Argentina-Francia. Sin pilotos ni plan: las razones de otra cachetada Mundial para la selección
KAZÁN.– Kylian Mbappé ejecutó un acto de justicia poético. Esas piernas, un rayo fulminante capaz de ir a más de 38 kilómetros por hora, fueron el justo castigo para una selección que vivió su principio y final sin aprender a valorar la quietud. Ni un minuto de paz acompañó a la Argentina de Messi en los 48 días que mediaron entre el primer entrenamiento, allá en Ezeiza, y la anunciada eliminación del Mundial, acá en Kazán. Fue esa velocidad del joven de 19 años la que firmó la capitulación de un colectivo volcánico, entregado a los problemas internos, los cabildeos de su entrenador, los disparos que llegaban desde afuera, las sospechas entre dirigentes, las operaciones mediáticas, el escándalo de los audios de Whatsapp... Hasta la suspensión del único amistoso previo al debut, por amenazas dirigidas a su capitán desde las redes sociales, incluyó el capítulo Rusia 2018 , uno más para la colección de oportunidades perdidas que se archivará en la AFA. Si se juega como se vive, tal como lo dice el adagio popular, entonces no había vuelta que darle al asunto: a la selección le fue mal porque hizo casi todo mal.
Esta cachetada, que encontró en el gol agónico de Sergio Agüero una base de maquillaje, se inscribe entre las peores de la historia argentina en los mundiales. Hay que irse hasta la eliminación en primera ronda en Corea-Japón 2002 para encontrar un antecedente más negativo en resultados. Claro que aquella vez el sopapo deportivo no fue la consecuencia de un contexto desolador, como pasa ahora. A esta generación simbolizada en Mascherano, que enfila su despedida, habrá que marcarle su exagerado intervencionismo –origen del desgaste de tantos entrenadores–, pero también señalarle el mérito de haber llegado mucho más alto que la dirigencia de turno.
Casi consigue la paradoja –tres veces fue subcampeona en tres años– de dar una vuelta olímpica mientras a los costados bullía el desorden y la falta de un plan serio e integral. Ya alejados de su mejor época, estos veteranos se van del Mundial sin atenuantes, con la certeza de que incluso todo pudo haber sido más oscuro. El puesto 16 de 32, ya oficializado por la FIFA, no miente: transparenta.
Bastó que el iraní Alireza Faghani terminará la función para que el peso de la eliminación cayera sobre la espalda de los jugadores. La última escena tuvo la fueza de lo inmóvil: Messi parado a un costado de compañeros que casi no se le acercaban, como si no se atrevieran a compartir el dolor también con él. Pasaba uno y le daba una palmada, pero eran pocos –Mascherano, Caballero, Guzmán– los que se animaban a abrazarlo. Identificado desde siempre como el eje de una esperanza más ilusoria que fundada, Messi se pareció entre poco y nada a sí mismo durante la Copa. Y esa soledad del final, a un costado de la celebración de Francia, fue el acto siguiente lo que había ocurrido durante el partido: alejado casi siempre de quienes debían abastecerlo, el experimento del "falso 9" pensado para el 10 se sacó un 2.
El fútbol tiene tanto de encantador que le permitió a la selección inventarse una realidad paralela durante un suspiro de la calurosa tarde: ir ganando aunque no hubiera un argumento que alcanzara para justificarlo. Pero pasó del 2-1 a favor al 4-2 en contra en mucho menos de lo que tarda uno en armar las valijas para volver a casa. Fue la ratificación de que, al final, la lógica superioridad de Francia iba a ganar el partido. Y lo hizo.
A la madrugada, cuando la delegación completa llegaba por última vez al Bronnitsy Training Centre, donde se alojó durante la competencia, la incertidumbre ganaba cuerpo. ¿Será Sampaoli quien dirija al equipo la próxima vez? Imposible de responder ahora, aunque el técnico haya movido rápido la ficha al decir que no estaba en su mente la idea de correrse.
La pelota pasó enseguida al campo de Claudio "Chiqui" Tapia, el presidente que lo contrató hace un año al grito de "¡es el mejor técnico del mundo!" Con contrato hasta el próximo Mundial, al entrenador le cabe la responsabilidad de no haberse acercado ni un poco a formar un equipo en el que pudiera reconocerse. La selección no terminó siendo ni la de Messi ni la de Sampaoli, y esa falta de identidad se pagó con el adiós.
Ahora vendrá el tiempo de sentarse, evaluar por qué pasó lo que pasó y diagramar un proyecto superador, una obligación que le corresponde asumir a una dirigencia tan endeble como el equipo. Y que no llueva sobre mojado: más grave que el escenario actual sería convencerse de que la solución para todos los males del fútbol argentino es tachar apellidos y escribir nuevos; más adecuado sería advertir que lo que falta no son piernas. Es cabeza.
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