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En las tribunas del fútbol argentino, cada vez son menos los cánticos que expresan un vínculo de pertenencia e identificación con el club propio. En general, las letras aluden a la apología de la violencia y de las drogas, del exterminio del rival (enemigo) como motivo de satisfacción y autoafirmación. Una de las pocas concesiones a la sensibilidad deportiva, al sentimiento más noble, es el estribillo que hace al perfil de un equipo: "Vamos, vamos los pibes...". Anteayer lo entonaron los simpatizantes de Racing, orgullosos del despliegue y la entereza de varios juveniles para jugar en el Monumental. Ultimamente también se hizo habitual oírlo de los hinchas de Boca. En su momento también fue un cántico reivindicatorio, de cabecera, para San Lorenzo y Lanús.
La aparición de los pibes no siempre se da dentro de la contención adecuada. No sólo deben cubrir los huecos que producen las continuas ventas al exterior, sino también las vacantes que dejan sus propios contemporáneos, ya que son muchos los que, con o sin patria potestad, emigran sin dejar mayores rastros en la primera división.
Así, la promoción de juveniles no responde tanto a un programa como a las necesidades, urgencias y la superposición de competencias para planteles reducidos. Por cada campeonato, los jóvenes que debutan se cuentan por decenas. Generalmente, los de River, Boca o algún otro grande se llevan los primeros planos, pero en los niveles intermedios también las noticias son permanentes (anteayer, el volante Sebastián Grazzini convirtió su primer gol en tres partidos para Newell s; hace 10 días, el delantero Milton Galeana, de Estudiantes, se presentó con un tanto frente a Racing).
Los jóvenes están llamados a ser un soporte importante de la competencia interna para contrarrestar el carácter exportador de los clubes. Les toca convivir con los que vuelven del exterior por falta de adaptación o porque cumplieron un ciclo, y con un creciente número de jugadores que proviene de las divisiones de ascenso (síntoma de que la prioridad es gastar poco en refuerzos) y de países sudamericanos.
En nuestro fútbol, a los juveniles no les faltarán oportunidades, que también encierran grandes riesgos, como la asignación de responsabilidades excesivas, la intolerancia al error, las tentaciones extradeportivas derivadas de una súbita y exitosa exposición pública. Son piezas de un mercado que demanda novedades constantes, que consume y desecha a velocidad de vértigo, que hace que la fugacidad sea norma y no excepción. "El vamos, vamos los pibes" suena genial si no se olvida que está destinado a representantes de una edad que necesitan más del apoyo que del apurado reconocimiento.



