Las palabras del Papa, una corrección a la política vaticana para Medio Oriente
ROMA.-La palabra "guerra" siempre está prohibida. Pero la Iglesia Católica nunca se ocupó de elaborar eufemismos para las intervenciones militares que se proponían detener "la mano del agresor" contra la población civil. La "injerencia humanitaria" para la intervención armada en Kosovo. La "policía internacional" limitada y circunscripta a las operaciones en Afganistán como respuesta a los atentados del 11 de Septiembre. Sin embargo, las palabras del Papa marcan una corrección significativa de rumbo en la política vaticana para Medio Oriente.
La masacre de los cristianos en Irak ya adquiere dimensiones apocalípticas. La línea de la prudencia parece destinada a la desilusión. La Iglesia de Francisco no se ha vuelto belicista, pero quienes siempre se escondieron bajo el manto papal para hacer prevalecer la línea del "pacifismo" absoluto difícilmente encuentren acogida en la Plaza San Pedro. Como en 1991 y 2003, cuando la izquierda italiana terminó desfilando bajo las ventanas de Juan Pablo II, en reconocimiento a su liderazgo moral al frente de quienes se oponían, ya fuese a la guerra impulsada por George H. W. Bush, o la de su hijo y el británico Tony Blair.
Hace pocos meses, las palabras de Francisco sonaron como un alto categórico frente a la tentación de Barack Obama de intervenir en Siria contra la carnicería perpetrada por Bashar al-Assad, en un conflicto que ya dejó cerca de 170.000 muertos, casi todos civiles. En vez de "detener al agresor", la prioridad pareció ser entonces la de detener el intervencionismo difuso de Estados Unidos. El llamado a un ayuno testimonial a favor de la paz sonó más polémico en relación con Obama que con Al-Assad. Un pacifismo un poco estrábico, que, sin embargo, podía encontrar justificación en la necesidad de defender a los cristianos de Siria de los crímenes que los rebeldes jihadistas habían comenzado a perpetrar contra el pueblo cristiano.
Las catastróficas dimensiones de la masacre de los cristianos a manos de los jihadistas del Estado Islámico impulsaron al Papa a corregir el rumbo.
Hace ya un siglo, el papa Benedicto XV deploró la "inútil sangre" de la Primera Guerra Mundial. E incluso en la Segunda Guerra Mundial, la línea de la prudencia aconsejaba al Vaticano -pero no a los obispos e instituciones religiosos individualmente- un enfoque que no sonara como un elemento de conflictos y divisiones ulteriores.
Más tarde, en Medio Oriente, la política vaticana de buen vecinazgo con los países árabes siempre dio a entender una línea, si no de abierta hostilidad, al menos de abiertas diferencias con el Estado de Israel. Durante la Guerra del Golfo, tras el fin de la Guerra Fría, el pontificado de Karol Wojtyla fue calamitosamente capaz de ponerse al frente de todo el variopinto mundo que se oponía a la intervención en Irak, a pesar de las flagrantes violaciones a las leyes internacionales de parte de Saddam Hussein con su invasión a Kuwait.
En 2003, las banderas arco iris de la paz fueron izadas con el apoyo de la Iglesia Católica, que sin embargo no se había manifestado contra la intervención para derrocar al régimen talibán en Afganistán. Pero entonces las razones geopolíticas también se mezclaban con las humanitarias, por la persecución que realizó el régimen de Saddam contra los chiitas de Basora y contra los kurdos.
Ahora Francisco reafirma la necesidad de detener la mano asesina del agresor e impedir ulteriores masacres. Un giro que puede influir en la política de los Estados. No será una "tercera guerra mundial", pero estamos frente a un recrudecimiento descontrolado de los conflictos.
Traducción de Jaime Arrambide
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