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Lo que hasta unas pocas fechas atrás era un canto al gol para River, ahora se transformó en un silencio impotente. De aquellas señales de fútbol desinhibido y desequilibrante, a estos signos de equipo sin vuelo y más previsible para la marca rival. De las semejanzas con el tricampeón 96/97 que se apuró en encontrar Ramón Díaz, a este momento de identidad indefinida. De los cuatro goles ante Instituto, Estudiantes y Belgrano, a los dos partidos consecutivos (Argentinos y Vélez) sin convertir, lo cual hace varios campeonatos que no le ocurría a River. De las individualidades brillantes (Aimar, Saviola y Angel), a estos mismos nombres que no hacen la diferencia.
¿Tanto cambió River en unas pocas semanas? Quizás ahora se advierte de manera más cruda lo que antes tapaban los triunfos: es un equipo inestable e inmaduro. Muy librado a la inspiración individual y escasamente sostenido en un funcionamiento colectivo.
Entonces, si Saviola deja de ser esa liebre imposible para el cazador más avezado, si el fragor de la lucha que planteó Vélez puede más que las intenciones de Aimar y si Angel vive preso de la duda, este River ingresa en un estado de inseguridad masiva. Que hasta se reflejó en el penal que desvió Gancedo, que a lo mejor por pensar demasiado en Chilavert terminó por pegarle más a la tierra que a la pelota.
Este Vélez que busca reverdecer laureles los riega con el sacrificado sudor de sus nuevos brotes (Buján, Méndez, los hermanos Domínguez, Falcon) y echa firmes raíces en Chilavert cuando el viento sopla en contra; se quedó corto en el abono ofensivo con las corridas de Darío Husain y algunas apariciones de Bardaro. Pasó por el Monumental con un proyecto de empate al que le dedicó sus mejores fervores. El partido consagró la mayor parte de su tiempo a la fricción, al choque, al mandato de las piernas fuertes y las ideas débiles. Se vigilaron con mutuo recelo y midieron los riesgos. Por necesidad, River está más obligado a buscar en la ofensiva, a insistir, a probar caminos. Y se le hizo complicado porque Vélez no descuidó espacios.
River no terminaba de armar un fluido circuito de juego. Si bien se lo veía un poco más seguro en defensa -Lombardi reapareció con la firmeza en la marca que no tuvo en partidos anteriores-, le faltó movilidad en el medio campo (Escudero, intrascendente; el manejo de Gancedo no compensa su escasa vocación de carrilero). River perforó el bloque visitante cuando burló el achique, pero ahí apareció Chilavert para tapar ante Saviola y Gancedo. O la tibieza de Angel para cruzar una pelota que no fue centro ni tiro al arco. Mientras, un tiro libre de Chilavert le exigió a Bonano la espectacular atajada que no le habían demandado los delanteros.
La confusión y el enredo siguieron mandando en el segundo tiempo. Bonano demostró que su buen momento está más allá del error que cometió ante Argentinos y tapó una entrada de Bardaro y otra de Pandolfi. River es la imagen entregada por Gancedo en el penal. Como si los triunfos y los goles que hace poco le salían solos ahora se quedaron sin el empujón de la confianza.



