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Los cuerpos enfundados en colores rojos. Rostros desorbitados y miradas perdidas. Parece que la sentencia del descenso se avecina cada vez más en las espaldas de Independiente. De los destrozos en el Monumental, el mismo escenario que se transformó en un campo de batalla hace casi dos años cuando River perdió su lugar en la máxima categoría, a una ciudad, Avellaneda, sitiada desde horas del mediodía. Si bien fueron unos veinte barras los que rompieron un alambrado para, temerariamente, insultar y arrojar butacas y botellas a la platea Centenario baja, el número era suficiente para desatar el caos por no soportar que se rieran en su cara.
Fueron no más de cinco minutos y llamó la atención que, luego de desplegar toda su violencia y sin intervención policial, volvieran a la tribuna a esperar el final del partido. Los goles de Iturbe y Lanzini se clavaron como un puñal en las miles de almas curtidas en títulos y festejos al por mayor que asistieron a Núñez con la ilusión de un milagro. Claro, que lo fue allá por los 70 y 80. Tiempos en los que el Rojo era una institución fuerte y seria, y cuando los gallegos dirigían con una libreta de almacenero con la lógica de gastar sólo si las cuentas lo permitían. Hoy, o mejor dicho, desde fines de los 80, Independiente dejó de ser aquella entidad social que latía al compás del fútbol, cuando brillaban la potencia de Daniel Bertoni, el lirismo más puro de Ricardo Bochini, el aplomo de Claudio Marangoni, los desbordes de la Porota Barberón y las incontables atajadas de Carlos Goyén. O, más acá en el tiempo, con el Kun Agüero, tal vez la última joya de un club vaciado que Javier Cantero, con todas sus buenas intenciones, no puede encarrilar. Atrás quedó esa frondosa historia de cuando la sede de la avenida Mitre al 470 era un ir y venir incesante de socios. O del estadio de la Doble Visera que se traducía en la vanidad de ser el Rey de Copas. Esa cancha que llena de gloria fue derrumbada, desde 2006, para edificar un estadio aún en construcción.

Caminar por la avenida Mitre, la arteria principal de Avellaneda, ayer cortada desde Italia hasta la subida al puente Pueyrredón, invitaba a presumir que algo importante podía suceder. Así lo hacía especular la cantidad de efectivos policiales apostados en cada esquina. Todos, en grupos de cinco o diez. Los patrulleros, los vehículos sin identificación y los ómnibus imponían respeto. Mucho más en cercanías de la sede de Racing, distante unos 500 metros de la del Rojo. En ambas, el vallado y la presencia de la policía montada buscaban desactivar cualquier intento de desmán tras el 2-1 de River sobre Independiente, unas horas antes de que la Academia, en el Cilindro, recibiera a Boca. Una decisión, la de hacer convivir esos dos clásicos en el mismo día, que sólo los organismos de seguridad son capaces de permitir. Ni al hincha más optimista se le ocurriría semejante medida en un ambiente que aguarda la caída en desgracia del rival para regodearse. Un desdén de la sociedad argentina que vive todo, incluido el fútbol, como un drama irreparable.

Con ese panorama se encontraron los simpatizantes que volvían del Monumental. La salida por Lidoro Quinteros pasó inadvertida. Salvo algunas corridas, con la tristeza a cuestas, los hinchas genuinos buscaban la estación Belgrano R. Allí, pleno Barrio Chino, el restaurante Cisne Blanco, en Arribeños al 2300, sufrió la rotura de las vidrieras. Algunos transeúntes y turistas optaron por refugiarse en otros locales comerciales. Así lo constató LA NACION. El regreso en tren hasta Retiro obligó a caminar. Eran pocos los colectivos que paraban. Mientras, la barra brava regresó custodiada y sin parar en el peaje de Dock Sud. Según versiones, a Pablo Bebote Álvarez se lo habría visto en las inmediaciones del Monumental.
Un día triste para todo Independiente. Sumido en la peor crisis de su historia, la Agencia de Prevención de Violencia en el Deporte (Aprevide) estudia que el Rojo dispute el próximo partido ante a San Lorenzo a puertas cerradas. El Ciclón, justo el rival que hoy, frente a Argentinos, puede tenderle una última oportunidad.

Daniel Bertoni y Ricardo Bochini son dos grandes referentes de Independiente. Su palabra es escuchada. "Si lo ves a Independiente, es un equipo de la B Nacional. Siempre estuvo en descenso". Y fue más allá: "A Independiente le pondría un técnico que conozca la categoría, como el Ruso Zielinski". Y el Bocha fue explícito: "Estamos a un paso de descender".
Fotos: F. Marelli y A. Greco



