Santiago García Sáenz: la luz que se quedó
La primera muestra antológica del artista después de su muerte despliega toda su imaginación exuberante y religiosa
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No fue nunca infrecuente que, al representar escenas de los evangelios, los pintores pusieran objetos cronológicamente lejanos y territorialmente injustificables. A Adam Willaerts, en el siglo XVII, no le molestó poner a flotar en el Mar de Galilea un barco de su época con otro del tiempo bíblico; tampoco que los atavíos hayan sido tan disímiles como las embarcaciones. Es famoso el fastidio de Charles Dickens cuando vio el Jesús pelirrojo de Cristo en la casa de sus padres, de John Everett Millais. A estos artistas no les importaba la verosimilitud sino la verdad. A esa estirpe perteneció también el argentino Santiago García Sáenz (1955-2006), aunque con la salvedad de que en su caso, más que ese anacronismo verdadero, encontramos la exteriorización de una visión interior, la de quien está atento a una presencia, que es por un lado íntima, pero que sucede aquí y ahora, y por lo tanto es incompleta en quien ve, como en la cita paulina: la carne desea contra el Espíritu y el Espírito contra la carne. José María Poirier lo dijo de la mejor manera posible: “En esa suma entran el dolor y la alegría, la pérdida de la fe y su reencuentro, la selva y la ciudad, lo criollo y lo indio, los múltiples orígenes, lo claro y lo oscuro, hombres, animales, plantas, rocas, ríos, sol, ángeles, rayos, apariciones, santos y via crucis”.
La frase de Poirier pertenece a un ensayo incluido en el volumen Ángel de la Guarda, que había preparado el propio artista, y resumen lo que puede verse en Quiero ser luz y quedarme, la muestra en la Colección Amalita curada por Pablo León de la Barra y Santiago Villanueva, la primera después de su muerte. Explica Villanueva que la muestra se distribuye en 7 espacios, y que eso habilitó la organización de series. “En ese sentido nos pareció pertinente empezar con una pequeña selección de autorretratos en la primera sala, que pueden pensarse como autobiografía porque recorren desde momentos específicos, como la primera comunión, hasta una visión más general se su religiosidad y la pintura como un momento de iluminación: la pintura como un acto religioso. La sala de los años 80 tiene una relación más estrecha con su generación y con ese momento, allí no hay series pero sí obras donde un foco importante está en los títulos como: La guerra y La paz, o Autorretrato con adicción. De allí sigue Te estoy buscando América, un grupo de obras que Santiago trabajó entre 1986 y 1992, y que él pensó como un proyecto de varios años, más allá de la variedad de formatos, imágenes y tratamientos. la exhibición sigue con otros núcleos, la mayoría fueron titulados desde algunos nombres de sus obras, pero no hay una cronología estricta, sino hay ciertas imágenes que persisten y se repiten: como los mártires, o cristo en los enfermos. Estos agrupamientos nos permitieron pensar estas imágenes, partiendo de la iconografía pero no quedándonos allí, sino cruzando con ejes temáticos como: la intolerancia sexual, el homoerotismo, la crisis del VIH/sida”.
Desde ya, hay trabajo de la serie “Cristo en los enfermos”, que García Sáenz imaginó en 1990 cuando iba como voluntario con Liliana Maresca a acompañar enfermos internados en el Hospital de Clínicas, y se haría carne propia en el artista, muerto de VIH. Bien podría pensarse, al margen de las precedencias, que la relación entre lo que se define como “ingenuo” en la representación del artista era inseparable de su catolicismo y de la enseñanza evangélica de hacerse pequeño. Villanueva coincide: “García Sáenz mencionaba un libro de la Historia sagrada ilustrado por Maurice Denis como una de sus principales referencias en su decisión de ser artista, pero es hacia fines de la década del 80 donde aparece más claramente una relación directa con la pintura ingenua o naif desde la serie Te estoy buscando América y su directa referencia a Cándido López y Figari, pero también la pintura popular mexicana, donde viaja a comienzos de los 90. Esas referencias que él menciona se cruzan con la tradición de la pintura que se gestó en la galería El taller en los años 60, y de la cual Mujica Lainez dedicó un fascículo pensando una historia de la pintura argentina desde la tradición popular, y apoyando esta galería fundada por tres mujeres: Leonor Vassena, Nini Gómez Errázuriz y Niní Rivero. Mujica Lainez la definió como ‘la ausencia de conocimientos (sobre todo en lo relativo al dibujo), el predominio de lo espiritual y la falta de caracteres nacionales’, y refiere a los exvotos a la Difunta Correa como parte de esa tradición. Creo que la obra de García Sáenz se enmarca en este espacio, más allá de pensarlo como un caso aislado en relación a su generación”.
Para agendar
Santiago García Sáenz. Quiero ser luz y quedarme. Colección Amalita. Olga Cossettini 141. Hasta el 10 de octubre.
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