Una mirada crítica del "triple 5" de la selección
El partido con Bolivia habrá dejado poco en sí mismo, pero el de México permitió tomar algunos apuntes valiosos de cara a las eliminatorias. Por muchos nombres que se repitan del ciclo anterior, este es un equipo en construcción y aparecen grietas y contratiempos normales. Uno de los interrogantes es si este modelo de juego que pretende Martino admite un mediocampo integrado exclusivamente por volantes centrales, un "trivot" como alguna vez lo bautizaron en Madrid. Podemos ensayar varias teorías al respecto. Esta es sólo una de tantas.
Las infinitas garantías que da Mascherano en el eje del campo precisan el complemento de los interiores para progresar ofensivamente. Cuando el 8 y el 10 son "cincos" (Banega y Gago, por ejemplo), se produce en el equipo una reacción en cadena que desmejora considerablemente el ataque, e incluso, determina ciertas deficiencias defensivas.
El estilo de la selección puede tolerar dos 10 de interiores, o un 10 y un volante mixto (Biglia hoy, es más eso que el mediocentro que fue en su origen). El triple 5, en cambio, forma un polo magnético que atrae la pelota excesivamente a lugares dónde no se daña al rival. Gago y Banega reciben mucho delante de los volantes adversarios, pero casi nada tras esa línea. Allí salen de su zona de confort, se exponen a recibir a la carrera, con poco tiempo y mucha congestión. En síntesis, deben impostar un comportamiento que no les sale naturalmente.
Xavi e Iniesta fueron un manual de cómo ejercer esa función. Jugaban a diferentes alturas siempre, entre ellos y Busquets. Nunca alineados. Si uno se hundía, el otro coordinaba una carrera diferente, siempre buscando profundizar, con un jugador libre de frente a la defensa en el perímetro del área para ampliar el ataque o filtrar un último pase corto si algún pasillo se abría.
En un plano más terrenal, lo que hace Pablo Pérez en Boca o Carlos Sánchez en River. ¡Al menos uno de los dos interiores tiene que pensar en el gol! Con la tracción de tres volantes centrales, el jugador entrelíneas termina siendo casi siempre un delantero que desciende a ocupar un espacio que no se llena. Ese sitio desocupado se contrapone con un centro del campo sobreocupado. En ese contexto, la circulación de pelota puede ser precisa, pero más lenta de lo deseable por la escasez de líneas de pase por delante. Y esa posesión es engañosa: no garantiza dominio, tampoco profundidad. Ni siquiera control.
Aunque durante toda esta semana hayamos escuchado lo contrario, los amistosos son necesarios, incluso para interpelar detalles como estos que pueden no resultar atractivos para muchos. Pero los amistosos sirven, sin dudas. Primero, porque es una simulación de un partido de competencia real. Y segundo, porque cada entrenamiento importa. Quizás en una práctica en Dallas se empieza a afirmar algún concepto que más tarde se usará en Quito o en Barranquilla. Cuando el tiempo no abunda, cada ejercicio cuenta.
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