¿Podrá el Gobierno reducir la inflación en 2023?
Lo ha hecho en los últimos dos meses y no hay que menospreciar la posibilidad de que lo siga haciendo; sin el virtuosismo de una planificación en Excel, se podría coordinar una desaceleración
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Este año se elige presidente y todas las encuestas tienen a la inflación en el tope de las preocupaciones de la sociedad. El Gobierno entiende que sus chances electorales dependen crucialmente de bajarla y mejorar el poder adquisitivo de los salarios. En el último bimestre de 2022, algo se ha conseguido: la inflación bajó de un ritmo mensual de 6,2% entre marzo y octubre al 5% y los salarios reales recuperaron cerca del 2%. ¿Podrá continuar esta tendencia?
El ministro de Economía, Sergio Massa, aspira a una trayectoria descendente de la inflación, que se corone “con un tres adelante” en el dato de abril (o sea, entre 3% y 3,9%). Cuesta ver ese escenario. Es cierto que muchos precios se están ajustando a un ritmo bajo. Los tipos de cambio alternativos (MEP, CCL y blue) vienen tendencialmente por debajo del oficial –lo cual ha hecho caer la brecha cambiaria– y muchos productos de la canasta del consumidor se han sumado al programa de Precios Justos, que estipula estabilidad de precios por cuatro meses para unos 2000 productos y subas del 4% mensual para un grupo amplio de alimentos, ropa y calzado.
De todos modos, el ritmo nominal al que está viajando la economía sigue en un andarivel superior. Los salarios están recuperando terreno perdido, moviéndose cerca del 6% mensual, el tipo de cambio oficial viene bajando de velocidad, pero aún se sitúa en torno al 5% y la tasa de interés a la que toma deuda el Gobierno sigue alrededor del 6% mensual efectivo. Tengamos en mente además que en las próximas semanas habrá subas en las tarifas de electricidad y gas para eliminar completamente los subsidios a los hogares de mayor poder adquisitivo y al consumo por encima del tope que enfrenta la clase media; quita de subvenciones en AySA; e incremento del 40% del transporte público en AMBA, más indexación a partir de marzo. Las subas vinculadas al turismo se harán sentir en enero y febrero y aquellas asociadas a la vuelta al colegio harán lo propio en marzo.
Pero aun sin un abril “con el tres delante”, no menospreciemos la posibilidad de que la inflación siga bajando. Por más heterodoxo que sea, el programa en curso tiene elementos de plan de estabilización convencional. Primero, hay un programa fiscal-monetario con el FMI, cuyas metas se vienen cumpliendo y se manifiesta voluntad de seguir así. Además, el Gobierno encontró un ancla desinflacionaria –transitoria, pero ancla al fin– en los márgenes empresariales, que se ensancharon en la crisis de mediados de 2022. Con astucia, Massa se agarró de estos altos márgenes para negociar una desaceleración en el marco del programa de Precios Justos, a cambio de que las empresas accedan con fluidez al mercado de cambios oficial para importar.
Aún con una inflación de 5,5% mensual en el primer trimestre, los salarios se recuperarían, facilitando una coordinación de precios y salarios en un escalón más bajo. Ya nos enteramos sobre la negociación con los sindicatos para tener paritarias de 60% anual, que equivalen a 4% mensual. Sabemos también que habrá una segunda ronda de Precios Justos, que buscará acordar subas mensuales de los productos participantes en torno al 3%. A eso, se sumará la intención de bajar el crawl del tipo de cambio oficial a un ritmo en línea con precios y salarios y, de ser posible, un poco más abajo. El deseo irrefrenable de todo gobierno es usar al dólar cómo ancla en un año electoral.
Sin el virtuosismo de una planificación en Excel y seguramente con empujones, tropiezos y algunos gritos, el Gobierno podría coordinar una desaceleración de la inflación. En un escenario en que “las cosas salgan bien”, podría terminar 2023 en torno a 70% (o un poco menos). Pero para que “las cosas salgan bien”, no sólo se necesita pericia sino también fortuna. Hay dos puntos débiles en el programa, en buena medida fuera del alcance oficial. Uno, los dólares. Sin ellos, no hay forma de coordinar el proceso desinflacionario. La sequía en la zona núcleo luce como una espada de Damocles. El otro es la demanda privada de la deuda en pesos del Tesoro. Si no se recupera, la fuga hacia el dólar derivará en un ensanchamiento de la brecha cambiaria, mayor presión inflacionaria y caída de salarios. El panorama es complejo, pero no está muerto quien aún pelea.