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Las dos veces sintió que el triunfo, el título y el sueño estuvieron al alcance de la mano. Messi para el Barcelona y Godze para Alemania le aniquilaron la ilusión. Con Estudiantes en el Mundial de Clubes y con el seleccionado argentino frente a Alemania, Alejandro Sabella experimentó exactamente la misma sensación. Entender que la derrota es una alternativa posible, siempre formó parte de su infatigable análisis, pero sentir la tranquilidad de no encontrar el más mínimo resquicio para el reproche le entregaba la calma que solo llega con el deber cumplido, incluso cuando la victoria elige cruzar de vereda.
En su única diferencia con la filosofía "bilardista", después de abrazar la "causa pincharrata" aprendiendo todas sus costumbres, Sabella creyó en el honor del segundo lugar. Convencido de las formas tanto como del fondo, abnegado e infatigable en la búsqueda del triunfo, siempre entendió el valor del camino para llegar a la estación terminal del triunfo. Nadie en su sano juicio podría debatir ante su muerte y con la reacción del mundo del fútbol que lo conoció y disfrutó desde adentro, que significan el éxito y el fracaso, aunque la vuelta olímpica haya sido una experiencia ajena.

Sus citas a grandes nombres de la historia retrataban a un personaje inquieto y curioso. Sus charlas técnicas repletas de inspiración y emoción conmovían hasta a un témpano.
Su fidelidad y gratitud hacia Daniel Passarella lo dejaron en un segundo plano durante quince años. Su enorme capacidad para aprender, antes de enseñar, lo formaron para recorrer un camino extraordinario y consagrarlo en el final de la primera década del siglo XXI como el entrenador más exitoso del fútbol argentino. Un lustro fue suficiente para dejar una huella indeleble y un decálogo de definiciones de su manual de entrenador.
Admirador de la ética, las convicciones y los conocimientos de Marcelo Bielsa, el equilibrio siempre fue su guía y la moderación el pilar fundamental de su vida. Jamás debió levantar la voz para imponer su autoridad. "El que promete fácil, rompe fácil sus promesas y el que demora en prometer, seguramente las cumple", repetía para explicar cómo abría el corazón y la mente de sus jugadores.

Sus palabras antes de jugar la final de América en el Mineirao ante Cruzeiro le siguen arrancando una lágrima a cada uno de sus jugadores. "Cuando salgan al campo de juego, miren al cielo y elijan una estrella, esa será la que le pongan al escudo del club cuando dentro de un rato sean los campeones".
Luego de pelearle a un cáncer de garganta y a un corazón que de tanto dar, estaba maltrecho y debilitado, se llevó su zurda mágica y sus reflexiones geniales. El simple ejercicio de escuchar la despedida de los que lo disfrutaron, ayuda a comprender el sentimiento de unanimidad que despierta la buena gente.
Metódico, analítico y apasionado en su trabajo. Sensible, fiel e idealista en la vida. Nos quedamos sin un SEÑOR con mayúsculas. Docente y decente.
Murió Alejandro Sabella. Se fue a buscar su propia estrella.




