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LONDRES (De un enviado especial).– No es una tenista profesional: es una muñeca de exhibición. Rodete rubio, ojos celestes, labios pintados, uñas plateadas. Cara de ángel, sentada en un sillón de un salón vacío, que minutos antes parecía una calle peatonal. "Estoy un poco sorprendida de que quieran hablar conmigo. Es la primera vez que me pasa", cuenta, luego de defenderse frente al interrogatorio de 18 cronistas italianos. Muy tímida, habla bajito y casi no se le escucha su voz. Habla español, también italiano, inglés y francés. Piernas cruzadas inmóviles, manos que se mueven sudorosas. "Esperaba jugar mejor, es que estaba muy nerviosa", lanza la chica de esta historia. Italiana, de nacimiento, aunque con el corazón mirando al Sur. Camila Giorgi tiene 19 años y el mundo se le vino encima. Un mundo nuevo, un mundo mejor. Acaba de perder en la primera rueda de Wimbledon, su primera experiencia grande, frente a la búlgara Tsvetana Pironkova por 6-2 y 6-1. Una paliza, verdaderamente. Hasta hoy, la historia era conocida en parte: su padre Sergio, platense de nacimiento, también su entrenador, volvió a vivir luego de una dolorosa experiencia en la Guerra de las Malvinas. "Pensé que no volvía", contó más de una vez. Volvió… y apenas unos años después, se fue. A Italia, con una beca universitaria, a transformar su vida.
Sergio, pelo largo desordenado, disfónico de tanto contar su vida, insiste en que no quiere caer en la trampa de los negocios del deporte blanco. Pero queda en segundo plano: la protagonista es ella. La pequeña Camila, nacida en Macerata, una aldea de no más de 43.000 habitantes. Algo lejos, evidentemente, de La Plata, en donde se conocieron sus padres. Camila practica en los Estados Unidos, ganó su primer ITF de 50.000 dólares y araña el puesto169 del ranking. Conoce, claro que conoce, la historia de su padre. "Es muy emocionante. Es algo que te queda para siempre", explica la bella dama, custodiada siempre de cerca por Sergio. A la misma edad que su papá manipulaba granadas, Camila lanza drives cruzados. Mamá Claudia está en casa, como sus hermanos Leandro, Amadeus y Antonela. El primero es actor, el segundo es artista, la tercera estudia. Y Camila… vive envuelta en un sueño. "Me gustaría ser la nueva Gaby Sabatini", se divierte con la propuesta. Gaby, bella y talentosa, también representaba una debilidad para los italianos.
No suele mirar el tenis femenino: no le agrada demasiado. "Miro el circuito de hombres", aclara Camila, que no cree en los pasos cortos, breves. Vuela: "Quiero llegar a ser la número uno". Eso piensa todas las tardes, cuando juega al tenis con su papá, hábito que nació en su familia: todos ensayan voleas. Le gusta salir de compras, ir a tomar bebidas sin alcohol con amigos y leer… en español, idioma que habla con el irresistible acento italiano. "Acabo de terminar el libro de Crepúsculo, me encantó", le cuenta a La Nacion, en una charla distendida, en un rincón apartado de alfombras verdes. Casi no se respira tenis allí dentro.
Le gusta el boxeo, sorprende. El fútbol, también asombra. La gimnasia artística, cuando era pequeña. Y, la verdad, tiene el corazón dividido. Documento italiano y sangre argentina. "Jugaría la Copa Federación para Italia… o para la Argentina", sugiere, con una sonrisa nerviosa. Le tiembla la voz, sorprendida por el revuelo. "Debo mejorar mi servicio y ser más agresiva", dice de sí misma, por si hiciese falta. Una pequeña gran historia, mezclada dentro de las grandes historias.




