El partido rojo: la historia de ese gol imposible de Bochini que convirtió una final en una epopeya
El 25 de enero de 1978 ocurrió en Córdoba la que podría considerarse como la mayor hazaña del fútbol argentino. Independiente enfrentó a Talleres para definir al campeón del Torneo Nacional ‘77, que por cuestiones organizativas de AFA se definió en enero del año siguiente. En la Boutique de Barrio Jardín no había un escalón libre. Hinchas cordobeses y de otras provincias del interior del país se involucraron con la causa Talleres. Iban a ser testigos de una final histórica.
El equipo de Avellaneda ganaba 1-0 con gol del Beto Outes y controlaba el partido, hasta que entró en escena el árbitro Roberto Barreiro: le dio a los cordobeses un penal dudoso, les convalidó un gol con la mano y expulsó a tres jugadores de Independiente. Faltaban diez minutos y Talleres estaba a un paso de salir campeón. A Independiente le bastaba con empatar para dar la vuelta olímpica, pero con ocho jugadores era un desafío imposible. Hasta que en medio de semejante adversidad, Ricardo Bochini empezó a tirar paredes con Daniel Bertoni y Mariano Biondi, llegó hasta el borde del área y puso el 2-2.
Bochini se va de la cancha. «¡Nos están robando! ¡Está todo arreglado, Pato!», le grita al técnico José Omar Pastoriza mientras encara para los vestuarios
Ese gol imposible le puso la firma a una epopeya que ningún equipo argentino volvió a repetir. A cuarenta años de aquella gesta, el periodista Claudio Gómez publicó el libro “El partido rojo”, una investigación que reconstruye esa final a través de búsqueda en archivos y testimonios de los protagonistas. El escritor Eduardo Sacheri, autor del prólogo, lo define así: “Este libro no está escrito solo para que lo lean los hinchas de Independiente. Está escrito para cualquiera que quiera asomarse no solo a un partido inolvidable, sino a toda una época del fútbol argentino, y de la historia de la Argentina”.
Un fragmento de “El partido rojo”
La tercera expulsión es letal. Bochini se va de la cancha. «¡Nos están robando! ¡Está todo arreglado, Pato!», le grita al técnico José Omar Pastoriza mientras encara para los vestuarios. Al Bocha lo sigue el resto. Independiente pierde 2-1, tiene tres jugadores menos y todo es demasiado evidente como para ser cómplices de semejante farsa. El único jugador que quiere quedarse y pelearla es el Beto Outes. Es la primera final que juega en su vida y no piensa entregarse aunque el mundo conspire en su contra. En medio del descontrol mantiene cierta calma y trata de convencer a los otros siete de que se queden, que sigan jugando, que en una de esas... «¡Paremos, paremos! ¡Ya está!», les ruega el Beto. Pero no hay caso. El caos le gana al sentido común: todos hablan, todos gritan, todos insultan, nadie escucha. Outes necesita de un aliado que le dé una mano, alguien que esté sereno como él y convencido de que el milagro es posible.
El presidente del Rojo, Julio Grondona, sigue todo desde el palco. Con discreción llama al vice Jorge Bottaro, que está en la platea detrás de los bancos de suplentes junto con otros dirigentes, y le dice: «Pedile a Pastoriza que sigan, Independiente no se retira». Bottaro baja hasta el alambrado, llama a los gritos al entrenador y le exige que se queden, que deben terminar el partido pase lo que pase. El Pato, entonces, actúa. Ya es tarde para evitar las expulsiones, pero por lo menos intenta impedir que la tragedia sea aún mayor. Primero se ocupa de Trossero, Galván y Larrosa: los abraza, los consuela y los acompaña hasta la boca del túnel. Ahora debe convencer al resto de que tienen que jugar lo que queda del partido. Le habla a uno, a otro, a los ocho. El Beto Outes está de su lado. Son dos para entusiasmar a siete. Vamos muchachos, solo necesitamos un gol, vamos que se puede, un gol nada más, un gol y festejamos en Avellaneda, un gol y firmamos la hazaña, un gol y se termina todo, vamos muchachos, un gol, que esto es Independiente. ¡Vamos, carajo! Al Bocha le cambia la cara. Acepta seguir. El resto se suma. Si el Pato lo pide y el Bocha quiere, están todos.
Los once de Talleres esperan en su campo. Los de Independiente arrastran los tapones y se ubican en sus posiciones. El Beto Outes ocupa el hueco en la defensa que dejó la expulsión de Trossero. Nadie le pide que juegue abajo, es una decisión que toma por puro instinto. La línea de fondo está rearmada. Pero del medio para arriba hay más huecos que jugadores. Más allá de la arenga del Pato, están golpeados. Perder un campeonato por una injusticia tan evidente es desolador. ¿Qué queda? Evitar la goleada y el papelón, que la derrota sea lo más digna posible. Pero desde el banco de suplentes llega un gesto que les devuelve la confianza: Pastoriza hace entrar a Daniel Bertoni y a Mariano Biondi. El Pato se la juega con dos que juegan. Con dos que saben tirar paredes.
Bertoni no está entero. A pesar de que se encargó de anunciar por todos lados que se había recuperado y que estaba a disposición de Pastoriza, en realidad está con poco ritmo, falto de fútbol. Tiene más entusiasmo que estado físico. El Pato no mete un jugador, mete un golpe de efecto. Después de todo, es Bertoni, y por más que el cuerpo no responda en plenitud no se olvidó de devolver una pelota al pie. No importa cómo, vos entrá. Y Bertoni entra. Al primero que se cruza sobre el césped es a Bochini. Se conocen de memoria, juegan de memoria. «¡Vamos que ganamos!», lo arenga Bertoni. «¡Sí, sí, vamos que ganamos!», responde el Bocha.
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