El voto castigo fue protagonista
Hace un mes todas las encuestas vaticinaban un triunfo de Dilma Rousseff (PT) en la primera vuelta. Sin embargo, algo sucedió y el resultado fue otro. La clave parece estar en los hechos que se sucedieron en el mes de septiembre.
A inicios del mes pasado, Rousseff alcanzó los 50 puntos y José Serra (PSDB) se estancó en torno a los 27, luego de su lenta agonía que comenzó en el mes de mayo. A un mes de la elección, el escenario parecía inmutable: el "voto Lula" –variable que explicó que su candidata haya logrado 20 puntos en seis meses– estaba a la orden del día, y ni Serra ni Marina Silva (PV) daban señales de descifrar cómo oponerse al mandatario más popular de la historia brasileña.
Pero como la política es una sucesión de imponderables, en ese contexto pasó lo imprevisible: una sistemática sucesión de escándalos políticos vinculados al gobierno de Lula perjudicaron a su candidata. El primero fue un hecho sumamente grave pero de difícil comprensión para la mayoría del electorado: la quiebra del sigilo fiscal de Verónica Serra, la hija del candidato opositor, por personas vinculadas al PT. Ello fue inmediatamente seguido del escándalo de Erenice Guerra, la flamante jefe de gabinete de Lula y mano derecha de Rousseff, en un escándalo que incluye la utilización del poder e influencia para hacer negocios privados.
Estos hechos, comunicados con una gran dureza por los medios de comunicación, generaron una fuerte reacción de Lula, lo que dio lugar a otro frente de batalla a semanas de la elección: el gobierno contra los medios. Buscando contrarrestar una hemorragia de votos, a días de los comicios Rousseff se expresó públicamente en contra del aborto, contradiciéndose con su posición favorable manifestada un tiempo atrás. Esto le fue recordado por los medios –a esta altura marcadamente en contra de la candidata de Lula– y los principales candidatos de la oposición. No es un tema menor para un país que reúne la mayor población católica en el mundo.
Tomando como parámetro la última elección presidencial, el electorado parece haber respondido igual que en 2006: entonces candidato a la reelección, Lula lideraba las encuestas y todo indicaba un triunfo en primera vuelta. Sin embargo, el escándalo del "mensalao" –el caso más notorio de corrupción del gobierno que data de fines del 2005– empujó la elección a una segunda vuelta, en la que Lula sólo obtuvo siete puntos de diferencia sobre el opositor Alckmin (48,6 a 41,6). En el ballottage, sin embargo, Lula se llevó el 60,8%, y Alckmin, el 39,1%. El mensaje en las urnas fue claro: Lula era la primera preferencia del electorado, pero éste no lo premió con una primera vuelta ante los abusos y escándalos políticos.
El voto castigo nuevamente aparece como el protagonista de la actual elección. Ahora sólo resta ver si el electorado apenas busca dar un mensaje a la candidata de Lula, con un similar comportamiento al del 2006, o si es un segmento que no podrá recuperar. Ello, y los votos de Marina Silva, la tercera candidata mejor ubicada que hizo una excelente elección, responderán esta incógnita.
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