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Es cierto: la decisión se tomó más por una devolución de favores políticos que por la real convicción de que las cosas funcionarán bien en Sudáfrica 2010. A cambio de los votos que lo llevaron al cargo que actualmente ocupa, Joseph Blatter le prometió su Mundial de fútbol al continente africano. Puede que aún hoy siga dudando, pero asumió el riesgo. Y lo mismo hizo cuando designó a Brasil para la Copa del Mundo de 2014.
Son países que no pueden garantizar la satisfacción de las necesidades básicas a todos sus habitantes. Eso es tan doloroso como chocante, al mostrar el contraste con la inversión que tendrán que hacer para organizar semejantes celebraciones deportivas. Este razonamiento, y los permanentes problemas de seguridad en los que viven los países del Tercer Mundo, durante décadas aislaron de los grandes acontecimientos a una enorme franja de poblaciones pobres.
Y mientras las naciones desarrolladas se llevaban todo -la fiesta y el dinero que ellas generan-, las federaciones deportivas internacionales enfocaban sus discursos en conceptos globales que apuntaban a la integración y la solidaridad. Algo estaba fallando.
Los Juegos Panamericanos Río de Janeiro 2007 merecieron una inversión de entre 3500 y 4000 millones de dólares. Y fueron formidables. Con algunos defectos, claro, pero bien organizados. Y convivieron con la miseria de las favelas . Y con el dolor de la pobreza a la que la América latina se acostumbró hace tiempo.
Lo que debemos preguntarnos entonces es: ¿se habría evitado aquel dolor, éste que continúa, si Río no hubiera organizado los Panamericanos de 2007? Casi no hace falta responder.
Brasil y su presidente, Lula, apuntan a un gran negocio, el de los Juegos Olímpicos. ¿Esos negocios pueden convertirse en negociados? Es posible; nadie está exento de la corrupción, ni siquiera las grandes potencias. Pero fundamentalmente están provocando un enorme cambio. Acaban de obtener el derecho a la gestación de un impacto económico que brindará centenares de miles de puestos de trabajo. Bien dirigidos, estos Juegos pueden apuntalar el desarrollo social de una ciudad, cambiar la mentalidad de un pueblo pobre y hacerle notar que es capaz de producir en su propia casa aquello que, obligado, podía ver sólo por televisión.
En los últimos años, la economía brasileña creció hasta el punto de ubicar al país entre los diez de mayor producción del planeta. Se estima que serán invertidos más de 14.000 millones de dólares para Río 2016. El financiamiento es algo que no parece correr riesgo.
Y respecto de la seguridad, tristemente hay pruebas de que no se puede brindar las garantías ya en ningún rincón del mundo. Lo sufrimos todos, ricos y pobres.
Como argentinos, podemos sentir cierto recelo porque estos rivales cercanos (deportivamente hablando, claro) acaban de obtener algo que nosotros seguimos viendo como utópico. Como sudamericanos, tenemos que celebrar esta oportunidad. Bienvenida sea.
jtrenado@lanacion.com.ar


