Un cierre violento para un año negro
El partido se paró dos veces, la segunda de forma definitiva, por las agresiones de los barras del Taladro; hubo choques entre los hinchas y de éstos con la policía
El descenso de Banfield a la B Nacional estuvo rodeado de una escenografía que volvió a recordar lo más detestable de una tarde de fútbol. Otra vez apareció la postal más indeseable y, lamentablemente, más repetida de los últimos tiempos. Lo prenunciaban los cantos hostiles que arrancaron después del primer gol y que fueron en ascenso. La tensión en la tarde del sur del Gran Buenos Aires podía percibirse en cada gesto. Para el gran descalabro, en estos casos, sólo es cuestión de que alguien encienda la mecha. Y lo hizo -involuntariamente- Colón, a través de más goles. La barra brava del Taladro arrancó con los insultos a sus jugadores hasta que alguien fue más allá y le lanzó un proyectil a Diego Pozo, arquero de Colón. Transcurrían 42 minutos del primer tiempo, el Sabalero ganaba por 3 a 0 y Federico Beligoy tuvo que parar el partido por siete minutos, ya que, además, los violentos habían abierto una parte del alambrado y amenazaban con ingresar en el campo. Un cordón policial solucionó provisionalmente las cosas y así, al menos y a los tropiezos, se pudo completar el primer período.
El desmadre mayor llegaría más tarde. Porque durante el segundo tiempo, mientras los barrabravas les gritaban e insultaban a sus jugadores, el púbico de la tribuna Eliseo Mouriño, harto, comenzó a reprobar la actitud y así se generó un desconcierto total. Todos agredían. Unos a otros y éstos a aquéllos. A los 35 minutos, ya no importaba siquiera el destinatario de los proyectiles: esta vez fue Lucchetti el que recibió los envíos de su propia hinchada. Allí sí, Beligoy se cansó. La integridad física de los jugadores no estaba a resguardo y se paró el partido.
El fin de lo deportivo le dio el puntapié inicial a la otra barbarie. A la que los inadaptados se las ingenian siempre para mantener a flote y hacer gozar de buena salud. La salida de los locales fue caótica. A pesar de los vallados situados en la intersección de Arenales y Gallo y de Arsenales y Peña, no se pudo evitar los forcejeos entre los mismos simpatizantes locales, y entre éstos y la policía.
Algo inusual fue que la gente que había insultado a los barras pasó a la acción y atacaron a éstos con piedras. La policía, que se vio desbordada, empezó con los disparos de balas de goma como único modo de disuadir y dispersar a la gente. Lo hizo del peor modo: disparando al cuerpo de los involucrados. Unos se perdieron por las calles de la ciudad, otros reingresaron en el estadio para protegerse. Un caos.
El final de la tarde encontró a unos 200 hinchas unidos al grito de "que se vayan todos, que no quede ni uno solo" mientras se alejaba, en el medio de algún piedrazo perdido, el micro con los jugadores. Otro final acorde con los tiempos violentos que no deja de padecer el fútbol argentino.
FINAL CON ATENCIÓN MÉDICA
El municipio de Lomas de Zamora dispuso de cuatro ambulancias, intuyendo el final que se registró; allí atendieron un caso de hipertensión, otro de ataque de nervios y un tercero de un hombre con una fractura en un brazo tras una gresca en la platea.