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Enero, 2016. Era el momento. Era el lugar, las jugadoras, y el entrenador; todo estaba alineado. Tras 52 años de voleibol femenino en la búsqueda del sueño olímpico, Las Panteras ganaron 3-0 en el pre-olímpico de Bariloche contra Perú y, jugando como locales, se clasificaron a los Juegos Olímpicos Río 2016, en un día histórico para ese deporte.
Las Panteras de la generación de los 80 tuvieron otra historia. En una disco pintada por ellas mismas para que pareciera un gimnasio, se entrenaban saltando de tres en tres los escalones de una escalera, también soñando con pisar la villa olímpica.
Andrea Jersonsky- jugadora de los Panamericanos de 1983- iba a la facultad mientras trabajaba, jugaba para la Selección y para el club. Para poder estudiar sin renunciar a nada, sabía que dos noches por semana no podía dormir. Así era la vida de las anteriores generaciones: debían tratar de llevar un entrenamiento profesional paralelo al desarrollo de sus vidas. El voleibol no les daba de comer, las zapatillas salían caras, no se les podía pagar el viaje a todas. La camiseta argentina, después de jugar, ya transpirada, tenían que devolverla.
Dos meses antes del punto que las haría entrar en la historia del voleibol femenino, la cordobesa Julieta Lazcano (27) saltó para bloquear y la pelota le pegó en el ojo. El médico fue contundente: “Si te volvés a golpear podés perder la vista”. El riesgo de perder la visión se enfrentó con lo que hizo en toda su vida y piensa seguir haciendo: jugar. La Princesita decidió tomar ese riesgo y empezó a usar anteojos protectores.
La armadora Yael Castiglione (30) no quiso que los JJ.OO. fueran lo único central en este momento de su vida. Tras la vorágine de la clasificación, ya en Polonia, donde juega actualmente, decidió que se tenía que casar antes de ir a Río de Janeiro. Y uno de los primeros en enterarse de la noticia fue Guillermo Orduna, el DT, quien eligió la fecha en la que Yael podía casarse; no podía superponerse con el calendario de entrenamiento.
Emilce “Mimí” Sosa (28) creció en una comunidad wichí en Formosa y siente una gran conexión con su pueblo. Por eso, en el antebrazo se tatuó “Mi historia, mis raíces”. Juega al voleibol desde los 16 pero no siempre tocó la pelota con las manos. Desde chica jugó al fútbol influenciada por su papá, y cuando estaba empezando una carrera profesional su madre le pidió que cambiara de deporte. Así inició su camino en este deporte, que avanzó muy rápido. Pocos años después, tras jugar en varios clubes chicos, se fue a jugar a Rumania.
Cuando Yamila Nizetich (27) jugaba en la selección juvenil, Orduna vio en ella la capacidad de una líder y la nombró capitana. Hace casi 4 años, ya en la liga mayor, el DT la volvió a elegir como portavoz del equipo. La actitud y personalidad de Nizetich sintetizan la energía que llena de garra a Las Panteras.
Orduna, al haber estado casi toda su carrera como entrenador a la par del voleibol femenino, es el nexo entre Las Panteras de hoy y las generaciones anteriores. Él es la bisagra que une el pasado de procesos truncados y sin recursos con la primera selección olímpica de la historia del voleibol femenino.

