Fabricaba mosaicos en el fondo de su casa en Córdoba y se convirtió en el rey de las veredas
CORDOBA. Hace 52 años Juan Bautista Blangino pensó cómo tener un segundo ingreso, cómo completar –"haciendo algo a la tarde"- lo que ganaba en la Kaiser (hoy Renault ). No imaginó que terminaría fundando la fábrica de mosaicos más grande de Latinoamérica que, hace dos años, empezó también a producir adhesivos para cementos.
Don Juan iba todas las mañanas desde su casa en Montecristo, a 25 kilómetros de la ciudad de Córdoba , a la automotriz y, como tenía la tarde libre, pensaba "qué negocio podía hacer, qué podía transformar". Se cruzó con un tío suyo que tenía una prensa manual para hacer mosaicos y se la ofreció. Como Blangino no tenía para pagarla, le dio facilidades.
Instaló la prensa en un galpón de cinco metros por cinco al fondo de su casa y con su esposa empezó a fabricar mosaicos. "Era todo a fuerza de brazos", enfatiza Juan José, su hijo de 28 años, quien junto a su hermano, Juan Antonio (45), integran la empresa.
La planta de 35.000 metros cuadrados emplea 380 personas (es la mayor dadora de empleo de la zona de Montecristo) y tiene capacidad para producir 14.000 metros cuadrados de mosaicos por día con seis máquinas automatizadas y otras más chicas que complementan la línea. Controla alrededor del 60% del mercado nacional de pisos de alto tránsito.
A los pocos meses de empezar en el galpón, Blangino dejó la fábrica de autos. "En aquellos años era común que cada pueblo tuviera su productora de mosaicos; era como tener la panadería o la farmacia –describe Juan José a LA NACION-. Vendía a los vecinos y con la expectativa de que le iría bien, renunció al empleo estable".
En 1970 compró la primera prensa semiautomática que le permitía hacer unos 50 metros cuadrados de mosaico por turno (la manual fabricaba unos 25 metros en ocho horas) y una década después invirtió en una automática con la que saltó a 800 metros cuadrados. "Ya en ese entonces había dos turnos, había sumado gente y hacía pisos con dibujos".
Un viaje a Italia con su padre fue lo que impulsó a Blangino a invertir; en su recorrida vio otras tecnologías y métodos de trabajo más modernos. El año pasado la empresa avanzó en una nueva planta de producción de adoquines ($50 millones de inversión para quintuplicar la capacidad que tenía), sumó los adhesivos para cemento y un tipo de mosaico que compite con los porcelanatos y los cerámicos.
La firma tiene unos 300 productos en su portafolio de stock permanente, pero además fabrica "a pedido; pisos con diseños especiales". Los años ’80 marcaron el inicio de la importación fuerte de porcelanatos y cerámicos de Brasil .
"Antes todo era calcáreo y en ese momento muchos fabricantes optaron por dejar de producir y revender; mi padre en vez de seguir esa estrategia decidió tecnologizarse y aprovechar el mercado que quedaba", explica Juan Antonio.
La jugada del destino
En la familia Blangino siempre bromean acerca de que si el tío que le vendió la primera prensa hubiera tenido una máquina de hacer caramelos, el futuro hubiera sido dulce. "Él no tenía en la cabeza hacer mosaicos, sino que quería agregar valor, transformar. Fue un cruce el que determinó que termináramos en este sector", dicen los actuales gestores.
Cerca del 25% de la producción se exporta a los países limítrofes. La empresa logró superar la crisis del 2001 cuando entró en concurso de acreedores. "Salimos de esa; la historia fue de una evolución constante a paso medido; no crecimos de la noche a la mañana", enfatiza Blangino.
Los hijos subrayan que don Juan, hoy con 77 años, tuvo la "visión" de capacitarse "y hacer crecer a los que tenía al lado; incorporaba tecnología y aprendía, hacía cursos; todos se entrenaban y así fue creciendo".
Este año la mayor parte de la actividad de la planta está apuntalada por la obra pública ; en especial por los proyectos públicos de refacciones de vereda. "El sector privado está planchado, hay poco movimiento", apunta Blangino.
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