Del impulso solidario con Mediapila al furor de Elepants y, más tarde, a reconvertirse en minero de bitcoin en la Patagonia: la historia de José Sarasola
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Si hay algo que caracteriza a los emprendedores es el espíritu siempre inquieto y curioso; ese inconformismo creativo que los impulsa a detectar necesidades y a generar soluciones con impacto, a veces dando giros repentinos que patean completamente el tablero que venían construyendo. Esa mentalidad acompañó al emprendedor argentino José Sarasola desde sus primeros pasos profesionales: cuando volvió al país en plena crisis y fundó una ONG que buscaba promover la inclusión laboral de mujeres y, más recientemente, con un modelo innovador que recicla la energía que otros desechaban en la Patagonia y él usa para minar bitcoins.
“La vida siempre es justa: uno da y todo vuelve”, cuenta Sarasola, al relatar su historia a LA NACION. El emprendedor arrancó su camino estudiando en la Universidad de Buenos Aires, en la que cursó el CBC (ciclo básico común), pero al poco tiempo obtuvo una beca para licenciarse en Economía y Literatura Inglesa en Australia, por lo que se trasladó al otro lado del Pacífico Sur. Al terminar su carrera, decidió volver: “La Argentina estaba pasando por un momento complicado a fines del 2003, pero quería aplicar en mi país lo que había estudiado; venía con ganas de poder hacer algo”, cuenta Sarasola a LA NACION.
Al poco tiempo de pisar suelo argentino, envió un mail a 10 amigos, invitándolos a pensar juntos alguna forma de ayudar a la gente, para que “en lugar de pedir en la calle, puedan trabajar”. “Resultó ser que el mail se fue reenviando a otros entre contactos y ese día me encontré con 90 personas, totalmente desconocidas, pero con algo en común: todas tenían ganas de hacer algo solidario, la gente quería ayudar”, recuerda Sarasola.
“Yo sé estampar remeras”, dijo una chica. “Yo conozco un comedor, en donde hay un grupo de mujeres que tienen mucha necesidad”, dijo Juan Carlos. Y así, en pleno 2004, nacía Mediapila, una organización sin fines de lucro que buscaba promover la inclusión laboral de mujeres en situación de vulnerabilidad social y económica, y que, en poco tiempo, empezó a tener mucho eco local. Además, cuenta que el nombre de la fundación aludía a que los argentinos se pusieran “media pila” y ayudaran a otros.
“Arrancamos en comedores, con máquinas de coser, dando capacitaciones de oficios, porque la idea no era darles el pescado, sino enseñarles a pescar”, señala Sarasola, que explica que todo fue hecho con fondos propios. El trabajo no era solo de capacitación, sino también de mucha contención y acompañamiento psicológico y social. María fue una de las mujeres que pasó por la Fundación: venía de un lugar muy humilde, vivía en la casa de un familiar, donde había sufrido varias situaciones de acoso. “Escuchó sobre la organización y se acercó a pedirnos ayuda. Vino sin nada, con una bolsita con sus pocas pertenencias. Hoy tiene una familia, una casa y un taller”, recuerda el fundador.
“Me vinieron a buscar los chicos de Elepants”
A los 29 años, luego de seis intensos años dedicados a la fundación, decidió redirigir su camino profesional hacia otro rumbo. “Durante ese tiempo, Mediapila me dio mucho, pero estaba buscando nuevos horizontes profesionales. No tenía muchos ahorros, ya que lo que había juntado en Australia lo usé para impulsar la Fundación, por lo que me tenía que reconvertir”, recuerda.
Su próximo paso fue en el rubro textil, más específicamente en Villa Lugano, donde levantó un taller para producir remeras corporativas. Consiguió máquina de coser, un señor que sabía de confección y arrancó de cero otra vez. Aunque los comienzos fueron difíciles, fueron surgiendo algunos clientes. Y luego de un año, la vida le dio una sorpresa inesperada: aparecieron por su taller un grupo de jóvenes que se acordaban de él, ya que, tiempo atrás, lo habían escuchado en una conferencia de Mediapila. “Queremos hacer pantalones”, le dijeron. Sarasola nunca había fabricado un pantalón en su vida, pero le llevaron una muestra, hicieron uno y les gustó. “Me pidieron 300 más. Y no solo eso, sino que, a la semana siguiente volvieron y me dijeron: «Vendimos todo, necesitamos 500 más». Al poco tiempo, terminamos fabricando entre 2000 y 3000 pantalones por día”, recuerda Sarasola.

Estos chicos eran los mismísimos creadores de Elepants, la marca de pantalones que fue furor entre los jóvenes hace unos 10 años y que Sarasola asegura que llegaron a vender 50.000 prendas por mes. Pasaron de tener un local en Recoleta a operar en 2016 cinco tiendas exclusivas, 15 franquicias y más de 100 puntos de venta multimarca con presencia en todo el país.
“Quiero ser minero de bitcoin”
Pero pasado un tiempo, como ocurre con todas las modas, la euforia por los Elepants disminuyó y la demanda de producción para Sarasola y su empresa, también. La compañía empezó a producir para otras organizaciones, como uniformes para el Gobierno de la Ciudad, entre otros. Y, en paralelo, se despertó en Sarasola nuevamente la inquietud por abrirse camino en otro terreno.
“Yo venía pensando que profesionalmente no quería seguir en una fábrica de ropa, ya que no era un rubro que me apasionaba. Sí me gustaba la economía, que es lo que estudié”, recuerda Sarasola. Justamente, cuando se encontraba produciendo ropa para Elepants, la marca les colocó un licitador con el encargo de controlar la producción. Ese hombre era Kevin, un ingeniero que en ese entonces tenía 27 años y que fue el primero en hablarle a José sobre bitcoin. “Y cuando me adentré en ese mundo, del que decían que era el futuro, me cautivó la idea de formar parte de él”, recuerda.



Sarasola fue conociendo más y más de este universo hasta que finalmente dio con las “granjas de bitcoin”: cada vez que alguien hace una transacción en esta criptomoneda, esa operación se agrupa con otras en un “bloque”. Para que ese bloque se sume a la blockchain, necesita ser validado y “hasheado” (se codifica la información para que nadie pueda hackearla, es decir, no se pueda acceder a ella y falsificarla) mediante un cálculo matemático complejo. Para resolver este problema, existen granjas de bitcoin por el mundo, espacios llenos de computadoras especializadas que trabajan día y noche, haciendo trillones de intentos por segundo para resolver los problemas y “ganar” el derecho de agregar un bloque. Cuando la granja logra resolver un bloque, recibe una recompensa en bitcoin.
Sarasola dio sus primeros pasos en esta industria en 2017, cuando compró máquinas en China a mineros, pero que no logró hacerlas andar. En 2021, se asoció con Kevin y crearon granjas de bitcoin en Salta. “Pero con el tiempo, vimos que la energía ahí era muy variable y entendimos que, para ser competitivos en la minería de bitcoin, no podíamos comprar la electricidad, teníamos que generarla”. La primera solución que pensaron era la de hacer gas con biodigestores, pero se dieron cuenta que, para eso, necesitaban una inversión millonaria: para empezar, un predio de 5/6 hectáreas, y, luego, mucho dinero para adquirir las máquinas.
Pero el escenario cambió cuando descubrieron que el gas que ellos necesitaban se estaba desperdiciando en la Patagonia. “Cuando se extrae petróleo, hay un gas asociado que se libera y que muchas veces se «ventea», es decir, que se libera al aire, porque es caro transportarlo, no podés inyectarlo en un gasoducto y tampoco podés comprimirlo. Ese es el gas que usamos para operar bitcoin”, explica Sarasola.

De esta forma, explica que hoy la minería de bitcoin es verde, ya que usa energía ociosa para trabajar. “Si no es ociosa, es cara y no te sirve, porque no es rentable”, justifica el emprendedor.
Hoy generan más de 3500 kw operativos por hora, cuentan con más de 1500 máquinas y alrededor de 12 empleados, en el sur argentino, en una granja que levantaron con una inversión de US$2,5 millones. Actualmente el trabajo les deja una rentabilidad del 20% anual en dólares. “Hay un falso concepto de que la industria bitcoin saca energía a las ciudades, pero hoy la minería de bitcoin es limpia”, agrega el emprendedor.
En relación al futuro del bitcoin, Sarasola es muy optimista y señala: “Bitcoin es un activo nuevo, pero tuvo un crecimiento parabólico: tiene menos de 15 años y ya vale más que todas las empresas de la República Argentina juntas. Es una locura lo que hizo en ese tiempo y su futuro está garantizado, no tengo dudas de que va a llegar a valer un millón de dólares. Hay que tratar de atesorar la mayor cantidad de bitcoins que se pueda, porque hoy está barato y va a valer más en el futuro. La oferta de oro va a subir, pero la de bitcoin va a bajar; es finito y cada vez será más difícil conseguirlo”.
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