Popó Freitas, de la favela al título del mundo
Popó es un héroe de pies descalzos y sonrisa franca allí en Bahía. La música Axe, típica de ese Estado brasileño, lo recibe al ritmo de tambores cada vez que vuelve con los puños gastados a trompadas. Nadie lo llama Acelino Freitas , como nació en el pobrísimo barrio de Cidade Nova, próximo al centro viejo de Salvador. Es Popó para todo el mundo, muy a tono con la idiosincrasia tan brasileña de abusar del seudónimo.
Con 26 años, Popó es boxeador en un país que extrañamente, por tamaño y masa demográfica, no tiene tradición sobre los rings. Y es más que eso. Pegador vertiginoso, Freitas se convirtió en el tercer campeón mundial de Brasil, después del Gallo de Oro, Eder Jofre, y del mediano Miguel de Oliveira. Desde 1999 es monarca de los livianos juniors de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) y hace dos semanas se apoderó del cinturón de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras superar al cotizado cubano Joel Casamayor.
No le cuesta demasiado reflexionar a Popó y recordar el pasado de urgencias tan cercano, ahí a la vuelta de la esquina. No le hace falta recurrir a los duendes de su memoria para volver a aquella favela donde sobre el piso de tierra se acomodaba como podía en un colchón para dormir junto a sus cinco hermanos.
Así de humilde fue la infancia de Freitas, hijo de Zuleica, una mucama, y de Niljalma Jones, cuyo oficio se asemeja al de nuestros conocidos levantadores de quiniela. La escuela no lo alentaba, pero la merienda que allí daban era argumento suficiente para no faltar ni un solo día. A los 14 años, mientras alternaba recogiendo la basura de su barrio para ganar algún dinero, terminó la primaria y le dijo basta a los estudios.
Cerca de su casa, en el gimnasio Champion, hacía guantes su hermano mayor, Luis Claudio Freitas. Popó no tardó en entusiasmarse y se dedicó a una actividad que, según él mismo admite hoy, lo salvó de caer en las garras de la marginalidad. “Entré en el boxeo con la voluntad de poder algún día ayudar a mi familia”, cuenta Popó, que a los 16 años tuvo a Rafael, su primer hijo. Después llegaron Juan, Igor e Iago, los cuales tuvo con dos mujeres distintas, y también reconoció el año último un quinto vástago en el interior del Estado.
Pero hace cuatro meses Freitas sentó cabeza y se casó con la bella Eliana Guimares, hija de un abogado millonario de Brasil, que le dio un apasionado beso sobre el ring luego de la victoria sobre Casamayor, en Las Vegas.
Su ascenso como amateur tuvo como pico máximo una medalla plateada en los Juegos Panamericanos de 1995, en Mar del Plata. El paso al profesionalismo fue inmediato y su estilo, picante y tan amigo del KO, le abrieron camino.
Conquistó el título mundial en Francia, ante el ruso Anatoly Alexandrov, que lo subestimó diciendo que de Brasil sólo conocía buenos futbolistas. La respuesta de Freitas fue un furibundo KO al minuto y medio que sacó a su rival en camilla del ring, rumbo al hospital.
No perdió nunca y sólo dos de sus 31 triunfos fueron por puntos . Con ese impresionante récord y su tremenda pegada, Freitas se ganó la atención del público norteamericano.
El altruismo es otra de sus virtudes. Nunca pierde la oportunidad para alguna donación: “Estoy trabajando para abrir una fundación que ayude a los chicos pobres”, dice y tampoco oculta sus aspiraciones políticas y su deseo de postularse para algún cargo en la gobernación de Bahía.
Y hasta se da el lujo de comparaciones exageradas: “Yo represento para el boxeo brasileño lo mismo que Ayrton Senna fue para el automovilismo nacional”.
Admirado hasta por el fallecido escritor Jorge Amado, amigo del cantante Gilberto Gil, Popó Freitas conquistó las luces de Las Vegas. Aquellas que ni cabían en su imaginación, cuando en la miserable favela de Bahía aprestaba sus puños para luchar contra la marginalidad.