Nelson Ortega, pasión y estilo de vida con las montañas sin secretos
Uno de los pioneros del trail running, Nelson Ortega, cuenta desde sus orígenes como cortador de ladrillos en una chacra de Río Negro hasta su participación en dos mundiales
Se muestra parco y distante. A primera vista, Nelson Ortega parece de pocas palabras. Quienes lo conocen en profundidad dicen que es un libro abierto. Basta con observarlo en un campamento en el Columbia Cruce de los Andes o en los campus que organiza su amigo Gustavo Reyes para entender su lógica. Allí es otro. Se siente entre pares y, con el calor de un fogón, la charla puede extenderse casi hasta el amanecer.
Su sola mención ubica el calendario en los inicios mismos del trail running en la Argentina. Es que sus raíces están allí. Con el boom de carreras de montaña, existen pioneros. Aquellos que, sin querer, se volcaban a correr cuesta arriba sin saber que estaban desarrollando un deporte que tenía mucho por crecer. Ellos, como Nelson Ortega, no sólo se destacan, sino, también, perduran en el tiempo. Aparte de llevar 27 años corriendo, es quien, comenzado el nuevo milenio, se jugó por el trail running y su apuesta continúa vigente. Con una historia de vida llena de obstáculos, el "Picante" cuenta cómo pudo salir adelante corriendo. Desde su época de cortador de ladrillos, hasta su participación en los seleccionados de ultratrail.
–¿En qué momento de tu vida empezaste a correr?
–Iba a la secundaria, en el año 1987. En esa época vivía en una chacra en las afueras de Cervantes (Río Negro), y caminaba todos los días siete kilómetros de ida y de vuelta para ir a la escuela. Tenía 14 años y nos tocó hacer el famoso Test de Cooper. Como a mí me gustaba correr y tenía condiciones, les gané a todos los del secundario estando en primer año. Enseguida nos citaron para ir a los intercolegiales, al certamen regional. Ahí me di cuenta que era bueno para correr, que me salía bien, y además me gustaba. Para los intercolegiales, tenía conocimiento cero de lo que estábamos haciendo, y de ahí tengo mi primera anécdota como corredor. Cuando nos convocan a la pista (o algo parecido a una pista) donde competiríamos, el profesor nos juntó y armó los listados con las distancias o disciplinas de cada uno. Como yo no tenía idea, le pregunté a un compañero que iba a hacer, a lo que respondió: 1500. Me acerqué a preguntar porque no conocía a nadie y, tampoco, nadie me hablaba. No tenía idea de lo que me estaba diciendo ese chico. Pero cuando el profesor me preguntó, sólo atiné a responder: 1500. Fue mi primera experiencia en carrera.
–¿Con qué zapatillas corrías y como te entrenabas?
–En esa época corría con unas zapatillas Flecha con "serruchito", blancas. Éramos pobres, muy pobres, y no nos alcanzaba para más. Era un pibe de chacra. No teníamos mucha comunicación con el mundo y las diferencias sociales en el pueblo eran muy notables en aquella época. Entrenaba con un compañero del colegio, con quien corríamos cuatro kilómetros hasta el monumento a Ceferino [Namuncurá]. Descansábamos 10 o 15 minutos, porque creíamos que habíamos corrido mucho y volvíamos.
–¿Cómo siguieron tus años de secundaria corriendo?
–Al año siguiente de esos intercolegiales, el profe me llevó a un campeonato de cross country (a nosotros nos decía trekking) que se hacía en General Roca, a unos kilómetros de mi pueblo. Nos pasaba a buscar en su Citroën 3CV, un lujo para aquella época. Así fuimos participando en varias carreras de la zona, en las que siempre ganaba mi categoría. No sabía bien lo que hacía. Sólo corría y me iba bien. Trabajé durante toda la secundaria. Al principio, de chico, era cortador de ladrillos y con ese sueldo podía sustentarme o comer algo. En el verano, época de cosecha en el Valle, trabajaba en los galpones de empaque.
–¿En qué momento saliste del valle a correr en nivel nacional?
–Mi primera carrera importante a nivel juvenil fue en Neuquén. Para nosotros, ir de Cervantes a Neuquén, unos 70 km aproximadamente, era como salir a correr a Europa. En esa prueba gané y el premio fue un pasaje en tren a Bahía Blanca para la carrera del Diario La Nueva Provincia. Oscar Cortínez, José Luis Luna y otros monstruos más competían allí en mi categoría, mientras Tranquilino Valenzuela, Toribio Gutiérrez y alguno más iban por la general. Fue una experiencia que me quedó grabada para siempre [quedó 14°].
–¿Qué hiciste después de terminar el secundario? ¿Cómo siguió tu carrera?
–Siempre en la calle. Entrenándome como podía, con alguna guía que aparecía, pero siempre corriendo y compitiendo. En 1995 me anoté en el Ejército. Creía que era una posbilidad laboral y económica para salir adenlante. Tenía 21 años e ingresé al regimiento ubicado en Covunco, cerca de Las Lajas y del límite con Chile, en Neuquén. Allí tuve mi primer nexo real con la montaña. Dentro del Ejército nunca dejé de entrenar. En el invierno, le agregábamos esquí de fondo y una especie de biatlón, con tiro, pero con fusiles FAL. Me doy cuenta de que aquel entrenamiento riguroso me fue muy útil. Recuerdo una carrera aniversario de la ciudad de Neuquén. Tenía un circuito con una trepada muy larga en calle hasta la parte alta de la ciudad. Tenía la sensación de que era fuerte subiendo y podía sostenerles el ritmo a los punteros. Pero luego perdía en bajada. Casi igual que ahora.
–Ya en el Ejército, ¿qué más cambió respecto de tu entrenamiento?
–El esquí cambió mi forma de entrenarme. Estaba cuatro meses esquiando y me daba mucha fuerza. Siempre seguí corriendo y como era uno de los mejores de la zona, me enviaban a Buenos Aires a algunas carreras como la famosa Maratón del Soldado. Luego, en 1999 perdí un poco de forma porque me fui a vivir a la Capital para seguir la carrera de suboficial. Me dediqué de lleno al estudio y no corría tanto. Cuando egresé, me destinaron nuevamente a Covunco.
–Y ahí aparecen las primeras carreras de montaña...
–Sí. Seguí entrenándome siempre para calle e incluso cuando aparecieron las carreras de montaña, no quería ir. Era raro, era algo distinto y no me llamaba la atención. Pero veía a unos amigos que corrían y ganaban. Entonces decidí probar. La primera carrera fue una en General Roca, organizada por el eterno Paco Bustos, por equipos. Me fui solo adelante porque mi compañero se quedaba, hasta un punto que decidí esperarlo porque teníamos que pasar la línea de meta juntos. Corrí con una mochila como la que llevaba a la escuela y la inscripción valía 50 pesos. Me dijeron que andaba bien y me quedé enganchado. Las pruebas en esa época eran todas en equipos y fui cambiando de compañeros hasta que me encontré con Germán Retamal...
–Y ganaron todo.
–Varios años más ganamos las carreras en equipos que se cruzaran y dábamos batalla en las individuales. Estuvimos en las primeras Adventure Race, Desafíos al Volcán Copahue, Circuito Nike con grandes corredores como Trecaman, que aún sigue; Ramiro París, Leo Malgor, Samuel Ayala, Currumil... Luego vino el K42, el primer maratón de montaña. Nunca pude ganarlo. Lo preparábamos todo el año como el gran objetivo. Así, sin querer, nos hicimos corredores de montaña para abandonar la calle.
–¿Y que siguió?
–Carreras hubo miles. Pero ya en el 2006 me destinaron a Neuquén capital. Tiempo en el que me asenté definitivamente en el trail. Ahí conocí a Gustavo Reyes y nos fuimos haciendo amigos. Recién en el 2008 dejamos de ser rivales con escasa relación y corrimos juntos El Cruce. Como venía de estar en Covunco, perdido en el medio de la montaña, casi no hablaba. Estar solo tanto tiempo, te cierra mucho más. Costó entendernos. Fue algo lento. De a poco. Así vino toda la historia con El Cruce de los Andes [dos segundos puestos seguidos, en 2008 y 2009], donde nos costó varios años ganarlo. La peleamos mucho. En definitiva, corríamos porque somos corredores de sangre que no piensan en sponsors ni nada.
–Y Reyes te llevó con él...
–Por su insistencia, me pasé a las carreras largas. Se venía el mundial de ultratrail en Irlanda, en el 2011, y quería armar el equipo. No quería dar el salto más que nada por miedo a la distancia. Ahora, entiendo que salió bien. Cambiamos el entrenamiento y me fui adaptando. Hoy, tres años después, puedo decir que representé al país en dos mundiales de ultradistancia y es lo que todavía me mantiene ligado a correr.
–¿Qué cambió desde aquel cortador de ladrillos a hoy?
–En esencia, nada. Trato de mantener los pies sobre la tierra y no olvidar de dónde vengo. Tengo una familia que me acompaña y es un gran soporte que me ayuda para poder seguir corriendo fuerte y para, inconscientemente, ser el pionero de un deporte en el país. Conseguí el apoyo que tanto precisé cuando empecé, el que me permite no pensar en correr con cualquier zapatilla. Esto [por el apoyo] marca que algo hemos dejado y los corredores argentinos tienen un potencial, en medio del crecimiento de este deporte. Ahora, con unos años más, me doy el gusto de volcar toda mi experiencia en un grupo de corredores dentro de GR Team. Y, además de competir, pretendo que todo lo que hicimos les sirva a los más chicos. Son el futuro y nuestros deber es apuntalarlos, estar con ellos y ayudarlos para que su ascenso sea más sencillo.
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