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No hay quién se le resista, sea por su pinta de galán de telenovelas, sea por su encanto tenístico, sea por su don de gente bien alejado de los habituales caprichos de un divo deportivo. Colegas, simpatizantes, organizadores, alcanzapelotas, encordadores, todos coinciden en afirmar que Carlos Moya es un tipo fuera de serie: talentoso y carismático como pocos, sencillo como ninguno.
"Físicamente, me he sentido sin chispa. Al perder el primer set, lo vi cuesta arriba. Estaba cansado, con mucho dolor en los pies (se le ampollaron). Coria ha sido superior a mí, es difícil ganarle sobre tierra (por el polvo de ladrillo)", admite, sin ruborizarse, Moya, al referirse a la definición que acaba de escapársele. "Siempre molesta perder una final -aclara-, aunque cuando llegué a Buenos Aires no esperaba terminar en la final, porque me faltaba ritmo de competencia por la lesión en un tobillo. De haberme ofrecido llegar hasta aquí, hubiese firmado".
Nacido hace 27 años en Palma de Mallorca (27 de agosto de 1976), pero residente de Ginebra, Suiza, el ex N° 1 del mundo y campeón de Roland Garros 98 se toma su tiempo para responder, con inteligencia y naturalidad, medida y respetuosamente. Y no se conforma con haber alcanzado un nivel superlativo en el deporte que practica: "Siempre es posible mejorar. Cada año he ido mejorando un poquito. Si no te quedas estancado. El cúmulo de pequeñas cosas hacen a un gran jugador."
Transmite la extraña sensación de volar siempre bien alto, tanto en el juego como en la dialéctica, pero desde el llano de la soberbia o la falsa modestia, lo cual lo descubre como una persona honesta. "El tenis no es matemática", sostiene, cuando le preguntan si en este 2004 regresará a la cima del ranking; "La soledad es lo peor que le puede pasar a un tenista", contraataca, cuando le hablan sobre la hipnótica fascinación de la dulce fama.
Ya hace nueve temporadas que es un trotamundos (de aquí se irá a Bahía, Acapulco, Indian Wells, Miami, Montecarlo, Barcelona, Roma, Hamburgo, París...), pero continúa amando lo que hace. "Cada vez me la paso mejor; este tipo de partidos, aunque los pierdas, con gran clima y cancha llena, te dan fuerza para seguir todos los días." Acerca del retiro, comenta: "Más que retirarte, te retiran. Si el año próximo estoy 200, dejaré, pero si tengo 35 años y estoy entre los top-ten (primeros diez), seguiré. Siempre y cuando el cuerpo aguante y el tenis ayude, je, je, je...".
Prefiere el bajo perfil y rehuye el escándalo, como el que lo vincula a la ruptura del noviazgo entre el ex futbolista chileno Iván Zamorano y la modelo María Eugenia Larraín. "Pensé que sería peor el agobio aquí (por Buenos Aires), pero afortunadamente no fue así." Moya regala otra sonrisa luminosa, pide permiso, agradece y saluda, uno por uno, a quien se cruza en su camino. No sin antes admitir: "Es difícil en un mundo como éste ser sencillo, pero sigo intentando ser como era cuando tenía 16 años".
Hasta ahora, ilustre caballero, sus deseos son órdenes.

