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Es cierto que los cachetazos emanados de la inmoralidad son mayoría en una sociedad demasiado permeable a la corrupción, pero no todo está perdido. Lo bien que se siente uno cuando ve gestos, iniciativas, actitudes. Cosas simples, que son las que más directamente llegan y conmueven. Pasa cuando una persona de escasos recursos no se apropia de lo ajeno y devuelve 5000 dólares que se cruzaron imprevistamente en su camino; o cuando una pareja decide adoptar quintillizos que han quedado a la deriva por un golpe del destino.
El deporte tiene sus cosas buenas y malas; saludables y miserables; de lealtades y de trampas. No hace mucho, Sergio Vigil, técnico de las Leonas, dio una muestra cabal de su identidad intachable al convalidar un gol de Alemania en un amistoso, corrigiendo el fallo de los jueces, que no habían advertido la conquista. La noticia, en ese entonces, tuvo una gran repercusión por tratarse de una rareza. No debiera serlo.
Ahora, muy lejos, en Hong Kong, otra decisión resultó reconfortante. Jugaban Irán y Dinamarca por la Copa Carlsberg; con el score 0-0, y casi al finalizar el primer tiempo, el iraní Kameli tomó la pelota con las manos al escuchar un sonido de silbato que, como casi todos, creyó que había sido el pitazo del árbitro. Error: algún gracioso en la tribuna confundió al futbolista. El juez, claro, sancionó el penal. Fue entonces cuando el DT dinamarqués, Morten Olsen, no dudó: le ordenó al capitán, Weighorst, errar el remate. El público aplaudió; los jugadores también. Después, el equipo europeo cayó por 1-0 (gol de penal). "No perdimos por mi decisión, que fue justa, sino por las fallas que cometimos", señaló Olsen. Todo un caballero.
El hecho hizo recordar otros casos, como el de Mario Marcelo, que en un partido que Ferro perdía por 3-1 ante San Miguel le aclaró al referí que estaba expulsando equivocadamente a un rival que no tenía dos amarillas sino sólo una; el del italiano Paolo Di Canio, agarrando la pelota con las manos antes de convertir un tanto para West Ham al observar al arquero de Everton tirado en el piso, lesionado; el del inglés Robert Fowler (Liverpool), errando a propósito un penal frente a Arsenal al no convencer al juez de que en realidad nadie le había cometido foul.
Se puede trascender y dar ejemplo sin hacer trampas ni defraudar. ¡Qué bueno que todos -dentro y fuera del deporte- lo entendiéramos! Y lo pusiéramos en práctica, obvio.



