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Afuera el ambiente era distinto del que se podía ver en un comienzo de fin de semana cualquiera. Flameaban las banderas al viento fresco del sábado. Adentro, en el bar El Cairo, era curioso y algo cómico observar a la gente con su rostro pegado a los diarios repasando y opinando sobre las formaciones de la Argentina y Brasil. Buscaban el nombre del posible héroe del gran clásico. Había fervor y aglomeraciones en algunas mesas. También discusión y polémica. Pero el silencio religioso en la ceremonia previa a la llegada del café que antecede a la explosión de la charla.
El Cairo es un bar por demás emblemático de esta ciudad. Se respira literatura, bohemia y por supuesto fútbol. La Mesa de los Galanes es ese encuentro de personajes retratados por la mágica y precisa pluma del fallecido Roberto Fontanarrosa. Es una de las tantas demostraciones de que la amistad resiste contratiempos y almanaques. Más de treinta años pasaron desde la primera vez que el grupo se juntó en este lugar, hoy mucho más sofisticado que ayer -pero con la misma esencia-, para discurrir sobre política, fútbol y mujeres.
Ninguno sabe bien cómo comenzó esta especie de ritual cotidiano. "No tenemos fecha de fundación", bromea Ricardo Centurión, uno de los incondicionales y amigo personal del Negro. Tienen varias palmadas marcadas en la espalda y mantienen asistencia perfecta a la cita de la mesa frente a la caja, ataviada con las fotos de las mejores épocas de los galanes. Una de ellas muestra la última vez que estuvo Fontanarrosa aquí, allá por noviembre de 2006. Hoy hablan del partido entre la Argentina y Brasil, como los mejores entendidos. Hasta hace un mes, lo hicieron de cómo zafó Central de la Promoción, de Newell’s, del campo o de cualquiera de las maravillas femeninas de las que se habla a menudo.
Allí no importa la filiación partidaria ni la pasión por un equipo determinado. Obviamente, casi todos se dividen entre canallas y leprosos. Y hay de todo: abogados, ingenieros, médicos, músicos, odontólogos, periodistas, pintores. Todos los días, al caer la tarde o al mediodía, alguno de ellos hace el aguante en una mesa en caso de que cualquiera de los integrantes de la barra, que oscila entre 15 y 20 adherentes, quiera ver la vida pasar tomando un café.
Desde siempre, se ha buscado en las distintas suertes de la conversación construir una metáfora sobre el amor, el desamor y otras desdichas. Sobre las mesas que lo cuestionan todo suelen cruzarse Belmondo (Rodolfo Perassi, artista plástico que confeccionó la mesa con patas con formas de pierna de mujer que los reúne, incluido en varios cuentos del Negro Fontanarrosa); los músicos locales David González, Fabián Altolaguirre y Chiquito Martorell, entre otros. Todos se llaman por seudónimos. Se acostumbraron tanto a utilizarlos que —según cuentan— en algunos casos ya olvidaron los nombres de pila. Para todos ellos también se ve distinta Rosario con su trajecito celeste y blanco, esperando que la felicidad sea completa.


