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Esta historia debería escribirse sin comas. Sin puntos, sin comas, una oración que crece hasta hacerse irrefrenable, total. La idea de contarla así sería obvia, intentar replicar lo que se vive al jugar y trabajar con él, un heavy metal narrativo que se parece a la historia con la que elegimos comenzar.
Son las siete de la mañana en Rosario y te acabás de levantar tenés sueño pero a las nueve empieza el entrenamiento y todos tus compañeros del plantel ya están sentados desayunando en el comedor de la concentración en Arroyo Seco y entonces vos también te sentás te sirven frutas un jugo hay un silencio que tiene la densidad de la niebla porque obvio todos tienen sueño también hasta que de repente se escucha un silbato un silbatazo sí un silbatazo largo e histérico como el de un árbitro un silbatazo largo e histérico que rompe todo y al toque alguien que grita "¡penal! ¡penal para Central le va a pegar Donatti!" y vos y todos tus compañeros miran qué pasó quién fue aunque en realidad ya saben quién fue porque es normal que Eduardo Coudet tu entrenador el entrenador de todos haga eso para despertarlos no es cosa de todos los días pero lo hace seguido entra al comedor pegando un silbatazo y gritando penal es la manera que tiene de anunciarte de anunciarles que el día acaba de comenzar que acá se trabaja así que acá es Rosario Central
Así se pone play en el imparable mundo de Eduardo Coudet.

"Hace eso, sí -se ríe uno de sus compañeros del cuerpo técnico-, una manera de mantener a todos despiertos, ¿no? Con el Chacho se trabaja como se juega: todo es así, a alta intensidad". Escolta de la Zona 1 del Torneo Transición, el técnico de uno de los equipos que mejor juega en la Argentina cumplirá hoy 50 partidos en Central. Hasta ahora, 27 victorias, 16 empates, seis derrotas. De ganarle a las 21.45 al Palmeiras de Brasil -5ta fecha, Grupo 2 de la Copa- su equipo ya estará en los octavos de final. El Chacho es, como tantos, un obsesivo, aunque en su caso es literal que vive en el club. O sea: Eduardo Chacho Coudet vive, sí, en la concentración de Central. En una habitación estándar tiene un televisor del tamaño de la popular del Gigante, una cinta para correr. Su familia -sus tres hijas, su mujer- vive en un country de la Provincia de Buenos Aires, adonde él va cuando licencia al plantel. Ya no hace lo que hacía durante su segunda y su tercera etapa en el Canalla, en 2004 y 2006, cuando vivía en Buenos Aires y viajaba todos los días -ida, vuelta- para entrenarse o jugar. Vivir sin comas tiene cosas así: una noche en la que había llovido se cruzó en la ruta con un perro, lo levantó feo, se fue a la banquina, la mordió. "Pegué como cuatro trompos -contó el ex volante en una entrevista con el diario Olé-. Decí que el Checho no me quiso llevar". Eran tiempos en los que Batista entrenaba a la Selección Argentina, así que el periodista -sagaz, aplicado- quiso entender. "¿El Checho?", repreguntó. Coudet, indignado: "El de arriba. Una lentitud, hermano, la tuya".
"Está más loco que yo cuando tenía 20 años", se sorprendió César Luis Menotti en una nota que le concedió al diario La Capital, un día después de que Central empatara 0-0 contra Newell’s en Arroyito, por la 24ta fecha del Torneo de Treinta. Era el segundo clásico de Coudet. El primero había sido seis fechas antes y lo había ganado 1-0, con gol de Marco Ruben, en la cancha de Newell’s. Al otro día, después de haber dicho que se había recibido de técnico de Central, el Chacho reunió a todos los jugadores. Iban a empezar el entrenamiento, y antes les dijo: "Miren que no estamos de fiesta, acá nadie salió campeón de nada, ¿eh?". A los dos minutos del primer ejercicio pegó un grito y frenó todo: un jugador no estaba corriendo como él siempre pretendió. "Lo cagó a pedos mal", contó un compañero del plantel. El grito era para uno, el mensaje era para todos: intensidad, intensidad, o acá no jugás más.
El Coudet que no esperábamos es en realidad una continuación, una adaptación del Coudet que no conocíamos -y entonces creíamos que no existía-, que no era así. Mientras las tinturas, los platinados y los centros a Cavenaghi imantaban la fama que da el flash, el volante se entrenaba dos o tres veces por semana -solo, en doble turno- para correr así. Diez clubes, 18 años, dos o tres por semana, solo, sin parar. "A mí me salvó lo que laburaba. En el fútbol todos saben que trabajaba más que nadie. Cada uno busca la potencia y la confianza a su manera: yo necesitaba sentir que podía correr todo el tiempo, que era capaz de correr hasta el colectivo. Y todo bien con los chistes y la joda, pero yo soy un tipo que ha sido cabeza de grupo de planteles importante, he manejado vestuarios con muchas figuras", contó en una nota que le hizo el programa Pura Química en 2012. Como siempre, lo importante crece en las sombras. Y en las sombras -durante tres años, entre 2011 y 2014, mientras vivía en Miami y trabajaba en una financiera que creó con un amigo- el ídolo de Central viajó a Inglaterra para citarse con Manuel Pellegrini y estudiar los entrenamientos del Manchester City, y lo mismo hizo con la Juventus en Turín. Hay cuatro técnicos en los que el Chacho se espejó para crearse a sí mismo. El Ingeniero, a quien le halaga cómo maneja los grupos, es uno. El Turco Mohamed, quien lo dirigió en Colón en 2010, es otro. El tercero es uno al que no conoce, Diego Pablo Simeone y su intensidad, intensidad, intensidad, y el cuarto, el silencioso, el glorioso, el odiado y puteado Ramón: "Era jodido, un tipo muy jodido; metías tres goles y no te decía nada, la estabas gastando y no sabías si jugabas el próximo partido. Entonces me hacía calentar mucho, mucho; hoy entiendo por qué es así. Y estaba bien que fuera así".
Un tipo que cree que la diferencia en el fútbol argentino la hace quien propone algo distinto, un tipo que cuando le habla a su plantel jamás le infunde miedo, lo alerta de que algo malo puede pasar. "Nunca le escuché decir ‘guarda que…’. A los jugadores les da confianza, todo es para adelante", lo describe alguien que trabaja con él. Un tipo que cree que el buen fútbol es movimiento, contagio, distracciones y una diagonal, teoría básica que les recordó a sus jugadores una tarde en la que empataban 0-0 contra Temperley, de local, mientras el partido se había parado porque hacía mucho calor: "¡Juguemos, carajo! En los detalles tenemos que estar. Escuchame, vos: ¿cómo vas a recibir de espaldas? De frente se recibe, perfilado para correr. ¡Vamos para adelante, para adelante! Hay que moverse, moverse, tocar rápido, distraer, y mientras tanto, vos, vos te metés ahí, en ese hueco, en diagonal, ¿entendés? ¡Hablensé, contagiensé!".
Un tipo que le pidió a su mujer que retrasara dos días la cesárea de Lola, su primera hija, para que naciera un 19 de diciembre, el día que se conmemora la Palomita de Poy; un tipo que la madrugada después de haber ganado la Conmebol 95 con Central volvió al Gigante, saltó los portones, los alambrados, se metió a la platea, se encontró con Vitamina Sánchez, saltaron a la cancha, se emborracharon con champán. Un tipo que se afanó un micro en la concentración de Platense, un tipo que pidió que le sacaran de su habitación a un pibe que recién había subido a Primera, Marco Ruben, porque se dormía tan temprano que él no podía mirar la tele, tomar mate, hablar por teléfono tranquilo; un tipo que cuando era pibe jugó en la Selección Argentina de futsal. Un tipo cuyo futuro estaba claro para su papá: Coudet, el dentista.
Un tipo, el Chacho, que el día que se retiró -el 22 de octubre de 2011- usaba el número 88 y jugaba una final: su equipo, el Fort Lauderdale Strikers, disputaba la ida para ascender a la Mayor League Soccer, la Primera División de los Estados Unidos. El rival, el Minnesota United. El resultado, 1-3. El último aplauso, de menos cinco mil personas, cuando lo reemplazó el estadounidense Mike Palacio, a nueve minutos del final. Cinco años después, Eduardo Coudet vive en otro mundo: un mundo que se inventó para sí mismo y millones de personas más. Mientras tanto, Mike Palacio tiene ahora 29 años y hace cuatro que no consigue club.
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