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Lionel Messi: el futbolista extraordinario no pudo contener al hombre vulgar
Más allá de sus aciertos, la selección argentina no es confiable , aunque sabe reaccionar cuando está al filo; lo malo: el aire pendenciero que salió a la luz ante Países Bajos
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Equipo extraño, de encanto camaleónico: sagaz, torpe, agazapado, intenso, rocoso, protagonista, quejoso, incómodo, muchas veces despistado. Como en el tiro libre que le regalaron Paredes/Pezzella y Países Bajos lo aprovechó para empatar y paralizar a una nación. Todo junto. Feroz y pragmático, también es ambicioso y se repliega. Impone el ritmo, lleva los partidos a los lugares del campo donde más le conviene y más tarde pierde el rumbo del encuentro. Un equipo ingenuo en algunos pasajes, y salvaje en otros. Que se protege, retrocede, y de repente se lanza como una manada de lobos hambrientos. Todo esto lo hace insoportable. Y se trata de un elogio.
Pero en realidad lo que lo sostiene no es el estilo, ni el dibujo táctico, ni la propuesta. Es el carácter. El mismo que desapareció la tarde del debut con Arabia Saudita cuando se descubrió en desventaja. Pero contra las cuerdas, después de una hora de pánico contra México, reencontró el espíritu. Ese día le devolvió el alma Lionel Messi, y desde entonces lo guió la personalidad del capitán.
Messi dinamiza y contagia. Obliga, compromete. Y los demás responden. Con errores, muchos. La selección no es confiable y probablemente no lo vaya a ser en lo que queda del Mundial. Pero supo reaccionar. Con México fue algo así como un 32avos de final; luego, con Polonia, se trató de los 16avos de final; llegó Australia para animar los auténticos octavos, y ahora Países Bajos, en cuartos. Siempre al filo, siempre con la sensación de eliminación directa. Y con mejores o peores atributos, con más solvencia o con algunas dosis de suerte, el que no le falló más fue el corazón. El equipo es indómito, feroz e impresiona el contrato grupal. Su capital es el compromiso, la disposición al esfuerzo. Con aires pendencieros, también, muy reprochables. Como el innecesario festejo de ‘Cuti’ Romero en la cara de un rival neerlandés luego del gol de Molina; como la valentonada de ‘Dibu’ Martínez frente a Luuk de Jong al descolgar un centro, y como el pelotazo de Paredes contra el banco de Van Gaal que tendría que haber sido castigado con la expulsión. Y expulsión también para la reacción posterior de Van Dijk.
La vena competitiva, el ardor emocional, en ocasiones, son el combustible que rescatan al desdichado. Pero en los desbordes de ayer no hay justificaciones. Hace algunas semanas, consultado Roberto Ayala por estos desenfrenos que no son nuevos en el ciclo, el ayudante de Scaloni le respondía a LA NACION: “Tenemos jugadores con ese carácter; carácter, por cierto, que los ha llevado a dónde están, también. No podemos reprimir a ‘ese indio’ que llevan adentro porque es muy positivo, pero ojo, ojo, hasta un lugar, hasta un límite”. No hubo límite, perdieron la línea. Un rebaño con varios maleducados.
Saber ganar es la auténtica medida de la conducta y los valores. Tras el último penal, el de Lautaro Martínez, no fueron pocos los que decidieron provocar a los neerlandeses: Otamendi, Paredes, Montiel, Di María… ‘Dibu’ Martínez directamente se cruzó e insultó con algunos rivales. Messi le dedicó gestos y palabras a Van Gaal para mofarse. Se plantó delante y a metros le hizo el Topo Gigio. ¿Se sintió menospreciado porque el DT había dicho que “no juega mucho cuando el rival tiene la posesión del balón”? Su venganza había sido su magnífica actuación. Pero tenía más groserías guardadas. Después de dedicarle todo tipo de críticas al árbitro español Mateu Lahoz, continuó: ‘¿Qué te pasa bobo? Andá.., andá para allá bobo…’, le dijo con desprecio a Weghorst en la zona mixta. El perfil maradoneano que tantos años se le reclamó… y tan mal habla del pedido.
Messi siempre fue guapo, cantara o no el himno, en definitiva, una ridiculez bien nuestra. Nunca había sido descortés ni irrespetuoso, esos rasgos que tantas veces en la Argentina parecen imprescindibles para trepar a la idolatría. Messi durante mucho tiempo se resistió, pero desde hace algunas temporadas se intoxicó. El futbolista más extraordinario de la historia, valiente para conducir a su selección otra vez a las semifinales del mundo, 10 para LA NACION en otra página inolvidable, también puede ser un hombre vulgar.
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