El fantasma de la Gran Depresión vuelve a sobrevolar el mundo
MADRID.- Con la entronización de Donald Trump , una amenaza planea contra la economía mundial: la de los viejos conocidos déficits gemelos estadounidenses. A saber, el déficit presupuestario, o la diferencia entre gastos en ascenso e ingresos fiscales en descenso. Y el déficit comercial, o la diferencia entre exportaciones a la baja e importaciones al alza.
Tarde o temprano la combinación de ambos suele desembocar en una recesión. Y eso sin contar el más peligroso fantasma: los devastadores efectos de una política súper proteccionista de la industria nacional (contra México, contra China), que puede derivar en guerras comerciales, y éstas, en un retraimiento de los intercambios mundiales de efectos potencialmente depresivos.
En realidad, esos déficits resultarían innecesarios si lo que se pretende es el relanzamiento económico de la superpotencia. Porque la herencia que Trump recibe de Barack Obama es históricamente casi inmejorable. En términos relativos, porque el último presidente debió afrontar la peor crisis interna y mundial desde la Gran Depresión de 1929 y porque cosechó en ello un éxito reconocido, pese a que la oposición parlamentaria republicana lo tuvo maniatado. Obama practicó, con el apoyo de la Reserva Federal, un triple rescate: el financiero (las secuelas de Lehman Brothers, que trató bien George W. Bush en su primera fase); el de la economía real (la resurrección de la industria automotriz y otros sectores productivos); el social (al incorporar a la asistencia sanitaria a más de 20 millones de ciudadanos, mediante el Obamacare).
A pesar de algunos enojosos puntos negros (aumento de la desigualdad y del desempleo juvenil), la economía norteamericana pasó de caer un 5,4% en 2009 a crecer un 3,5% en el último trimestre de 2016. El PBI per cápita cerró su segunda gestión con un aumento de cerca del 4%. El empleo sumó 12 millones de puestos a los 133,7 millones de partida -recuperando su nivel precrisis- y el desempleo cayó del 10% al 4,6%, casi pleno empleo. Y el déficit presupuestario se redujo en un 60%, a costa, eso sí, de aumentar la deuda pública un 25% (del 52,4% del PBI en 2009 al 76,5% en el primer semestre de 2016).
Pese a esta notoria recuperación, Trump pretende calentar la economía a ritmo e intensidad muy superiores, mediante un estímulo fiscal tan deseable si se produjera en la anémica Europa, pero dudosamente adecuado para una economía ya tan relanzada, que se permitió aumentar los tipos de interés del dinero en dos ocasiones.
Trump anunció notables rebajas de los principales impuestos, y un notable aumento del gasto público: 550.000 millones de dólares para un programa de infraestructuras (efectivamente necesitadas de una enérgica puesta al día) y un plan todavía no detallado de incremento del gasto militar.
De las cifras definitivas de esos programas, la cadencia de los cambios y la real evolución recaudatoria, dependerá la magnitud del déficit fiscal. Pero casi nadie duda -y la Reserva Federal así lo cree y por eso acelera la subida de tipos- de que lo habrá. Y cuantioso. Desde luego que esa receta debería relanzar a cortísimo plazo la economía.
Déficit
El problema inmediato será financiar ese déficit. Deberá hacerse por alguna de estas vías, o su combinación: con más deuda (cuando el margen no es infinito); con una segunda ronda fiscal contradictoria de las reducciones impositivas (y por tanto, aumento de impuestos) o mediante el incremento de la inversión financiera y productiva exterior.
El riesgo es que al sobrecalentamiento inmediato le suceda un duro enfriamiento a medio largo plazo como producto del aumento de los desequilibrios internos (excesivos alzas de tipos, apreciación del dólar con el riesgo de cercenar la financiación privada interna y, así, el crecimiento) y los desordenados efectos colaterales internacionales (desvíos de los flujos de capitales globales en busca de mejores retribuciones).
© El País, SL
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