
Pekín convirtió una secta en un enemigo temible
Con su persecución, el gobierno chino se creó un rival político
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NUEVA YORK.- La magnitud y la tenacidad de Falun Gong, la secta que profesa la sanación por la vía de la fe, han tomado a todos por sorpresa, incluso al gobierno chino.
En abril último, 10.000 miembros de Falun Gong se congregaron en Pekín para realizar una manifestación silenciosa fuera de la Ciudad Prohibida y desaparecieron tan repentinamente como habían llegado. Ahora que proscribió la secta, Pekín se hizo de un enemigo temible.
Desde una perspectiva histórica, da la impresión de que el grupo, cuyo nombre significa "rueda de la ley", resulta bastante familiar.
Las sociedades secretas, los movimientos religiosos y las sectas sanadoras por medio de la fe, sobre una base diversa con elementos del budismo, el taoísmo y de milenarias creencias populares, formaron parte del escenario chino durante miles de años. Y tienden a ser más numerosas y a ponerse violentas en épocas de crisis y de transición.
Cuando la dinastía Han se tambaleaba en el siglo II d. C., una secta taoísta llamada Turbantes Amarillos provocó una revuelta que coadyuvó a derribar al gobierno. Su lema era "Taiping" (gran paz).
Después de las guerras del opio, a mediados del siglo XIX, un erudito fracasado llamado Hong Xiuquan aseguró ser el hermano menor de Jesucristo y fundó una secta denominada Gran Paz, en honor de los Turbantes Amarillos. La rebelión de su secta costó millones de vidas, pero aceleró la caída de la dinastía Qing.
Apenas 50 años después, otra sociedad que profesaba la sanación por medio de la fe se sublevó. Fueron los Boxers, que decían tener poderes sobrenaturales que los hacían indemnes a las balas. No lo eran, y murieron por montones, pero no antes de abatir a muchos de sus represores.
La secta Falun Gong, por lo tanto, con sus creencias budistas-taoístas en pos de la excelsa virtud a través de técnicas que sanan por medio de la fe, pertenece a una tradición popular que siempre ha alarmado a los poderes de turno.
La ortodoxia solía ser el Confucianismo, que imponía una jerarquía social como una especie de orden cósmico, con el divino emperador en la cúspide.
Hoy es el marxismo-leninismo. Pero pocos chinos, incluso dentro del Partido Comunista (PC), realmente creen en los dogmas marxistas. Para seguir justificando su poder, el gobierno chino ha tenido que volcarse cada vez más hacia una forma resentida de nacionalismo, es decir, la idea de que China está permanentemente acosada por potencias extranjeras hostiles. Cien años de derrotas humillantes a manos de enemigos extranjeros hicieron que en la mayoría de los chinos calara hondo esa forma de nacionalismo.
Funcionó bien en el caso del bombardeo contra la embajada china en Belgrado. Pero acaso no funcione contra la Falun Gong. El hecho de que el guía del grupo, Li Hongzhi, viva en Nueva York es aprovechado por el gobierno para calificar a los partidarios de la secta como incautos y víctimas de la manipulación extranjera. Pero debido a que es tan evidente que ésta forma parte de una larga tradición china, ese estigma no es convincente.
Exhortaciones absurdas
En la prensa china, las exhortaciones para empeñarse más en el estudio del marxismo, el socialismo científico, el ateísmo y el materialismo dialéctico parecen incluso más absurdas, no sólo porque poca gente cree en esas consignas sino porque ese criterio pone al descubierto lo que los marxistas chinos llamarían una contradicción de la propaganda del partido. Para combatir a un culto puramente autóctono, Pekín recurre a anticuadas frases gastadas que tomó prestadas de Occidente.
Las versiones indican que la reciente erupción de protestas de la secta Falun Gong -unos 30.000 manifestantes en distintas ciudades chinas- constituye el mayor desafío contra el Partido Comunista desde las manifestaciones registradas en la plaza Tiananmen, en 1989. El desafío podría ser potencialmente mayor. Se dice que la secta cuenta en China con 70 millones de miembros, lo cual la convertiría en una agrupación más numerosa que el propio PC, que tiene 60 millones de afiliados. Además, de esos 70 millones de personas muchas pertenecen también -según los rumores- al Partido Comunista.
Esto no es tan sorprendente. Las reformas políticas fueron interrumpidas en la década de los años 80 y muchos chinos se decepcionados en cuanto a la política como vía de solución para sus problemas. De manera que se retrajeron y recurrieron a la meditación para alcanzar esferas superiores y curar sus frustraciones. O bien podrían esperar a que la intervención sobrenatural y las virtudes divinas ayuden a China allí donde la política fracasó. Todo esto y mucho más promete la secta Falun Gong.
Hasta ahora, Falun Gong no ha adoptado una manifiesta actitud política. Su guía, desde Nueva York, predica en favor de la indiferencia por los asuntos mundanos. En China, muchas sociedades secretas y sectas consagradas a la meditación se iniciaron de esa manera.
Pero nada es más eficaz que la persecución para convertir a los grupos religiosos en políticos. Por lo tanto, habría sido más sensato que Pekín hubiese dejado tranquila a Falun Gong y tolerado su prácticas heterodoxas. Al reprimir con tanta dureza, el gobierno chino se hizo de un enemigo allí donde sólo había una secta.
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