Al borde del precipicio, la hípica entendió que debe unirse para no caer
El turf argentino, con la estructura que tiene hoy, no resiste una reducción del fondo de reparación que da la provincia de Buenos Aires, una posibilidad que se conoció luego de que la gobernadora María Eugenia Vidal anunciara, esta semana, el cierre de salas de juego en el distrito.
Ese fondo proviene de las regalías que tributan las tragamonedas bonaerenses y ya se sabe que no se sumará una máquina más a la oferta. Con las luces rojas encendidas, los dirigentes hípicos de todo orden depusieron las rencillas mezquinas y dejaron stand-by medidas antipáticas, como el arancel de $ 1000 que el hipódromo de San Isidro quiso cobrar por cada caballo inscripto en sus carreras, para solventar el gasto del laboratorio químico que analiza muestras para detectar dopings.
“Fue el mejor encuentro del que participé desde que soy dirigente”, calificó Antonio Bullrich, presidente de la comisión de carreras de Palermo a la reunión que se realizó en la Asociación de Empleados de Hipódromos y Agencias (Aphara). Estuvieron todos, desde los profesionales, representados por Eduardo Ferro, a Miguel Crotto, presidente del Jockey Club, pasando por los criadores y propietarios. “Se acordó buscar puntos en común para presentar ante las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires ante el estado de emergencia en que se encuentra la actividad”, reza un comunicado dado a conocer tras la “cumbre”.
La nota admite “la decadencia” de la industria del turf, que emplea unos 140.000 trabajadores, y solicita “no tomar medidas que afecten” a la actividad “antes de ser consultada y consensuada con la mesa de trabajo que quedó conformada” en la reunión. Amplía Bullrich: “De lo que se trata es de hacerlo ordenadamente, no pedir nada más que herramientas y explicar con uno o dos interlocutores (no con diez peleándose) lo que genera el caballo de carrera en la economía del país”.
Por un momento, que nadie sabe cuánto se prolongará, las disputas quedaron a un lado entre los sectores hípicos. La sensación es de que sólo al borde del precipicio se decidió la unión. Mientras tanto, todos medraron con el fondo de reparación sin pensar en el conjunto ni en la finalidad principal de ese aporte: los premios que deben repartir los hipódromos entre los propietarios de los caballos.
“Crotto dijo que no hay que hablar de lo que no hicimos hasta ahora, sino mirar para adelante –revela el directivo de Palermo–; si podemos llegar a la gobernadora Vidal, mejor. Hay que contar que esta es una industria sanísima, que no crea ludopatía y que genera un juego menor. Hay que hablar de juego, sí, porque existe desde 1860. Nos falta el juego online, combatir el clandestino, de a poco bajar la retención. Cosas que no le van a dar pérdidas al Estado”, agregó.
En el caso del hipódromo de Libertador y Dorrego, una decisión en ciernes es que se suba el canon que paga a la Ciudad. Dice Bullrich: “Palermo es un caso puntual, como lo es el arreglo de la pista de La Plata o que el laboratorio de San Isidro sea el mejor de América del Sur, pero lo prioritario es lo común”.
Egocentrismo y necesidad
Es hora de dejar de mirarse el ombligo, de ver qué tajada se puede sacar, de pensar en lo mejor para el público y el propietario. El turf argentino se jacta de ser el cuarto productor del mundo y quiere tener un laboratorio homologado internacionalmente, pero se embarra en la pelea mezquina por una porción de la torta que ayuda a cocinar un Estado al que ya usó para reabrir un hipódromo o para mantenerse, dada la estrechez de ideas propias. Con el agua al cuello, no se fija de dónde viene el salvavidas que lo mantendrá a flote.
El Estado ve otras prioridades. Tal vez sea hora de bajar la oferta y actuar ante una demanda que se redujo drásticamente. Ofrecer carreras a diario, criar 7000 productos por temporada y pagar pensiones de jeques árabes generaron una burbuja alimentada por un subsidio bajo cuyo amparo se cobijaron todos sin producir mucho. Ahora hay que pagar la fiesta.
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