Diego Maradona. En Barcelona, Sevilla y Newell's: cuando la lámpara del genio no se iluminó
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Quizá muchos no confiaron en un romance que antes ni había logrado sostener Johan Cruyff. Años después, tampoco escaparían Romario, Ronaldo ni Hristo Stoichkov de esa omnipotente política catalana de endiosar a alguien, de llevarlo hasta las mayores alturas, para después dejarlo caer y devorar sus pedazos. Pero Diego Maradona y Barcelona se necesitaban... Por eso se juntaron. Después, ambos sentirían que había sido un error.
Se encadenaron decenas de roces y malosentendidos, como la vez que el club le retuvo el pasaporte para no dejarlo asistir en Alemania a un homenaje a Paul Breitner, o cuando Maradona se sometió a ocho infiltraciones en un mismo día para jugar ante Manchester United por la Recopa. O cuando se escapó en un avión privado a Madrid para ver a la mediática actriz española Ana Obregón.
Junio de 1982. Los catalanes no ganaban la liga española desde la temporada 1973/74. Entonces, depositaron 5.900.000 dólares para Argentinos y otros 2.300.000 para Boca en concepto de indemnización con tal de asegurarse el que entonces sería el pase récord de la historia. Tras la desilusión en el Mundial de España, Maradona debía demostrar si era tan bueno como decían. Si hasta la prensa catalana decía que se trataba de "un invento".
La despedida de Barcelona a su fugaz número 10
El paso futbolístico le entregó sinsabores que no logró endulzar ni la contención de César Luis Menotti desde la conducción técnica. Se atropellaron las escenas del calvario: primero, dos meses y medio de inactividad por una hepatitis; luego, el "crac" y el grito desesperado por la patada desde atrás que le pegó Andoni Goikoetxea el 24 de junio de 1983. Los estudios revelaron un desprendimiento del maléolo, una rotura del ligamento lateral interno y una luxación del tobillo izquierdo. Al quirófano y 106 días de postración.
El creciente desprecio del presidente Núñez, la persecución de la prensa regional y la subestimación de un sector de los hinchas se convirtieron en un cóctel insoportable que no paliaron la Copa del Rey 1983, conseguida ante el Real Madrid dirigido por Alfredo Di Stéfano, ni la Copa de la Liga. Maradona sufría un desgaste que ya no estaba dispuesto a soportar. El 5 de mayo de 1984 se precipitó el alejamiento: en la final de la Copa del Rey, frente al Athletic Bilbao de Goikoetxea, las provocaciones y los puntapiés que recibió precedieron a la caída y a una gresca generalizada. Diego no quería más.
El presidente Josep Lluís Núñez imploraba por desembarazarse de Maradona. Y lo consiguió en una reunión ultrasecreta en la que los dirigentes catalanes, por 15 a 5 en la votación, aceptaron la venta. Barcelona recibió 7.500.000 dólares por el pase y Núñez sonrió. Acababa de sacarse un peso de encima. Nápoles comenzaba a vibrar. Y ahora sí, Maradona se perfilaba como para escribir su página más gloriosa.
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La vuelta a España
Pero años más tarde, el fútbol español volvería a ser reacio con Maradona. Ya en la recta final de su carrera, el crack acumuló más tristezas que alegrías. Después de la suspensión por 15 meses en el fútbol italiano –su primer testeo positivo–, Sevilla lo recibió en septiembre de 1992 y lo presentó con todas las luces en un amistoso con Bayern. El club andaluz pagó cerca de 7.500.000 dólares después de tres meses del término de la sanción, pero lo que parecía el fin del conflicto sólo sería el comienzo.
Ya muy lejos de ser el mejor futbolista del mundo, apenas jugaría 29 partidos. Tenía como compañeros, entre otros, a Cholo Simeone y el croata Davor Suker. Y como entrenador, a nada menos que Carlos Salvador Bilardo, su director técnico predilecto y con el que había ganado el Mundial México 86 y sido subcampeón en Italia 90. Los dirigentes de Sevilla enseguida se convencieron de que se había tratado de un error contratarlo.
El estreno en Sevilla
El 13 de junio de 1993 se aceleró el derrumbe en virtud de una pelea con Bilardo. El ex seleccionador sacó a Maradona en un partido ante Burgos. El Nº 10 reaccionó mal: le arrojó la cinta de capitán, lo insultó y hasta se dijo que llegaron a golpearse en el vestuario. A los dirigentes de Sevilla no les gustó esa actitud y rompieron el contrato con Maradona. Así se terminó la carrera del crack en clubes del exterior.
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Rosario siempre estuvo cerca
Pero enseguida, en octubre de ese año, otra ciudad se revolucionaría por "Pelusa". Era el turno de Rosario, coincidentemente con el regreso del capitán a la selección, que penó para conseguir la clasificación para el Mundial Estados Unidos 1994. El Parque de la Independencia recibió a un llamativamente flaco Maradona con una fiesta de 40.000 personas. Era su vuelta al fútbol argentino después de 11 años.
El golazo de aquella primera noche
Pero con la camiseta rojinegra afrontó apenas tres encuentros. Se recuerda una rabona contra Independiente que le atajó Luis Islas; una visita a la Bombonera, donde Newell’s cayó por 2 a 0 frente a un Boca dirigido por Menotti, y un cotejo con Huracán en el que se desgarró. Ése fue el final de un sueño. El club rosarino resultó un trampolín en la preparación para disputar la Copa del Mundo de Estados Unidos, donde ocurriría su caso de dopaje. En menos de dos años encadenó varias frustraciones en su carrera.
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Barcelona, Sevilla y Newell's. Clubes en los que Maradona no dejó mágicos recuerdos. Incluso pese al cariño que el hincha rosarino no le retaceó cada vez que Diego volvió a pisar su ciudad.
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