Nuevos hitos que despiertan viejos fantasmas
Con el 6,7% de marzo, el índice de precios al consumidor marcó su nivel más alto del gobierno de Alberto Fernández y superó el pico del gobierno de Macri; las cuestiones técnicas y los factores políticos; el recuerdo traumático de las décadas del 70 y del 80
La economía argentina anotó hoy un nuevo hito en su rica historia inflacionaria. Con el 6,7% de marzo, el índice de precios al consumidor llegó al nivel más alto del gobierno de Alberto Fernández y superó la mayor marca mensual de la administración Macri, de septiembre de 2018 (6,5%). El dato parece darles la razón a los economistas, que acaban de corregir hace unos días sus cálculos y esperan para 2022 un índice de precios superior al 60%, lo que a su vez marcaría otro mojón. De concretarse esas proyecciones, Fernández superaría otra marca del gobierno anterior, que había registrado -durante dos años consecutivos- la inflación anual más elevada desde 1991: 47,6% en 2018 y 53,8% en 2019. En otras palabras, más allá del relativo respiro de 2020, impuesto por una brutal recesión, se venía mal y todo indica que en el futuro podría ser peor.
Martín Guzmán confía en que este sea el dato mensual más alto del año y que, a partir de la medición de abril, los precios empiecen a bajar algún escalón. El ministro de Economía se juega mucho en esa apuesta. Si no logra revertir la tendencia, Alberto Fernández mostrará en este terreno peores números que su antecesor, una bandera menos de “ah, pero Macri” para agitar. Para colmo, hasta este año, sin subas de tarifas significativas ni devaluaciones bruscas.
Según un informe recién terminado por la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC), la tasa de inflación anualizada promedio por presidencia muestra que Fernández ya está, en lo que va de su mandato, en un 47,4% contra un 41,8% de Macri (en cuatro años). Es cierto que al Presidente aún le quedan casi dos años más en el poder y podría mejorar sus registros si logra controlarla. Pero para encontrar un nivel más alto hay que remontarse a las presidencias de Carlos Menem (1989-1999), que tuvo una inflación promedio anualizada de 69,7%, ya que la hiperinflación que sufrió en 1989/1990 empeoró los bajos números posteriores de la convertibilidad. Es solo uno de los muchos abordajes posibles para este problema, que admite enfoques estadísticos múltiples que podrían abrumar al lector.
Pero si bien la inflación fue un fenómeno persistente en los últimos 80 años en el país, son las décadas del 70 y del 80 las que agitan los peores temores. Siempre, según el trabajo de la CAC, en los 70 fue cuando la tasa de inflación escaló a tres dígitos anuales para llegar a un promedio de 136,1% a lo largo del decenio, en tanto que en los 80 llegó a 286,7% promedio anual sin considerar los años de hiperinflación. Si se tomaran en cuenta, entonces el número saltaría a 750,4%. El otro dato interesante es que la tercera década en el ranking de inflaciones promedio más altas es la de 2010 (33,4%). Es decir, es el regreso paulatino de los viejos fantasmas.
La visión de los economistas
¿Podría ser 2022 un punto de inflexión en materia inflacionaria hacia números mucho más elevados, al estilo de las décadas más desquiciadas del siglo pasado? En general, los analistas estiman que no están dadas las condiciones aunque, acostumbrados a trabajar con distintos escenarios, tampoco lo descartan completamente y quieren ver cómo continuará la dinámica política, además de la técnica. “No veo ese riesgo, a menos que les hagan caso a las propuestas más radicalizadas dentro del Gobierno. Depende de lo que hagan, pero en el segundo semestre de este año debería bajar un poco la inflación. No al 2% mensual, pero sí al 4%”, dice Daniel Artana, economista de FIEL, ante la consulta.
¿Inflación anual de tres dígitos? ¿Riesgo de híper? “Estamos más cerca que antes, pero no es el escenario que me imagino, aunque no se pueda descartar porque falta una política antiinflacionaria clara; hacen acuerdos de precios, suben un poco la tasa de interés, pero el año pasado controlaron algo pisando tarifas y el tipo de cambio, y este año ya no tienen espacio para eso”, señala, por su parte, el director de EconViews y exfuncionario Miguel Kiguel. “No me imagino que se escape, puede ser que en marzo haga un pico y en abril puede que baje un poquito”, agrega, aunque advierte sobre las internas en el Gobierno. “Lo político jugará un rol y si la situación escala puede generar un problema de expectativas. Igual, no veo condiciones para una híper porque eso se da en países con déficits fiscales muy altos, y no te vas de un día para otro”.
Carlos Leyba, que atravesó aquellas épocas turbulentas como viceministro de Economía del gobierno de Juan Domingo Perón, en 1973, también apunta hacia allí: “Como pasó en los 70, cuando por primera vez (después de Frondizi) la inflación saltó al 80% anual con Lanusse, la solución es básicamente política: acuerdo multipartidario global para todas las dimensiones y un programa económico (alguien lo tiene que proponer, porque no lo hay) de transición consensuado por todas las fuerzas productivas representativas, capaz de poner en marcha el enorme potencial del país, y una política de promoción de la inversión que empiece a generar empleo productivo urbano”.
Su colega de la Fundación Mediterránea, Jorge Vasconcelos, coincide en advertir sobre el peso de la política. “Casi todos los procesos hiperinflacionarios se definen más por procesos políticos que por cuestiones meramente técnicas. El programa con el FMI hace factible que la inflación se estabilice en el 60% anual, pero luego está la debilidad de Alberto Fernández y la eventualidad de que el kirchnerismo duro tome más poder”, explica. “La expansión monetaria de origen fiscal, que fue un aluvión en el segundo semestre de 2021, se frenó en la primera parte de 2022, pero en marzo hubo efecto rezagado de la política monetaria, de la actualización de tarifas, combustibles, e impacto del fenómeno internacional”, afirma, y agrega: “Hoy la gente hace circular los pesos más rápido, no porque el Banco Central emita más, sino por la desconfianza. Ahí está el factor político influyendo mucho”.
El reflejo en el día a día ya es evidente. Billetes más deteriorados que abultan en el bolsillo, pero pierden poder de compra, y monedas que son una molestia más que un medio de pago. Para muchos argentinos, imágenes que remiten al pasado. Para muchos otros, los más jóvenes, una novedad que hasta ahora solo conocían por relatos de sus padres.
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