Racing le ganó 1-0 a Argentinos sobre la hora y se recuperó tras las derrotas en los clásicos

Había murmullo, reproches, fastidio grupal. Una sinfonía de desatino para un equipo que, tiempo atrás, le dio al público, a la historia, una vuelta olímpica inolvidable. Racing no podía. Buscaba en la confusión, creía en la desesperación. Chocaba, como chocan los que andan con los ojos vendados. La Academia era un tren a toda velocidad, con un destino incierto. El rival, Argentinos, anda contrariado: sigue con la cabeza en el cuerpo herido de Ham. Su imagen está más concentrada en el sanatorio que en el espectáculo. Por eso, Racing no podía fallar. Y, sin embargo, era un tropiezo en sí mismo. Sobre todo, durante los últimos 30 minutos, en los que contaba con un instrumento más, por la expulsión de Franzoia, un impertinente por la salvaje entrada sobre Aued.

No se le caía una idea fresca. Ni Bou, ni Milito, ni Romero, ni Aued. Hasta que el paraguayo descubrió un espacio vacío. Capturó la pelota y celebró a lo grande, con un zurdazo preciso que Gabbarini no alcanzó a controlar. Algo que había resuelto en casi toda la noche. A dos minutos del cierre del desarrollo, Racing ganó. Y esos murmullos, esos silbidos tenues, se convirtieron en un festín a cielo abierto. Así es el fútbol, cambiante, injusto, pasional, delirante. Un gol lo cambia todo.

De pronto, Racing está a nueve puntos de Boca, con la misma cantidad de partidos, porque debe el choque suspendido contra Godoy Cruz, que ganaba por 1 a 0 y que deberá completar el miércoles próximo. Sigue lejos, es cierto. Pero no afloja. Un buen resultado de Banfield en la Bombonera, por caso, lo puede encontrar en carrera una vez más.

"Este grupo está para pelear todo lo que juega", cuenta Romero. Y algo de eso debe tener, porque también está en carrera en la Copa Argentina: está inscripto en las semifinales contra Rosario Central. La Academia, sin embargo, no anda bien. Está perdida, algo nerviosa, inmersa en la confusión. De modo global, supera a la mayoría de los rivales, como en el caso de anoche contra Argentinos. Pero no sabe cómo ni cuando imponer su sello distintivo.

Tiene cinco problemas fundamentales. Lucha contra ellos, busca maniatarlos. El gol de Romero, sin embargo, no los esconde: siguen dando vueltas por ahí.

1) No le encuentra la vuelta de rosca a los partidos envueltos en telaraña. No tiene paciencia ni perseverancia. Cae en la trampa de los esquemas rústicos de los rivales. Debe descubrir nuevas variantes de ataque.

2) Los pelotazos no deben ser su método. Argentinos le cubrió bien los espacios, lo gobernó a partir de sus dudas, de sus miedos. Y hasta tuvo un par de situaciones de contraataque interesantes. Nunca debe bajar los brazos en el control táctico de los partidos.

3) No crea un mundo de armonía en la elaboración. Romero es intermitente: una bien, una mal, una al viento, una al arco, la del final. Sin compañía, es una ventaja para el ocasional rival.

4) La precisión extraviada de dos delanteros fantásticos. Bou y Milito son dos terremotos en el área rival. Buscan, generan, marcan goles de todos los colores. Sin embargo, cuando no están inspirados, las alternativas no abundan. Los volantes no tienen capacidad de reacción para el remate sorpresivo, profundo.

5) Gabbarini, el arquero de Argentinos, tuvo una destacada noche. Rápido, con reflejos, surgió cuando los mejores instrumentos de Racing se sacaron el letargo y definieron con potencia. Cerró casi todos los caminos.

Casi, casi, todos los senderos. Hasta que en el final encontró el gol de la victoria. Impensado, inesperado, que lo transforma todo. El fútbol es así.

Franzoia se fue expulsado por una dura entrada sobre Aued

El gol de Romero