De qué trabajan los jugadores de Auckland City, el equipo neozelandés que es rival de Boca en el Mundial de Clubes
Como la liga es amateur, la mayoría vive de otras profesiones; para jugar el certamen, debieron pedirse vacaciones
6 minutos de lectura'


NASHVILLE.- (Enviado especial). Hoteles cinco estrellas blindados por seguridad privada. Centros de entrenamiento con vestuarios climatizados, drones sobrevolando las prácticas y servicio de catering personalizado. Vuelos chárter, micros ploteados, sponsors globales y casi diez mil voluntarios distribuidos en las distintas sedes. Todo eso para un torneo que reparte mil millones de dólares en premios y que, en Estados Unidos, se vive con su sello inconfundible: el del show, la producción a gran escala, el espectáculo permanente. En ese escenario, donde los futbolistas llegan con equipos médicos propios y asesores de imagen, hay un club que rompe el molde: Auckland City.
Es multicampeón de Oceanía, sí, pero con un plantel de jugadores semiprofesionales que se entrenan por las noches y viven, en realidad, de otra cosa. Uno trabaja en el depósito de una fábrica manejando un toro mecánico, otro es asesor comercial en una empresa de herramientas para la construcción, hay un agente inmobiliario y hasta un peluquero. Juegan por amor y por orgullo. Saben que si pierden con Boca, al día siguiente no habrá tapas ni entrevistas: volverán a sus trabajos. Lejos de los flashes, sin cámaras ni diplomas.

Todo en Auckland City funciona distinto. La Federación de Nueva Zelanda impuso un tope salarial para mantener el espíritu amateur de su liga: ningún jugador puede cobrar más de 150 dólares neozelandeses por semana, unos 90 dólares estadounidenses. A cambio, los clubes pueden ofrecer alguna ayuda menor, como cubrir la cuota del gimnasio o el combustible, pero Auckland ni siquiera hace eso. Si el equipo juega lejos, el club paga el vuelo y la comida. Nada más.
En ese marco, los jugadores viven sus carreras deportivas con una rutina difícil de sostener en el tiempo. En abril, Auckland viajó a las Islas Salomón para disputar la Champions de Oceanía. Muchos de sus referentes no pudieron estar. No por lesiones ni decisiones tácticas. Simplemente, no les dieron permiso en el trabajo. Entre los ausentes estuvieron el capitán Mario Illich, el goleador Angus Kilkolly, el zaguero Alfie Rogers y el extremo Regont Murati. Cuatro titulares. Cuatro historias. Algunos habían agotado sus días de vacaciones. Otros eligieron guardarse el tiempo para poder estar en el Mundial de Clubes.

Antes, cuando el torneo se resolvía en dos semanas, era posible combinar las fechas con el calendario laboral. Pero el nuevo formato, con más equipos y más días de competencia, volvió todo más complejo. En Auckland, muchos jefes fueron comprensivos. Otros no tanto. Hubo jugadores que se animaron a pedir favores. Otros apelaron a colegas. Algunos enviaron correos formales, y otros pidieron permiso casi de rodillas. No todos lo consiguieron.
Durante la temporada, Auckland practica cuatro veces por semana, más el partido. Siempre de noche. Muchos llegan al club con el uniforme de trabajo en el bolso, todavía manchado de pintura, de polvo o de grasa. Se cambian rápido y salen a la cancha. Los lunes son los más pesados: hay piernas duras, ojos cansados. Por eso, cuando llegan a un certamen como éste y pueden entrenarse por la mañana, con el resto de la jornada libre, lo sienten en el cuerpo. Descansan mejor, comen mejor, tienen tiempo para elongar, para charlar con los compañeros. El fútbol se parece un poco más a lo que siempre soñaron, y también a cómo es en casi todas partes del mundo, aunque sea por unas semanas.
Illich, el capitán, y Rogers trabajan como representantes de ventas en Coca-Cola. Recorren negocios, negocian contratos e implementan estrategias para crecer en un mercado donde nadie los conoce por lo que hacen los domingos. Kilkolly, el 9, era pintor, pero ahora es asesor comercial en Milwaukee, una empresa de herramientas para la construcción. El lateral Regont Murati trabaja en logística, y Jerson Lagos corta el pelo en una barbería de barrio. Adam Bell atiende en una tienda que vende de todo: desde pintura hasta plantas. El arquero Conor Tracey, que perdió el puesto tras la goleada sufrida ante el Bayern, pasa los días manejando un elevador en el depósito de una fábrica, cargando cajas de un lado a otro. Dylan Manickum, atacante y capitán de la selección neozelandesa de fútbol sala, se desempeña como ayudante de ingeniero vial. Adam Mitchell, el otro capitán, es agente inmobiliario: trabaja con su padre, cuya agencia patrocina a un equipo rival de la liga. El delantero Joseph Lee está en atención al cliente en una empresa de celulares y electrodomésticos. Y Gerard Garriga se dedica a dar charlas en escuelas para promover el fútbol en el país. Los más jóvenes aún viven con sus padres o estudian. Ninguno vive exclusivamente del fútbol.
Albert Riera, el entrenador hasta la última temporada, renunció tras tres años al frente del equipo. Fue padre, no tenía familia en Nueva Zelanda y sabía que los meses que venían -con viajes, entrenamientos y partidos- iban a ser muy demandantes. Entonces, decidió volver a España. En su lugar, Auckland confió en un hombre de la casa: Paul Posa, de 63 años, odontólogo, miembro de la junta directiva y viejo conocido de estos torneos. Ya había dirigido al equipo en el Mundial de Clubes de 2009, aquel que ganó Estudiantes de La Plata.

Auckland ya no tiene chances de clasificarse a octavos de final. Las goleadas ante Bayern Munich (10 a 0) y Benfica (6 a 0) fueron duras, pero no inesperadas. El equipo llegó a Estados Unidos dos semanas antes del inicio del torneo, sabiendo que enfrentaría a clubes multimillonarios. Y que el físico, el ritmo, el nivel de competencia no serían comparables. Pero vinieron igual. Y se quedaron. Y ahora, con la mochila cargada de experiencia, van a jugar su último partido ante Boca, que necesita golear para mantener viva la ilusión de avanzar a octavos.
Para Auckland, disputar el Mundial de Clubes no es solo una ilusión. Es una necesidad. No hay grandes ingresos, y el título local garantiza nada más que una medalla. La Champions de Oceanía, en cambio, entrega reconocimiento y la posibilidad de mostrarse ante el mundo. Ganarla fue el único modo de acceder a este torneo. En la final, vencieron 2 a 0 al Hekari United, de Papúa Nueva Guinea.
El cruce con Boca será su despedida del Mundial. No hay millones en juego. Solo hay un partido. Pero, para ellos, puede ser el partido de su vida. Y eso basta. Pase lo que pase, después volverán a sus casas, a sus oficinas, a sus camiones. Pero con una historia que nadie les podrá quitar. Una que, en sus vidas, valdrá mucho más que cualquier sueldo.
Otras noticias de Mundo Boca
Fecha 2. A qué hora juega Boca vs. Unión, por el Torneo Clausura 2025
Volver a empezar. El regreso de Paredes: lo que Boca espera y necesita de su nuevo líder en la cancha y en el vestuario
Russo define el equipo. La baja defensiva que podría apurar la titularidad de Paredes en Boca: ¿irá de entrada ante Unión?
- 1
Un predio “a la europea”: el primer paso de Diego Milito para la infraestructura de Racing
- 2
Cincinnati goleó a un pasivo Inter Miami y cortó la buena racha de Lionel Messi, a la espera de Rodrigo De Paul
- 3
La fecha 2 del Torneo Clausura 2025: días, horarios, TV y árbitros de todos los partidos
- 4
Lanús vs. Rosario Central, por el Torneo Clausura 2025: día, horario, TV y cómo ver online