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Quienes lo conocen desde pequeño dicen que ya era un prodigio sobre el triciclo, con el que armaba maniobras dignas de un equilibrista. Cuando creció, las piruetas continuaron, pero su nueva máquina ya llevaba motor y tenía una rueda menos.
Hoy, con sólo 23 años, el italiano Valentino Rossi, un personaje colorido si los hay, ya ganó todo lo que hay para ganar en el motociclismo de velocidad al mayor nivel de exigencia. Con una particular característica: absolutamente nunca lo que hizo o dejó de hacer pasó inadvertido.
Desde llevar a un mecánico disfrazado de pollo en su sillín en la vuelta de honor hasta subir al podio vestido como Robin Hood, el excéntrico Rossi es una materia prima invaluable para generar asombro por el mundo.
"Antes cometía errores infantiles en las carreras y la prensa dijo que yo era un pollo. Por eso, cuando gané, decidí llevar otro pollo en mi moto. Lo de la vestimenta de Robin Hood, con el arco y la flecha incluidos, fue porque Donington está muy cerca de los bosques de Sherwood y mis amigos me dijeron que allí actuaba este muchacho", se justifica, como si hiciera falta.
Su otra función en la vida, además de divertir y divertirse, fue ganar carreras. Desde su llegada al Mundial, en 1996, causó asombro por su desparpajo y por lo bien que llevaba su Aprilia con el número 46. Ya en 1997 celebró su primer título en 125cc y dos años después obtuvo una nueva corona, esta vez en 250cc.
No supo de comienzos difíciles, simplemente porque correr en moto fue para él siempre un entretenimiento más. Cuando se empezó a tutear con sus colegas del Continental Circus ya llamaba la atención por su extravagancia. Apareció con una larga cabellera que luego reemplazó por un corte más formal, pero teñido con los colores de la bandera italiana. Después optó por raparse y ahora... bueno, ahora parece haber dejado tranquilo a su pelo, simplemente porque ya no le preocupa su aspecto.
Si bien en las cilindradas más chicas del certamen son los pilotos pequeños y de poco peso los que mejor se adaptan a las máquinas, el metro ochenta de Valentino nunca fue un impedimento para que batiera reiteradas veces a hombres más preparados. Cuando se agazapaba en las largas rectas para contrarrestar el efecto del viento, era un espectáculo aparte ver sus codos pegar contra sus rodillas. Incomodidades físicas al margen, pronto se vio que a Rossi había que tomarlo en serio, aunque la mayoría hablara de un joven con cierto aire de despreocupación.
Con los triunfos llegó la fama y se hizo muy popular entre las chicas de 12 y 13 años, a las que trataba de no tener muy en cuenta. "Ellas no se fijan en el piloto; sólo me siguen porque tengo ojos azules... además, uno puede terminar preso", bromeaba. Cierta vez, como para reafirmar que no tenía historias amorosas con ninguna de ellas, salió a dar una vuelta de reconocimiento abrazado... a una muñeca inflable.
Bromas al margen, su pase a los 500cc se hizo inminente. En Aprilia, su marca de toda la vida, se rasgaron las vestiduras, pero nadie se opuso: a Valentino le iban quedando chicas todas las categorías por las que pasaba y la marca de Noale no le podía ofrecer una máquina competitiva en la cilindrada mayor.
Más de una lágrima cayó el día en que le dieron la despedida. "Ojalá volvamos a unirnos en el futuro", le dijeron.
Transcurría 2000. En la categoría reina del mundial lo esperaban una flamante Honda con su número de toda la vida (el 46), nuevos compañeros con más experiencia que sus antiguos colegas y un enemigo declarado: Massimiliano Biaggi, el hombre con el que se disputa hasta hoy el fanatismo de los hinchas italianos.
"Tendrá que dejar sus disfraces en el armario. En 500cc se corre en serio", advirtió Biaggi cuando supo que lo tendría como rival. Y Rossi le empezó a responder con triunfos.
Entonces, los roces dentro y fuera de los circuitos no tardaron en aparecer. El año último, camino al podio del GP de Cataluña, un apurado Biaggi se llevó por delante a un colaborador de Valentino, al que empujó sin miramientos. Rossi se dio vuelta y lo increpó. "Ma che fai, idiota", le dijo. Y si no los separaban, el revuelo terminaba en una gresca generalizada.
Hoy, la convivencia entre los dos italianos es lo más parecido a la que protagonizaron Ayrton Senna y Alain Prost en la Fórmula 1 hace más de diez años: repleta de entredichos, agresiones verbales y forzados acercamientos para acordar falsas reconciliaciones cada quince días.
Con el título de 500cc obtenido casi sin oposición el año último, Rossi se dedica ahora a ganar carreras por la diferencia que se le ocurra en la flamante categoría MotoGP. Pero el espíritu de aquel niño que deslumbraba sobre un triciclo sigue vivo en su interior. Por eso, después de cada triunfo, se va con moto y todo hasta donde están sus hinchas, se cuelga del alambrado y les regala los guantes y, a veces, también el casco.
Pese a todo, Rossi no cree estar loco. El se define como "un ragazzo bravo, pero sano y de buenos principios". Y hasta que no se demuestre lo contrario habrá que creerle...
Este año, en la nueva categoría MotoGP, lleva ocho victorias sobre nueve pruebas y marcha hacia su cuarto campeonato



