Un año con errores que llevaremos a cuestas durante mucho tiempo
El jueves 10 se cumple un año de gestión del nuevo gobierno. Una gestión marcada por fuertes errores macroeconómicos, microeconómicos, y también por los costos de la pandemia y por los errores en su manejo sanitario y económico. Los números de la economía en 2020 muestran claramente el impacto de este descalabro combinado. Pero los costos más importantes todavía están por verse.
El boletín de calificaciones económico de 2020 es brutal. El PBI va a caer entre 11 y 12%, una de las contracciones más fuertes de todo el mundo. La Argentina está entre los seis peores países del planeta cuando se combina la caída de actividad económica con la cantidad de muertos por Covid-19 per cápita. Terminamos sin salud y sin economía.
La inflación se ubicará entre el 36% y el 37%,un índice menor que el 54% de 2019. Sin embargo, la comparación es engañosa. Durante todo o gran parte de 2020 estuvieron congeladas las tarifas, el transporte, los alquileres, y la telefonía, entre otros servicios, al tiempo que el precio de muchos alimentos estuvo controlado, con aumentos muchos menores de los demandados por las empresas. La recesión también jugó a favor de una menor presión inflacionaria.
El peso se acercará a 84 por dólar en el mercado oficial a fines de 2020, un 40% de depreciación en el año. La mayor acción estuvo y seguirá estando, sin embargo, en los mercados paralelos, en donde la brecha llegó al 150% en octubre, aunque bajó y se mantuvo más estable en días recientes. Las reservas internacionales caerán aproximadamente 6700 millones de dólares, hasta cerca de 38.000 millones. Netas de pasivos en dólares del Banco Central y de activos con algún costo reputacional para ser vendidos, como el oro, la caída fue de casi 11.000 millones de dólares, hasta unos 3600 millones negativos.
La marca de estas frías cifras en la vida diaria de los argentinos es desoladora. El salario había caído para agosto, último dato disponible, un 5% anual comparado con la inflación. Las cifras de desempleo son más duras aún. Aunque la tasa de desempleo subió de 8,9% en el cuarto trimestre de 2019 a 13,1% en el segundo trimestre de 2020, la realidad es mucho peor.
Para ser considerado desempleado en esta estadística del Indec hay que cumplir dos condiciones: no tener trabajo y estar buscando uno. Esto último cayó estrepitosamente: la proporción de la gente en edad laboral que busca trabajo o tiene uno pasó del 47,2% a fin de 2019 al 38,4% en junio de 2020. Si se hubiese mantenido en 47,2%, la tasa de desempleo de junio hubiera sido de cerca del 28%. Mas allá de porcentajes hipotéticos, la realidad es que cerca de 4 millones de argentinos perdieron su empleo en el primer semestre. Aunque es probable que el empleo ya esté repuntando, es difícil que vuelva rápidamente a los niveles anteriores. En el mismo sentido, la tasa de pobreza se encontraba en octubre en alrededor del 42,3% de la población según cálculos de Martín González Rozada, investigador de la Universidad Di Tella.
Este pésimo desempeño se debe, en resumen, además de a la pandemia, a la entronización de la ideología del Estado omnipresente por sobre el pragmatismo que privilegia la creación de empleo privado. En lugar de corregir las deficiencias estructurales de la economía argentina, como por ejemplo el exceso de regulaciones e impuestos que nos han llevado a tener una baja inversión y por lo tanto poca creación de empleo, las acrecentaron. Sin percatarse de que uno de los principales problemas de nuestra economía es la falta de credibilidad y de continuidad de las políticas públicas, se dedicaron a dar un giro de 180 grados prácticamente en todos los aspectos de la vida pública nacional.
En lugar de atacar el problema macroeconómico estructural de la economía argentina, el déficit fiscal y su financiamiento monetario, lo agravaron, solo intentando posponer su impacto en la economía para después de las elecciones de 2021, con un alto costo de mediano plazo. A estas deficiencias de enfoque y de estrategia se sumaron una conducción económica fragmentada y débil, y un Estado con una ejecución fallida, debilitado por su cooptación por punteros y militantes.
Los errores comenzaron antes de la pandemia. La estrategia inicial del Gobierno fue aumentar el gasto público, financiado con emisión monetaria, para intentar reactivar la economía. Craso error, en un país con tanta desconfianza en su moneda. El resultado está a la vista: la economía ya se contrajo aceleradamente en febrero, antes de la cuarentena.
El manejo de la cuarentena fue muy deficiente también. Si bien los programas de apoyo como el IFE y el ATP fueron adecuados dadas las limitaciones fiscales de la Argentina, los desmanejos fueron por otro lado. En primer lugar, el haber impuesto una cuarentena tan dura y prolongada. Según datos de investigadores de Oxford, fue la cuarentena más dura de América Latina, y una de las más duras del mundo. Se deberían haber implementado protocolos más inteligentes y flexibles para permitir más movilidad para la producción y el comercio. Además, se quitó flexibilidad a las empresas para despedir o suspender personal, o rebajarles el sueldo. Como a un paciente médico que tiene como opción una amputación o la muerte, de esta manera le decretaron la muerte a un montón de empresas y comercios de la Argentina. Por último, si bien la captura de la política educativa por parte de los sindicatos que derivó en la falta de clases en 2020 no tendrá impacto inmediato, dejará secuelas productivas difíciles de reparar en los años siguientes.
A estos problemas se sumó un manejo lento y caprichoso de la renegociación de ladeuda pública. Un problema que podría haber sido resuelto en pocos meses, como hizo Ecuador, le llevó casi 10 meses al equipo económico de la Argentina. Este retraso fue producto de un enfoque muy teórico y poco pragmático, en una negociación en la cual el Gobierno no mostraba uno de los elementos esenciales de cualquier renegociación de deuda: un plan económico consistente. El resultado fue muy malo. La negociación solo le permitió posponer vencimientos al actual Gobierno, dejando una verdadera bomba a los siguientes. Los nuevos instrumentos de deuda son, además, muy poco apetecibles para los inversores.
Para peor, al terminar la negociación de la deuda el Gobierno profundizó en lugar de revertir uno de sus errores más importantes: las restricciones cambiarias. Estas ya habían comenzado en el gobierno de Macri, en la etapa posPASO, pero fueron intensificadas por la actual gestión, al igual que las restricciones a las importaciones.
El traspié más importante ocurrió el 15 de septiembre cuando, presionados por la pérdida de reservas internacionales, el Gobierno y el Banco Central forzaron a las compañías a reprogramar sus vencimientos de deuda hasta marzo de 2021, e impusieron más impuestos y controles a los individuos para la compra de dólares.
Como consecuencia de todos estos pasos en falso, la tasa de interés de los nuevos bonos argentinos subió en lugar de bajar, llegando por momentos al 17%, algo que seguramente le otorgue al equipo económico un récord Guiness para una reestructuración de deuda soberana. Eso dejo al Gobierno con poco acceso al mercado de deuda para costear el déficit. En su reemplazo, tuvo que recurrir al financiamiento por parte del Banco Central, llegando éste a emitir 1,7 billones de pesos hasta inicios de octubre para asistir al fisco.
El exceso de pesos (no queridos), las restricciones cambiarias y las bajas reservas terminaron en una brecha cambiaria de cerca de 150% para la segunda mitad de octubre. La combinación de una brecha cambiaria tan elevada y las restricciones a las importaciones impactaron en la actividad económica y empezó a haber algo de desabastecimiento en algunos productos. En las últimas semanas, algo más de pragmatismo fiscal y en el financiamiento le están dando un respiro al Gobierno.
Todo esto ocurrió en el marco de un brutal ataque regulatorio y verbal contra la actividad privada. Estuvieron el intento de estatización de Vicentin, la ley de alquileres, la ley de teletrabajo, la declaración de servicio público a los servicios de telecomunicaciones, el impuesto a las grandes fortunas y muchos otros más. Además, lejos de ajustar los gastos superfluos, el despilfarro y la corrupción, el nuevo Gobierno habrá subido o creado al menos 14 impuestos para inicios de 2021.
De todos estos problemas, el único que desaparecerá en algún momento de 2021 será la pandemia del Covid-19, al tiempo que la suba de los precios de nuestras exportaciones dará algo de aire al Gobierno. El resto de los problemas permanecerá y condicionará el desempeño económico de la Argentina. El año 2020 está cerca de terminar, pero arrastraremos las consecuencias de sus desmanejos por décadas.
El autor es economista. PhD (Universidad de Pensilvania); fue economista jefe para América Latina de Bank of America Merrill Lynch. Autor del libro Emergiendo
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