Australia: una misteriosa desaparición en un pueblo de 11 habitantes convierte a todos (y a un cocodrilo) en sospechosos
LARRIMAH, Australia.- Cuando caía la noche del tórrido 16 de diciembre de 2017, Paddy Moriarty ingresó al Pink Panther, el único bar y hotel de este diminuto y polvoriento pueblo de Australia, para terminar el día con su típica ronda de tragos: se bajó ocho cervezas, su dosis habitual.
Paddy era un obrero que había pasado la mayor parte de sus 70 años de vida trabajando en el inclemente interior del territorio australiano. Cuando terminó sus cervezas, se despidió y partió rumbo a su casa, acompañado por Kellie, su perra de raza kelpie.
Nunca los volvieron a ver, ni a Paddy ni a su perra Kellie.
Cuatro días después, cuando la policía llegó a Larrimah, una localidad de apenas 11 habitantes situada en el Territorio del Norte, ingresó a la casa de Paddy, que no estaba cerrada con llave, y encontró un sombrero de cowboy apoyado sobre una conservadora de hielo portátil y un pollo al espiedo adentro del microondas.
Las autoridades sospechan que se trata de un homicidio y están indagando a todos y cada uno de los habitantes de Larrimah – 11 en total– en busca de pistas.
Tras la reciente indagatoria a los vecinos, la lista de sospechosos la encabezan un exbarman del Pink Panther, una de las últimas personas que vio al hombre desaparecido, y un jardinero con quien Paddy Moriarty había tenido una pelea pocos días antes de que se lo tragara la tierra. Los detectives también han interrogado a la propietaria de un restaurante que se encuentra sobre la ruta, y los vecinos ya hacen chistes de humor negro sobre el relleno de sus empanadas de carne.
Pero al no haber evidencias claras ni motivos aparentes para la desaparición de Moriarty, los 11 habitantes de Larrimah son de alguna manera parte de la investigación, y cada uno señala con el dedo a tal o cual vecino, mientras niega cualquier participación en este misterio que tiene en vilo a toda Australia.
La localidad de Larrimah tiene el tamaño de una manzana y está rodeada de un monte espeso e impenetrable. La tierra es roja y la calle principal que atraviesa el pueblo siempre ha sido famosa por desapariciones y muertes misteriosas, como la del mochilero británico que se desvaneció hace 17 años. El lugar es una parada técnica para turistas exhaustos que cruzan el país de norte a sur, pero también es un lugar donde los aborígenes australianos, incluso hoy, se niegan a vivir, porque aseguran que está embrujado.
Hay sólo dos lugares de reunión para los vecinos y la gente de paso: el hotel y bar Pink Panther y el parador Fran’s Devonshire Tea House.
"Paddy solía venir todos los días, lo extrañamos mucho", dice uno de sus mejores amigos, Barry Sharpe, de 76 años, propietario del Pink Panther.
Sharpe dice que su pasión es alimentar los animales exóticos que tiene en la parte posterior de su hotel pintado de rosa furioso y del que es propietario desde hace casi 15 años.
El surtido de animales incluye aves raras y exóticas, serpientes, y un enorme cocodrilo marino llamado Sam, al que según sospechan algunos alimentaron con Moriarty después de asesinarlo.
Sharpe dice que lo único que sabe de la desaparición de su amigo es que no fue "a misa", un ritual de domingo a la mañana en el que tradicionalmente los vecinos se reúnen en el salón principal del Pink Panther para ver juntos Landline, el programa de televisión sobre temas rurales más importate del país. Fue en ese momento que los vecinos dieron la voz de alarma.
La búsqueda de tres días, a pie, en camionetas y desde el aire, descartó un extravío y posterior muerte accidental. Hasta la fecha, la policía no ha encontrado el menor rastro de Moriarty ni de su perra Kellie.
Uno de los últimos que vio con vida a Paddy fue Richard Simpson, exbarman del Pink Panther, un hombre con fama de irascible.
"Se la pasaba borracho desde la mañana", dice Sharpe de su antiguo empleado Simpson. "No solo borracho, sino borracho desagradable."
Durante la audiencia pública en la que los testigos son interrogados por los investigadores, Simpson rechazó esas acusaciones, y cuando le mencionaron que algunos habitantes de Larrimah pensaban que tenía que ver con la desaparición de Moriarty, Simpson los calificó de "tarados de mierda".
En cambio, Simpson dejó entrever que la policía debía mirar en otra dirección, y apuntó contra el parador que está sobre la ruta.
"No me quedan empanadas", grita desde la cocina del lugar una mujer bajita de pelo rubio. Frente al local hacen fila las camionetas todoterreno que se detienen para comprar bebidas y empanadas, a pesar de las reseñas online sobre la dudosa calidad de la comida y sus cuestionables precios.
La cocinera de 75 años, Fran Hodgetts, siempre se ha enorgullecido de la calidad de sus escones y de sus empanadas de carne, y suele afirmar ante sus clientes que su cocina es famosa en todo el mundo. Ahora eso es efectivamente cierto, pero no precisamente por su calidad.
"Para mí que Paddy terminó adentro de las empanadas", bromea Robyn Duigan, un turista de Victoria que viene siguiendo el caso de Moriarty a través de los medios y que se detuvo en el camino para preguntar si había algún avance en la causa.
"Lo pasaron por la picadora", agrega Duigan sentado en el jardín del restaurante, un terreno lleno de juguetes viejos y de carteles que promocionan las cualidades culinarias de la señora Hodgetts.
Según la policía, Moriarty y Hodgetts solían tener encontronazos. La casa de Paddy está justo frente al parador, y algunos vecinos dicen que se enfurecía cuando los clientes de Hodgetts estacionaban sus autos en su propiedad.
Como revancha, según varios vecinos, Paddy solía decirle a quien se detuviera que no comprara nada, porque la comida no era fresca ni casera, y remataba diciendo que ni su perra comería las empanadas de Hodgetts.
Si Moriarty tenía enemigos, también tenía aliados: hace años, cuando Sharpe, el dueño del Pink Panther, llegó a la conclusión de que su cocodrilo Sam no era suficiente atracción para el lugar, también empezó a vender empanadas, y Moriarty las publicitaba con un enorme anuncio plantado en su jardín que decía: "Las mejores empanadas en el Hotel de Larrimah".
Hodgetts declaró ante los investigadores que Paddy la molestaba constantemente, y que hace poco la había llamado "chancho de río", un apodo que prendió entre varios de los vecinos. El año pasado, las cosas se pusieron tan feas que Hodgetts solicitó una orden de restricción, que le fue negada por la justicia.
Hodgetts dice que vio por última vez a Moriarty cuatro días antes de su desaparición, cuando lo acusó de haberle tirado un canguro muerto en el jardín.
La conocida animosidad entre ambos llevó a que varios vecinos le dijeran a la policía que Hodgetts lo quería ver muerto, acusación que ella niega de plano.
"¡Por favor! Imagínense si voy a poder cargar el cuerpo de un hombre y de un perro yo sola", dijo Hodgetts durante una audiencia pública en junio. "Ya revisaron cuatro veces mi casa, el pozo séptico y el incinerador, y no encontraron nada", agregó en referencia al allanamiento hecho por la policía.
En su testimonio, Hodgetts terminó enfocando la atención en su jardinero, Owen Laurie, un hombre corpulento y taciturno de 71 años que se ocupa del jardín del parador.
Las preguntas se centraron en una discusión que habrían mantenido Laurie y Moriarty por la perra Kellie, tres días antes de la desaparición.
Ese día, Kellie había estado ladrando hacia el parador desde el medio de la calle. Según el testimonio de Hodgetts, en un momento de la discusión Laurie le habría dicho a Moriarty que hiciera callar a su perra, "o la voy a hacer callar yo".
Hodgetts fue incluso más allá y dijo ante el tribunal que Laurie incluso intentó saltar la reja de la casa de Moriarty.
Laurie admitió tener mal carácter, pero negó cualquier participación en el hecho, y volvió a apuntar contra el último lugar donde Paddy fue visto: el Pink Panther.
En el bar, la clientela sigue hablando de la desaparición de Moriarty. Ya han reanudado la "misa" de los domingos, pero sin la alegría que solía imprimirle Paddy con su presencia.
Como Moriarty no tiene familia en Australia, su propiedad quedó bajo el control del Estado. Y para controlar cualquier movimiento sospechoso, han instalado cámaras de seguridad, junto a un gran cartel con la foto de la persona desaparecida y una pregunta que todos se siguen haciendo: "¿Qué pasó con Paddy?"
The New York Times (Traducción de Jaime Arrambide)
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