Los mejores "clusters" agrícolas de Argentina como Tandil o Pergamino han sido jaqueados en expedientes judiciales que frenan el control profesional de malezas, plagas y enfermedades en los cultivos y se constituyen en auténticos pantanos para los procesos productivos.
En La Pampa se establece una normativa con restricciones absurdas para la aplicación de fitosanitarios sin sopesar la opinión académica que podría respaldar otra solución. Asimismo en decenas de localidades de las mejores zonas productivas.
Los agrónomos corremos al auxilio de estos disparates, seguros de que el viejo y querido paradigma de nuestra ciencia moderna lo hará una vez más: el Estado validará nuestra verdad y el bien triunfará. Pero esta lógica empezó a dar señales de agotamiento.
Cada vez con más frecuencia la ciencia tal cual la conocemos nos deja sin respuestas suficientes para convencer y afrontar conflictos y controversias, especialmente en los temas ambientales.
Y esto desconcierta. Negamos la situación, descalificamos al mensajero o nos indignarnos. Pero las cosas no mejoran.
A partir de la era nuclear, del agravamiento de los problemas ambientales, de las consecuencias del calentamiento global y de algunos otros dilemas complejos, la humanidad se puso intranquila y ansiosa, tiene otras inquietudes, percepciones y demandas.
La agricultura pasó de ser el idílico y romántico lugar de donde vienen los alimentos a convertirse en una industria perversa que envenena, contamina y calienta el planeta. Todo en muy poco tiempo.
La ciencia tal cual la conocemos nació a la sombra de la revolución industrial y se constituyó como la única forma de validar la verdad gracias a su método. Esa verdad basada en la ciencia moderna implica el bien común reflejado en la constitución de los estados modernos.
Los problemas que se resisten a ser solucionados por la ciencia son considerados como anomalías, según propuso Thomas Khun. Es solo un problema temporal o de recursos, la ciencia logrará en algún momento llegar a la respuesta. No hay incertidumbre solo indeterminación.
Sin embargo, pareciera que las anomalías se volvieron normales.
Los problemas de índole ambiental se complejizan: variables volátiles, datos ambiguos y fenómenos solo parcialmente conocidos lo que genera falta de confianza y sensación de descontrol.
Esta configuración de las sociedades del siglo XXI está atravesada por problemas que reúnen los requisitos de inestabilidad definidas como los pilares de una "nueva ciencia", la "Ciencia Posnormal", como la presentaran Jerome Ravetz y Silvio Funtowicz ya hace casi 30 años atrás: hechos inciertos, valores en disputa, mucho en juego y necesidad de decisiones urgentes. Buena parte de los problemas ambientales con que convive hoy la agronomía encajan perfecto en esas características.
El concepto de "Ciencia Posnormal" introduce la mejora de la calidad del proceso de producción de conocimiento haciendo lugar a una participación más diversa, una comunidad de pares ampliada, una pluralidad de perspectivas "legítimas" ya que las múltiples incertidumbres tanto de productos como de procesos requieren de la participación validada por instituciones y movimientos sociales y culturales más amplios.
Quizás la clave de esta propuesta posnormal esté en esas condiciones de legitimidad y competencia requerida para los participantes del debate. ¿Quién certifica esas dos características para participar? ¿Qué salvaguardas genuinas habrá que disponer para evitar el oportunismo característico del ser humano y la inclusión de los "colados" interesados solo en el proceso como camino hacia propósitos ajenos al problema? ¿No será este tiempo que nos toca una transición entre un tipo de ciencia y otra nueva?
Si fuera así habrá que tener en cuenta que en una transición la indefinición entre el nuevo y el viejo paradigma hace que todo parezca incierto e inestable y es probable que este contexto dure mucho tiempo por lo que habrá que acostumbrarse a la inestabilidad.
No es la primera vez en la historia de la humanidad que una transición en la forma de hacer ciencia ocurre, pero para una generación de profesionales formados en otro paradigma esto puede ser duro de entender y de adaptarse.
El autor es docente y director del Observatorio de Comunicación de Agronegocios