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Marcelo Gallardo, la psicología de un ganador: "Gestiono un equipo y trato de hacerlos sentir valorados y convencidos"
En una extensa entrevista con La Nación Revista, el Muñeco contó detalles de su método de trabajo
Ahora sí, ahora no; ahora sí. La pelota de fútbol estaba casi siempre a la vista; picaba, volaba y avanzaba sobre el potrero instalado frente a su casa en el barrio Parque San Martín de Merlo, provincia de Buenos Aires. Podían verla y oírla todos: su papá, Máximo; su mamá, Ana María, y sus dos hermanas, pero él no le prestaba atención. Cuando nadie lo llamaba Muñeco ni se adivinaba su futuro de jugador exquisito, menos aún de director técnico que haría historia en River Plate, él pensaba más en barriletes que en la pelota. A los 7 años, soñaba con ser piloto de avión y el fútbol no le divertía en absoluto. Una temprana experiencia en un club de Merlo lo había dejado fuera de la cancha a los tres minutos de ingresar con un pelotazo que impactó de lleno en su cabeza y lo dejó mareado. La historia de Marcelo Gallardo (39) es entender cómo la pelota pasó de no significar nada a ser todo (o casi todo) lo que importa.
Hoy es un sábado perfecto, el sol de verano ilumina de lleno el estadio de River. Los ocho regadores que rocían el césped sólo alcanzan a cubrir la mitad de la cancha. Sobre la otra mitad, una marea de gente sigue a una mujer con megáfono. Son chicos y grandes coloreados en blanco y rojo, madres con bebes a upa o empujando cochecitos, padres con celulares capturando los rincones que sólo conocían desde lejos. Hay algo de solemnidad en sus expresiones cuando levantan la vista, hay algo de reverencia en la forma en que pisan el pasto, pero más que nada aquí, en el Monumental, hay sonrisas y un humor liviano y ganador. A sólo un metro, casi recostado sobre un sillón de dos cuerpos, está el responsable.
"El entrenador vive 24 horas pensando en fútbol. Es una profesión apasionante. Hay un montón de pequeños mundos que resolver: las cabezas de los jugadores", dice el DT que le devolvió la frescura y el brillo al club, rompiendo récords y sumando copas desde que se transformó en el sucesor del caudillo Ramón Díaz.
Cada día, a las 6 de la mañana, Gallardo abre los ojos y ya está pensando en la pelota. Su desayuno lo espera en Ezeiza, junto a todo el equipo de River. Allí también lo aguardan los tres diarios que lee cada mañana. Primero, la sección deportiva; después lo demás. El fútbol no abandona su mente hasta que regresa a su casa a eso de las 20, donde lo espera Alejandra, con quien lleva casado más de 17 años. Al cruzar la puerta intentará desconectarse, al menos apagar el celular, pero en su cabeza seguirán orbitando a toda velocidad pelotas, gambetas y goles logrados a partir del buen juego. Así es el trabajo de un entrenador.
"Nací en el hospital de Merlo. Crecí en un barrio de trabajadores, de gente buena. Disfrutaba de jugar en la calle, en el campito. Jugaba a todo lo que se te pase por la cabeza. Colgado arriba de los árboles o de la bicicleta. En mi casa sabíamos valorar las cosas. Tuve la suerte de recibir eso de mis viejos. Se valoraba lo humano por sobre lo material. Mi viejo ahora tiene canchas de fútbol, pero toda su vida fue una especie de todoterreno para sobrevivir. Hoy el fútbol me da una estabilidad económica, pero al mismo tiempo sé lo que es vivir con poco o nada. De esas cosas no me olvido. Trato de recordarlo siempre."
No puede precisar qué despertó en él las ganas de jugar. Tenía unos 9 años, pero es difuso el recuerdo. Lo imborrable es la cara de su primo cuando lo vio con la pelota. "No lo podía creer. De un día para el otro podía hacer de todo. Una vez que la agarré, no la solté. Fue mágico." Luego vino el primer paso que forjó su destino. A los 12 y de la mano de su padre fue a probarse al club de Núñez y esperó durante tres horas apoyado contra el paredón de Lugones a que le dieran una oportunidad de mostrar lo suyo. Era una tarde de noviembre de 1988. Pasaban los 80 chicos para la prueba: todos menos él. Al pequeño Gallardo nadie lo llamaba, ni siquiera lo miraban. Sus dos amigos con los que había ido ya habían jugado y hasta se habían duchado para volver a sus casas. Él seguía esperando. Su papá lo fue a buscar dos veces para regresar, pero él no se iba a mover de ahí. Estaba oscureciendo cuando le dijeron: "Uy.me había olvidado de vos". Era la voz de Gabriel Rodríguez, el técnico de infantiles, quien quedaría sorprendido por su habilidad. "Venite el jueves que te vamos a fichar."
Lo bautizaron Muñeco cuando empezaba a entrenar en Primera. Con cara de nene, ni granos tenía cuando lo apuraban en la cancha: Ahí va el muñequito, ojo con el muñequito. A los 17 debutó en el equipo mayor y logró ocho vueltas olímpicas.
Ahora está vestido con la ropa de entrenamiento: remera, short negro con franjas naranjas, medias cortas y zapatillas. Al redondear una idea, bebe un sorbo de la botellita de agua que sostiene en su mano curtida por el sol y mira a los ojos, esperando la próxima pregunta. No lo enamora el timbre de su voz; no es como esas figuras que gustan de escucharse en alambicadas y eternas respuestas. Concreto, seguro y decidido, el DT transmite ideas claras. Ayer, un pequeño habilidoso que devino eximio jugador; hoy, el cerebro que guía al equipo exaltando el buen juego, el protagonismo, los ataques vertiginosos y la velocidad de la pelota.
¿Qué es lo primero que pensás al despertarte?
Es muy difícil desconectarme de lo que hago. Me cuesta. Hago mucho esfuerzo por no llegar a un estado de obsesión. Y me cuesta hasta reconocerlo. Fui muy crítico de las personas que pierden de vista las otras cosas importantes: hijos, familia, amigos. Hago mucho esfuerzo por bajar de la dinámica y de lo que me genera estar enfocado en el fútbol. Me cuesta dejar de pensar.
En cuanto a obsesiones, Marcelo Bielsa contó haber mirado los 42 encuentros anteriores de un rival, dos veces. ¿Cómo es tu método de trabajo?
Eso es llevarlo a un nivel muy obsesivo. Mi metodología se sostiene en mi equipo. Tengo uno muy bueno: asistentes, grupo físico, mi cuerpo médico. Desde la utilería a la cocina. Yo gestiono un equipo. Trato de hacerlos sentir valorados, responsables y convencidos. Además, es un grupo de jugadores solidario, humilde y eso facilita todo lo demás. Creo en los grupos humanos, en las personas. Y creo en el trabajo. Si tengo personas trabajadoras, sé que voy a salir adelante.
Dijiste que te hubiera gustado ser mayor al momento de ser dirigido por Bielsa, porque podrías haberlo aprovechado más.
Bielsa fue de los técnicos de los que más aprendí, pero quizá me perdí algunos conceptos por ser muy joven o porque no me interesaban tanto en ese momento. Hubiera podido sacarle más jugo. Es una de las personas que más me ha despertado el interés por el juego.
¿Cómo surgió la idea de incorporar a la especialista en neurociencia Sandra Rossi al cuerpo técnico?
Soy bastante curioso. Trato de ver qué herramientas pueden ser un complemento para los jugadores. Cuando terminé el contrato con Nacional de Montevideo, tenía que parar para seguir formándome. Tuve un receso de dos años y empecé a viajar a Europa para seguir aprendiendo y empapándome de cosas. Me reuní con entrenadores, con directores deportivos, con jugadores. A Sandra la conocí a través de Pablo Dolce, nuestro preparador físico. Era novedoso porque esto no se hacía. Además, era un desafío incoporar a una mujer en un mundo tan machista como el del fútbol.
¿Se ven los resultados?
Sí. Me hubiera gustado tener esa preparación cuando era jugador. Sumar algo más que no tenga que ver con el entrenamiento de campo, pero sí relacionado al entrenamiento mental, visual, de anticipación. Aquellos jugadores que piensan mejor, más rápido, con más herramientas para resolver son los que hoy hacen la diferencia. Y si además tienen incorporado lo técnico, lo táctico y lo físico se potencian más. Pero el motor es la cabeza.
¿Cuál es el desarrollo intelectual que se espera de un jugador?
Los jugadores más inteligentes generan mejores resultados. Los que resuelven situaciones complejas son unos pocos talentosos, pero necesitás jugadores inteligentes para lo colectivo.
Gallardo asumió como DT de River el 27 de julio de 2014 y logró muy pronto recuperar la gloria millonaria. Hubo un momento especialmente emotivo tras obtener la Copa Sudamericana, cuando rompió su reserva y se abrazó con el periodista Tití Fernández. Con los ojos rojos y la voz quebrada, lanzó un descargo que ventiló una herida: "Se lo quiero dedicar a mi vieja." Su mamá había fallecido unos días antes y ahora le tocaba festejar sin ella.
Fue un momento de emociones fuertes esa final.
Me tocó vivir un momento muy delicado el año pasado. Tenía que estar enfocado y responder a un grupo de jugadores que me acompañaba y, entre todas esas cosas, ir padeciendo la enfermedad de mi madre. Fue demasiado intenso. Era muy difícil no explotar en ese momento de felicidad y tristeza al mismo tiempo. Mi mamá me acompañó hasta cuartos de finales, hasta el partido contra Estudiantes. Ella se sentaba en la platea y siempre me esperaba en la puerta del vestuario para saludarme. No la tuve cuando jugamos contra Boca y fue muy duro. Me acompañó a todos lados desde que era muy chiquito. Nunca me dejó solo. En los lugares que jugaba siempre estaba presente. Siempre iba a visitarme.
¿Por qué pensás que el fútbol es importante para tanta gente? ¿Qué fibra toca que genera tanta pasión, tanta obsesión?
Es una linda pregunta porque a veces uno no logra interpretar por qué se genera tanta pasión a través de este deporte. El amor al juego hace que muchas personas se sientan reflejadas. Lo que no entiendo es el desequilibrio mental con el cual vivimos el fútbol en este país. Eso me entristece. Lo empaña.
En la película Un domingo cualquiera, Al Pacino se pone en la piel de un entrenador de fútbol americano y da un discurso antes de salir a la cancha: El margen de error es muy pequeño. Y en cualquier pelea se trata del hombre que está dispuesto a morir por ese centímetro. ¿Estos discursos son reales en los vestuarios?
Es muy real. Hay mensajes que son más sentidos que otros. Está también ese mensaje más chabacano y superficial: vamo a dejar todo, vamo a poner huevo. Creo en el más sentido, en decirles que salimos a la cancha a defender algo y a sentirnos bien con nosotros mismos. Siempre hay algo en juego. Uno es un privilegiado de poder salir a la cancha y representar diferentes niveles de pasiones. Después de esto no deben haber cosas en el deporte que despierten tantas sensaciones distintas.
¿Qué rasgo de tu personalidad te gusta transmitir y ver plasmado en tu equipo?
Justamente, la pasión. Es un rasgo muy marcado de lo que siento. Eso tiene que estar reflejado en mi equipo. Puede perder, puede ganar, pero tiene que haber esa pizca de pasión. También tiene que haber dedicación, trabajo y compromiso: cosas básicas, pero elementales.
¿Hay un estilo europeo y uno argentino a la hora de dirigir?
Está todo mucho más globalizado. Pero hay que adaptarse a las diferentes culturas y mentalidades. Me pasó en Uruguay, me pasó acá. Si quiero tener una innovación en un país con distinto grado de desarrollo va a llevar mucho tiempo y el fútbol no te da tiempo. Si no lográs resultados, no podés desarrollar nada a mediano y largo plazo. Tenés que saber dónde vas a incorporar algo porque se tiene que adaptar rápidamente.
¿Cuáles son tus intereses además del fútbol? Tus discos preferidos, películas, lecturas...
Me gustan los libros; me gusta la música. Antes me enganchaba mucho con novelas; últimamente estoy con biografías de personajes del deporte y libros de fútbol. Me llamó mucho la atención un libro sobre el Pep Guardiola que cuenta cómo vivía el fútbol, dentro y fuera de la cancha. Me sentí muy reflejado. Es muy fácil agarrarse de los tipos exitosos en el futbol, ¿no? Mourinho, Ancelotti, Guardiola. Pero me llamó mucho la atención lo que hizo en el Barcelona. Y me puse a estudiar a fondo lo que hizo antes de tomar las riendas. En todos los pasajes previos a esa conducción y en cosas que le pasaron como futbolista me sentí reflejado. Cuando la pasaba mal al tomar decisiones y cuando sentía frustración por lo que hacía.
¿En qué circunstancias sentiste frustración?
Cuando me lesionaba. Lo peor que te puede pasar es que el físico no pueda seguir a tu cabeza, no la acompañe. Un amigo, que hoy está en el cuerpo médico, me decía: vos tenés un motor de Ferrari en la carrocería de un Fiat 600. El potencial era mucho mayor y no lo supe administrar bien. Eso lleva a la frustración. Más allá de que hice un esfuerzo por hacer una gran carrera. Me sentí con mucha paz cuando dejé de jugar y eso es muy extraño en un jugador.
Dijiste que te gusta la música también.
Tuve momentos muy diferentes. En un principio era muy rockero, del rock de los 80 al heavy metal de los 90. Led Zeppelin, Metallica, Iron Maiden, Deep Purple. Después, escuchaba a Cerati, me parecía uno de los músicos más extraordinarios de nuestro país, pero también iba a los recitales de los Redondos. No estaba de acuerdo en eso de que si eras ricotero no podías escuchar Soda Stereo. Fui a ver a los dos. Crecí mucho con el rock. En el auto, ahora, trato de escuchar música y no radio para bajar un poco. Tengo unos cedés de Bunbury (Enrique) y mis discos de Calamaro. El disco de la Bersuit, La Argentinidad al palo, es mi caballito de batalla. Y a veces me da nostalgia y me gusta escuchar música francesa.
Viviste cuatro años y medio en Mónaco y uno en París. ¿Cómo fue el salto de Merlo a lugares tan idílicos?
El fútbol me dio la posibilidad de enriquecerme desde todo punto de vista. En cada viaje que fui haciendo desde muy chico se me fue despertando el interés por la culturas de cada lugar. Tenía 22 años cuando llegué a Mónaco. Fue un cambio brusco, pero lo viví con naturalidad. Cuando llegué al aeropuerto de Niza me esperaba la comitiva para ir hasta Mónaco ¡en helicóptero! Era muy fuerte para mí. Me acuerdo que me decían: tenés Niza y otras ciudades para recorrer, pero son un poco inseguras (se ríe a carcajadas). Encontrarlo al príncipe Alberto en un bar a la noche era normal. Me cruzaba con Magic Johnson, con Schumacher. Una noche estábamos tomando una cerveza con un amigo y en una mesa ahí nomás había un tipo cantando. ¿Quién era ese loco? Era Bono, con amigos cantando a capela. Fue un flash.
Tenés tres hijos. El mayor, Nahuel (16 años), es jugador de fútbol. ¿Su elección te deja orgulloso, conforme o te hubiese gustado que siga otro camino?
Es su elección, nunca me animaría siquiera a opinar. Soy respetuoso de sus gustos y deseos. No le digo nada a menos que él me pida una opinión. Han mamado el fútbol desde muy chicos y no les quedó otra que acompañar al padre. Nahuel es muy pasional y muy gallina. Juega en el club, y está de alcanzapelotas y yo de técnico, así que imaginate. Lo disfrutamos mucho.
¿Cómo te definís?
No me defino. Cuando remarcás demasiado como sos, queda mal. Cuando leo entrevistas y veo que la gente se remarca demasiado en cuanto a sus formas, no entiendo para qué lo hace.
¿Te preocupa cómo te percibe el otro?
Lo justo y necesario. No me doy mucho rollo con eso.
PERSONAL
Nació el 18 de enero de 1976 en el barrio Parque San Martín, Merlo, Provincia de Buenos Aires. A los 12 años se probó en River y a los 17 debutó en la Primera, con Daniel Passarella como DT, el 18 de abril de 1993
Tiene tres hijos: Nahuel, que juega en las inferiores de River, Matías y Santino. Casado hace 17 años con Alejandra Larrosa, a quien conoció cuando tenía 15 años
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