Desempleo y poca educación, los males juveniles aprovechados por los carteles
El 10% de los jóvenes está desocupado; son la mano de obra barata de los grupos criminales
MONTERREY.- Desde hace nueve días, México llora las víctimas del terrible atentado que dejó 52 muertos y decenas de heridos en el casino Royal de la ciudad de Monterrey.
Al día siguiente del que fue uno de los peores atentados en la historia mexicana, se difundieron las imágenes de las cámaras de seguridad del casino, que mostraban a los sicarios cuando bajaban de sus autos con bidones de nafta e incendiaban la entrada del edificio.
Dos días después fueron detenidas cinco personas. Sólo una superaba los 30 años y todas se identificaron como miembros de los Zetas; el grupo delictivo que le pelea el control de esta ciudad antes conocida como la "Sultana del Norte", por su desarrollo, a su antiguo jefe, el cartel del Golfo.
Los jóvenes declararon ante las autoridades y asumieron su participación en el atentado. Aparecieron en silencio ante las cámaras de TV. Tenían los rostros golpeados pero trasmitían tranquilidad, una sensación forjada como principio indeleble por años de impunidad bajo el ala criminal.
México tiene una de las poblaciones juveniles más numerosas del mundo.
De sus 112 millones de habitantes, 33 millones son jóvenes y las opciones laborales a las que ellos acceden se caracterizan por ser insuficientes e ineficaces. El desempleo juvenil ronda el 10%, una tasa que exactamente el doble de la tasa de desocupación general. Como si eso no fuera poco, sólo el 38% de los jóvenes completó su educación básica.
Esa situación es aprovechada por los núcleos del crimen organizado para absorber una mano de obra dispuesta a ganar mucho dinero sin importar el costo.
"Empezamos a vender droga cuando vimos que podíamos ganar buena lana [dinero] y además nos daban hasta trocas [camionetas] y fuscas [armas]. Nuestro grupo de amigos siempre estaba en esas equinas del barrio, desde chiquitos, y pues, era lo mismo, pero ahora vendemos «bolsitas» y nos respetan", explica César a LA NACION.
Tiene 17 años y ocupa un punto de venta controlado por los Zetas. Cada noche, en horas diferentes, un auto con varias personas armadas con fusiles automáticos llega para recaudar el dinero y chequear que todo avance en orden.
El rey de los productos es la "piedra" (paco) y se distribuye en pequeñas bolsitas "estilo ziploc" que los narcotraficantes identifican con colores.
"Cuando comenzó la pelea por el territorio, diseñaron esa estrategia para identificar su mercancía y así liquidar a quienes vendían para el bando rival. El resultado fue la guerra total en barrios, bares y antros (boliches)", concluye.
Fuentes de la Procuraduría de la Nación (PJR) detallaron a LA NACION que la convivencia entre los carteles de la droga en Monterrey es parte del pasado.
"Hoy, la pelea por la ciudad más pujante del país transformó esta capital en tierra de ejecuciones y cobros de piso. Lo del casino fue el mejor ejemplo sobre los mecanismos que tienen los criminales para recaudar dinero cuando otros rubros les fallan", explicó.
En la nómina de pago
Los narcotraficantes recaudan dinero con el control de la venta de drogas, la prostitución y la piratería. Aparte de esos nichos ilegales, los casinos y las inversiones en infraestructura terminan por definir el mapa de operaciones de los grupos mafiosos en el noreste mexicano.
Para cada área se necesita gente y la mano de obra se obtiene por interés particular (como César) o a la fuerza.
"Trabajé como «dealer» independiente desde los 14. Fui preso dos veces pero siempre seguí porque no tenía miedo. Pero hace varios meses la cosa cambió, cuando llegó un comando armado y me subió a su camioneta. Fueron muy claros, o trabajaba para ellos o les pagaba 15.000 dólares. La otra opción era que me cortaran la cabeza ¿Qué podía hacer? ¿Denunciarlos? Desde ese día pasé a formar parte de su plantilla de trabajo. Dejé de ganar los 3000 dólares mensuales que acostumbraba y pasé a cobrar 800 como empleado de «la compañía». Ellos te ingresan a su nómina y entrás al sistema. No importa cuánto dinero les hagas ganar, te pagan lo mismo", confiesa Manuel, de 25 años, que purga una condena en el penal de Apodaca, Nuevo León.
El recluso cuenta a LA NACION que existen diferentes variantes dentro de la estructura operativa.
"A los niños los suelen usar como informantes y siempre andan por el barrio buscando información. Se les llama «halcones». Después, cuando van subiendo, empiezan a utilizar armas y a colaborar con la venta de drogas. De ahí, si siguen interesados, se los introduce en operaciones de vigilancia y secuestro de personas. Cuidan las casas de seguridad y aprenden lo más duro del oficio. A partir de allí, la muerte es parte de todo. Se suman a caravanas con más gente que hace operativos y ejecutan gente. Nunca llegarán a ser profesionales con las armas, pero consumen tanta droga que pierden el miedo y eso los vuelve peligrosísimos", comenta.
Manuel recuerda cuando fue capturado por el ejército y sus compañeros perdieron la vida.
"Así es este trabajo. Sabés las reglas desde chico, pero querés ganar dinero y te sentís inmortal. Estos «chavos» que quemaron el casino tienen la misma historia detrás. Empezaron como nosotros y por seguir órdenes ahora son responsables del multihomicidio más horrendo de nuestra historia", se despide.
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