Mmusi Maimane, el Obama de Soweto
Lo llaman el Barack Obama de Soweto, la barriada sudafricana que simbolizó la lucha contra el apartheid. Sobre todo por el Obama candidato, ese político que emergió después de dos gobiernos republicanos para liderar a los demócratas en 2008: joven, renovador, conciliador. Y por el hecho de que en sólo cuatro años los dos pasaron de la nada misma a conducir la oposición.
Pero Mmusi Maimane escribe su propia historia. Si le dan a elegir, incluso, prefiere a Bill Clinton. El año pasado se convirtió en el primer presidente negro de la Alianza Democrática (AD), un partido de blancos liberales cuyas raíces se hunden en los años del apartheid, cuando su predecesor, el minoritario Partido Progresista, intentó combatir el sistema desde adentro para derribar los muros del racismo.
De 36 años, Maimane surgió del empobrecido Soweto para ascender en la escala social. Y se labró un currículum que quita el aliento. Graduado en psicología, hizo un máster en Administración Pública y otro en Teología. Habla seis idiomas, trabajó en el sector privado, se hizo pastor evangelista y, desde 2011, sube de dos en dos los escalones del poder.
"De cierta forma es la historia que quiero ver para cada chico, que desde un arranque de pobreza, si se trabaja duro se pueden alcanzar los objetivos que todos los sudafricanos son capaces de alcanzar", dijo durante una entrevista con la BBC.
Desde esa formación de mayoría blanca, este psicólogo, pastor y político, que en los actos de campaña cambia de idioma sin mediar pausas, intenta renovar la política sudafricana. Quiere abrir una alternativa al reinado del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela que logró la transición democrática pero que, después de 22 años, muestra señales de desgaste.
La dirigencia del CNA y demás rivales quieren cortarle el vuelo. Lo acusan de ser una "marioneta" de los blancos, una máscara negra que oculta la realidad blanca de los prósperos dirigentes de la AD, una farsa de los blancos para ganarse el favor de los incautos votantes negros.
"Hay gente que quiere creer que si sos un negro en otro partido sos algo así como una marioneta. Es un insulto para la gente negra sugerir que no somos capaces de pensar, que no somos capaces de liderar", se defiende Maimane.
Con el derrumbe de esa vieja película en blanco y negro que fue el apartheid, también cayeron las barreras legales que separaban a las razas. Adiós a los lugares vedados según el color de la piel, las playas exclusivas, los transportes segregados, los degradantes pases para entrar en los barrios blancos.
Pero, a pesar de esa nueva carta de ciudadanía, y de la mejora relativa en la calidad de vida, una línea invisible aún divide a la sociedad. Todos coinciden en que la riqueza está del lado de los blancos, y la pobreza del lado de los negros. La corrupción que se le atribuye al presidente Jacob Zuma forma parte del escenario. Allí están los 16 millones de dólares para la refacción de su casa, y el medio millón para la compra de coches oficiales para sus cuatro mujeres, marido múltiple y generoso si los hay.
"Maimane se centró en la ética porque ése es el punto débil del CNA, e intentó disipar las preocupaciones de que la AD representa los intereses de la minoría blanca", dijo a LA NACION Sisonke Misimang, columnista y activista social. De todos modos, señaló que la continuidad del CNA en el poder está en sus propias manos, siempre que corrija los desafueros de Zuma.
Maimane siente que su partido puede dar el zarpazo. Dice que su partido está listo para gobernar desde 2019. Acaba de capturar la alcaldía de Johannesburgo, de la mano de Herman Mashaba. Para eso necesita sumar votos entre los negros, que de a poco se animan a dejar la zona de confort del CNA, porque más allá de la épica de la lucha contra el racismo, no ofrece soluciones a sus dramas cotidianos de 2016.
Como dijo a LA NACION el escritor y columnista político Brent Meersman, "la AD casi con seguridad seguirá ganando terreno entre los votantes del oficialismo".
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