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Hace unos 30 años que se conocen y se entienden de memoria. Se conocen los gustos, los secretos... las vidas enteras. ¿Cuántas horas de charla habrán compartido, entre café y café? Por eso, ¿cuántas cosas habrán pasado por sus cabezas durante la semana? ¿Quién lo diría, no? Dos amigos del alma, en una hermosa tarde primaveral, pero defendiendo intereses muy disímiles, como rivales íntimos.
Reinaldo Merlo -que se mostrará como el más ansioso- aparece primero en el campo de juego; con paso sereno, las manos en los bolsillos y la mirada estudiando cada rincón de un Monumental en su punto de mayor ebullición. Alfio Basile se hace esperar unos minutos más, pero allí se lo ve, con su equipo deportivo inseparable. Y pese a los reclamos de los cientos de fotógrafos que los acosan, los técnicos de River y Boca no se saludan y el abrazo quedará para otro momento; sólo se espían de reojo.
Todo se ajusta y el superclásico comienza con un poco de demora. Mostaza, desde el primer minuto, salta del banco y se ubica a pocos centímetros de la línea de cal; se nota que el equipo millonario llega al choque con más necesidades. El Coco, en cambio, se sienta. Merlo empieza a tomar temperatura y ya a los 4 minutos se agarra la cabeza, incrédulo, por un cabezazo del colombiano Falcao que por poco no abre el marcador. Basile se enoja, se para con celeridad y protesta: "¿Qué pasó? ¿Nadie marca?".
Son los primeros minutos de un partido que irá perdiendo luces a medida que el sol se esconda detrás del gigante de cemento. De todos modos, Merlo lo vive a mil. Alza los brazos reclamando un supuesto penal al movedizo Falcao; bromea con Krupoviesa -uno de sus mimados cuando era el DT de Estudiantes- tras una dura falta a Montenegro; ingresa unos pasos en el campo de juego y ante el reto de Baldassi (el 4° árbitro) lo abraza y le pide disculpas. Basile, definitivamente apoyado sobre los carteles de publicidad, es mucho menos demostrativo que su amigo. El Panadero Díaz y el Ruso Ribolzi, sus ayudantes de campo, son los más eufóricos.
Los minutos corren y la impaciencia del público local se acrecienta; aún más cuando a los 30 minutos Furchi no observa un claro penal del Cata Díaz a Montenegro. Los hinchas explotan de ira y Mostaza ingresa casi dos metros en el campo, con los puños al cielo. Baldassi, a esa altura de la tarde con muchas tareas, lo vuelve a sacar. Pero Merlo no se calma; mira el reloj color naranja de su muñeca izquierda, se da vuelta, toma un sorbo de agua, cambia opiniones con el Polaco Daulte, su ayudante de campo, gesticula y sólo se serena cuando escucha el pitazo del final.
Pese al descanso del entretiempo, el segundo período no se modifica en nada; los conductores de River y Boca siguen con las mismas posturas. Merlo, hiperactivo, y Basile, mucho más medido, aunque seguramente aguantándose los nervios por dentro.
Boca intenta incomodar a su rival con algunos centros; allí, por primera vez en la tarde, Merlo emplea una de sus cábalas más pintorescas: los cuernitos. Y esta vez dan resultado. Mostaza está encendido, es un show; vive el partido como cuando se raspaba las rodillas tratando de recuperar las pelotas para distribuirsela a los de "mejor pie". No para. Se queja cuando el arquero xeneize, Roberto Abbondanzieri, demora en sacar. "¡No quiere jugar!", exclama, y se ubica tan al límite del campo que interfiere la carrera del asistente Rodolfo Otero.
El cronómetro marca 27 minutos, algunos futbolistas se muestran agotados físicamente, pero ningún técnico hace cambios. Sin embargo, el conductor del club de Núñez toma la iniciativa; llama a la Gata Fernández y le habla al oído. Pero en el banco xeneize están atentos; automáticamente, el Coco manda a un colaborador a avisarle a Neri Cardozo que intensifique la entrada en calor. A los 29, ingresa el delantero de River, y dos minutos después hace lo propio el mediocampista xeneize.
El encuentro es cada vez peor; además, ningún equipo arriesga. Merlo no se calma y a los 35 mete a Oberman por Montenegro. Y Basile, presuroso, opta por el ingreso de Cagna por Battaglia. Sin embargo, las defensas continúan sin sufrir sobresaltos. Llamativamente, sólo a los 41 minutos Basile opta por el ingreso del Chelo Delgado por el desconocido Palacio. Y cuatro minutos después Mostaza agota su última modificación mandando a la cancha a Ahumada por la Gata Fernández, lesionado.
El tiempo se consume tan rápido como se suceden los bostezos en las tribunas. Todos parecen resignarse; hasta los propios técnicos, que reciben con estoicismo el pitazo final. Basile ingresa unos metros en el campo esperando a sus jugadores; luego, se pierde en la inmensidad de la manga. Merlo, en cambio, se va charlando con Daulte. Atrás habían quedado 90 minutos de sufrimiento para ambos; es que la amistad entre ellos es tan fuerte que ninguno hubiera disfrutado de ganarle al otro...
Emisarios de un club inglés estuvieron ayer en Núñez observando al volante xeneize. La intención de Boca es no venderlo hasta después del Mundial de 2006.
Diego Maradona no asistió al Monumental pese a la invitación recibida del presidente José María Aguilar. El ex N° 10 vio el partido por TV desde su domicilio.
Guillermo Barros Schelotto, que estuvo concentrado con el plantel, finalmente quedó fuera del banco de los suplentes. El Mellizo observó el partido desde el vestuario xeneize.
Ricardo Rojas, defensor de River, fue expulsado en el partido de la reserva. Llamativamente, cuando se retiró del campo de juego, fue ovacionado por los hinchas locales.



