiciada de mirar la heredó de su padre, Jacques, especialista en platería francesa del siglo XVIII, quien sabía apreciar también el arte moderno y contemporáneo. Pablo Picasso fue representado hasta que comenzó la guerra por su tío Paul, con quien Jacques llegó a tener una galería de arte contemporáneo en Londres.

Helft se encontraba de vacaciones de verano en Deauville en 1939, cuando la familia inició una odisea para huir de la ocupación nazi. Con apoyo del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que les facilitó la visa, en 1940 lograron embarcarse a Estados Unidos. Siete años más tarde volvieron a mudarse, esta vez a Buenos Aires, donde los esperaba un pariente recién llegado de Europa. La casa familiar porteña, un petit hôtel de la calle Guido al 1600, se convirtió entonces en centro de reunión de la elite local, frecuentada por grandes coleccionistas como los Blaquier y los Santamarina. Eso contó a LA NACION en 2023, cuando se publicó en España Recuerdos de un coleccionista de arte, libro basado en entrevistas con Magalí Saleme y publicado por la editorial Senda florida.

Su curiosidad y sus ganas de aprender se habían manifestado desde muy temprano. Tenía diecinueve años cuando se acercó al Palazzo Venier dei Leoni, en Venecia. Allí vivía Peggy Guggenheim, una de las mecenas más importantes del siglo XX. Creyó que era una empleada rumbo al mercado la señora que salía con una bolsa en mano, y le preguntó por la dueña de casa. Ella, a su vez, quiso saber por qué la buscaba.
“Le conté que era un interesado en arte, que mi tío Paul Rosenberg había sido galerista y mis padres eran amigos de Picasso, Braque, Matisse y, por lo tanto, sabía que en esa casa se guardaban algunas de las más grandes maravillas del arte contemporáneo”, relató Helft en el libro sobre su historia. Para su sorpresa, la mujer respondió: “Yo soy Peggy Guggenheim. En este momento debo salir, pero podés entrar y mirar las esculturas que hay en el jardín y vas a encontrar la puerta de la casa abierta. Cuando entres, verás a tu izquierda el living y el comedor. No te pierdas las obras del pasillo, luego pasá a mi dormitorio y no dejes de ver mi cama, que la hizo Calder”. También le pidió que, cuando terminara su visita, le diera un golpe fuerte a la puerta principal para que se cerrara bien.

Jubilado de la empresa textil Vesuvio desde los 48 años, invirtió en arte la herencia que recibió de su madre. Llegó a reunir cientos de obras de artistas consagrados como Christo, Niki de Saint Phalle, Claes Oldenburg, Robert Rauschenberg, Andy Warhol, Roy Lichtenstein, Louise Bourgeois, Joseph Beuys, Lucio Fontana, Michelangelo Pistoletto, Eugenio Dittborn, Cildo Meireles, Waltércio Caldas, Tunga, Luis Camnitzer, Liliana Porter, Antonio Berni, Xul Solar, Jorge de la Vega, Luis Felipe Noé, Grete Stern y Víctor Grippo, por citar algunos.
La pasión por el legado de Marcel Duchamp no sólo llevó a Helft a adquirir varias de sus obras, a conocer a su familia y amigos y a dar charlas sobre el tema en varios idiomas, sino también a codirigir un ambicioso proyecto: la primera muestra individual del artista francés en América Latina, con la cual Fundación Proa inauguró en 2008 su nueva sede ampliada en La Boca. En el mismo espacio se exhibió en 2022 una retrospectiva dedicada a Christo y Jeanne-Claude –a quienes conoció y apoyó con compras–, también impulsada por él. Apenas dos de las 160 exposiciones que ideó y coordinó en ocho países, incluida la primera dedicada a Picasso en Uruguay.

Entre 1968 y 1985 vivió con Eppinger y sus hijos -Nicolás, Miguel y Daniel- en un piso de 450 m2 sobre la Avenida del Libertador, donde colgaban un enorme cuadro de Ary Brizzi sobre el piano, un móvil de Julio Le Parc y dos paneles de Clorindo Testa, su gran amigo. En 1985 se mudaron a una casa sobre la calle Defensa, en San Telmo, en la cual el crítico y curador Samuel Paz se encargó de instalar las obras y diseñar la biblioteca. En el living se ubicó El manto final, de Pablo Suárez: una silueta cubierta por moscas. También una pintura de Albert Gleizes, que actualmente está en el Museo Reina Sofía de Madrid; otras dos de Guillermo Kuitca se distribuyeron en el comedor y en el dormitorio, que compartía con varias de Xul Solar. Había además esculturas de José Fioravanti, Líbero Badíi y Enio Iommi, entre muchas otras de gran valor.

La calle Defensa fue cortada por patrulleros cuando llegó hasta allí David Rockefeller, importante coleccionista de arte moderno e hijo de una de las fundadoras del MoMA, durante el gobierno de Carlos Menem. “Le gustó mucho lo que vio, se interesó particularmente por el arte argentino –aseguró Helft–. Al final de la visita me agradeció y me dijo que mi obligación la próxima vez que estuviera en Nueva York era ir a tomar una copa a su casa. Lo hice y así pude conocer parte de su colección”.
Cuando la casa de San Telmo quedó chica para alojar tantas obras, la pareja abrió “Enfrente”, espacio inaugurado en 1991. Para entonces, sin embargo, las inversiones en arte ya competían con el interés por todo lo relacionado con Borges, surgido cuando se enteró de su muerte y se preguntó a dónde iría a parar toda esa “herencia intelectual”. Ese acervo nació en 1986, cuando compró un importante lote al librero uruguayo Washington Pereyra. Siete años más tarde comenzó a ayudarlo en la tarea su hijo mayor, Nicolás, quien catalogó y enriqueció mucho la base que le habían confiado.

Una década después de iniciar esta colección, y tras cuatro de estar junto a Marion, llegó el divorcio. Otra vez, tuvo que dejar su hogar. Lo más traumático, según él, fue separarse de su biblioteca. Pero no sólo volvió a casarse con Sylvie, sino también a invertir en arte: su nueva colección incluye, entre muchas otras obras 75 de Paul Klee, más de doscientos grabados de Goya y otros de grandes artistas como Alberto Durero, James Ensor, Odilon Redon, William Blake y Honoré Daumier. En los últimos quince años vivió entre Buenos Aires, Montevideo y París, hasta instalarse de forma definitiva en la región de Normandía.
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