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No hay templo deportivo que Buenos Aires extrañe tanto como el viejo Gasómetro de Boedo. A casi tres décadas de la última vez que abrió sus puertas, la inmediatez de nuestros tiempos lo hundió en un pasado cinematográfico o de ensueños. Pero hay quienes aseguran que aquel entrañable gigante de tablones y hierro reaparece cada vez que se pestañea frente a la avenida La Plata al 1700. Para la memoria urbana, ese estadio fue un punto referencial clave durante los 63 años, seis meses y 25 días en los que registró instantáneas inolvidables de la vida de los porteños.
Su primera estructura fue levantada en un predio alquilado al colegio María Auxiliadora y a la familia Oneto en 60 pesos mensuales. El 7 de mayo de 1916 se jugó por primera vez allí, y aquel día San Lorenzo venció a Estudiantes por 2 a 1, con goles de Moggio y Fernández. En los años posteriores, el empuje de sus sucesivas dirigencias lo engrandeció hasta convertirlo en el mayor escenario deportivo del país, condición que mantuvo durante décadas. Por varios años, el “Wembley porteño” fue la casa de la selección nacional, que allí ganó los Sudamericanos de 1929 y 1937.
Bajo sus tribunas, el club bullió en una vida social, deportiva y cultural inigualable. Vivió tiempos de auge en los años 40, desde que bajo la presidencia de Enrique Pinto la entidad puso en funcionamiento un complejo deportivo formidable para la época. Allí jugaron próceres del fútbol, desde Isidro Lángara hasta Diego Maradona, desde Arsenio Erico y Walter Gómez hasta Daniel Passarella y Mario Kempes. Allí debutó un tal Ermindo Onega –el 15 de diciembre de 1957, tarde de un 5 a 1 del Ciclón sobre River– y se retiró Angelito Labruna, el 12 de octubre de 1959. Allí se montó un ring en el que Pascual Pérez noqueó en el primer round al galés Dai Dower, en la cuarta defensa de su título de los moscas ante una muchedumbre impresionante. Curiosamente, el Ciclón nunca pudo coronarse campeón en su casa más preciada: los siete títulos que consiguió mientras existió la cancha de tablones y hierro se definieron jugando en otros estadios.
Allí, los hinchas que fueron a ver el clásico con Boca en la nublada tarde del 2 de diciembre de 1979 no sabían que asistían a la despedida del Gasómetro. La pésima situación económica del club, la montaña de juicios en su contra y las presiones del gobierno militar, que quería utilizar el predio y abrir la calle Avelino Díaz, acorralaron la supervivencia del estadio, que finalmente fue rematado y desmantelado. En su libro Memorias del Viejo Gasómetro, el prestigioso periodista Enrique Escande señala que San Lorenzo cobró 900.000 dólares por la venta, pero el supermercado Carrefour, finalmente adjudicatario, había pagado mucho más que eso. Durante meses, hinchas conmovidos y melancólicos se llevaron tablones, bulones, césped, chapas, lo que fuera, para guardar un recuerdo personal de un lugar que excedió largamente la mera condición de cancha de fútbol.

