Un año de guerra que cambió a Europa para siempre
El conflicto en Ucrania, que transformó Europa más profundamente que ningún otro acontecimiento desde el final de la Guerra Fría, dejó al descubierto la tarea que le espera a la UE: cómo transformarse de potencia de paz en protagonista geopolítico con músculo propio
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HELSINKI.- “Se cayeron las caretas”, decía hace exactamente un año el presidente de Finlandia, Sauli Niinisto, el día que Rusia invadió Ucrania y desató su devastadora guerra en territorio europeo. “Ahora todos vemos el frío rostro de la guerra”.
Presidente por más de una década, Niinisto se había reunido en varias oportunidades con Vladimir Putin, en línea con el abordaje pragmático de Finlandia en su relación con Rusia, un país con el que comparte casi 1400 kilómetros de frontera. Pero de repente esa política quedaba hecha añicos, y con ella las ilusiones de Europa de seguir como de costumbre con sus negocios con Putin.
Eran ilusiones con raíces muy profundas. Durante décadas, la idea central del proyecto de construcción de la Unión Europea (UE) fue extender la paz en todo el continente. La noción de que los intercambios comerciales y la interdependencia económica eran la mejor garantía contra la guerra estaba muy arraigada en la psiquis europea desde la Segunda Posguerra, por más que sus relaciones con Moscú fueran cada vez más hostiles.
La sola idea de que la Rusia de Putin se hubiese vuelto agresiva, imperialista, revanchista y brutal —así como impermeable a la política pacifista de Europa— era prácticamente indigerible tanto en París como en Berlín, incluso después de la anexión de Crimea, en 2014. Esa Rusia crecientemente militarista podía tener cuatro patas, ladrar y menear la cola, pero eso no significaba que fuera un perro.
“Muchos ya dábamos la paz por descontada”, dijo Niinisto este mes, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, después de impulsar con fuerza la inclusión de Finlandia en la OTAN durante todo el año pasado, algo que hasta 2021 parecía inimaginable. “Y entonces bajamos la guardia.”
— Sauli Niinistö (@niinisto) February 24, 2023
La guerra en Ucrania ha transformado Europa más profundamente que ningún otro acontecimiento desde el final de la Guerra Fría, en 1989. La mentalidad pacifista, más acentuada en Alemania, cedió su lugar al incipiente reconocimiento de que para cumplir sus objetivos estratégicos y de seguridad, se necesita poderío militar. Un continente en piloto automático, acunado hasta la amnesia, se ha encolumnado detrás de un enorme esfuerzo para salvar la libertad de Ucrania, una libertad que ahora entiende como sinónimo de la suya.
“Los políticos europeos no están acostumbrados a pensar el poder militar como un instrumento de política exterior o de los asuntos geopolíticos”, dice Rem Korteweg, experto de defensa holandés. “Ahora acaban de tener un curso intensivo.
Atrás quedaron los debates por el tamaño de los tomates o la forma de las bananas aceptables para circular por la UE, y fueron reemplazadas por encarnizadas discusiones sobre el envío de tanques y aviones cazas F-16 para el gobierno de Kiev. Hasta ahora, la UE le ha suministrado a Ucrania unos 3800 millones de dólares en ayuda militar.
En total, los países europeos, ya sea a través de la UE o individualmente, han comprometido más de 50.000 millones de dólares en diversas formas de ayuda a Ucrania, le han impuesto 10 rondas de sanciones a Rusia, han absorbido más de 8 millones de refugiados ucranianos —casi la población de Austria—, y mayormente han logrado prescindir del gas y el petróleo rusos, una transformación drástica y bajo una fuerte presión inflacionaria.
Un “Zeitenwende”, o cambio de época, fue el término que utilizó hace casi un año el canciller alemán, Olaf Scholz, al anunciar una inversión de 112.000 millones de dólares en las fuerzas armadas de su país. Lo aplicó para hablar de Alemania, un país traumatizado por su pasado nazi que había desarrollado un visceral sentimiento antibélico, pero la palabra también se aplica a todo un continente donde la posibilidad de una guerra nuclear, aunque remota, dejó de ser ciencia ficción.
La era de la Posguerra Fría ha dado paso a un incómodo interregno de creciente rivalidad entre las superpotencias. “Ucrania nunca será un éxito para Rusia”, dijo la semana pasada el presidente norteamericano, Joe Biden, desde Varsovia, y lo hizo mientras China y Rusia conversaban sobre su asociación “sin límites” y Putin dejaba en suspenso su participación en el último tratado de no proliferación de armas que quedaba en pie entre las dos mayores superpotencias nucleares.
Es la Era del Reordenamiento, y Europa se vio obligada a hacer sus ajustes correspondientes.
“La guerra hizo que tuviéramos que replantearnos cuestiones básicas, como la paz, la guerra y nuestros valores”, dice François Delattre, embajador francés ante Alemania. “Y la pregunta que más nos interpela es qué significa ser europeos.”
Sin Estados Unidos, la heroica Ucrania del presidente Volodimir Zelensky quizá no habría tenido los medios militares para resistir la invasión rusa. Y eso debería ser aleccionador para los europeos, por más que la respuesta de Europa haya superado la expectativa de muchos, porque revela la magnitud de la tarea que le queda a Europa si quiere convertirse en una potencia militar creíble.
Así que ahora que nos espera una larga guerra de estancamientos prolongados, la UE tendrá que ver cómo apuntala sus fuerzas armadas, cómo pilotea las tensiones entre los países vecinos a la guerra que quieren una derrota total de Putin y otros países, como Francia y Alemania, más partidarios de hacer concesiones, y cómo lidiar con las elecciones presidenciales que se celebrarán el año que viene en Estados Unidos, que alimenta la incertidumbre sobre la continuidad del apoyo de Washington.
En resumidas cuentas, la guerra ha dejado al descubierto la tarea que le espera a Europa: cómo transformarse de potencia de paz en protagonista geopolítico con músculo propio.
“No hay vuelta atrás aunque la guerra termine mañana”, dice Sinikukka Saari, experto en asuntos rusos y director de investigaciones del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales. Como tampoco hay vuelta atrás para el ingreso de Finlandia en la OTAN ni para el estatus quo que regía anteriormente en Europa.
Consecuencias no deseadas
Antes de que comenzara la guerra, los nacionalistas europeos de línea dura, en general vínculos financieros y de otro tipo con Moscú, habían sembrado la idea de una Europa opulenta y complaciente, socavada por el consumismo y por la burocracia de la UE.
Pero la invasión rusa tuvo un efecto galvanizador y mayormente unificador. Para Putin, las consecuencias no deseadas e indeseables de su guerra se han multiplicado.
El mejor ejemplo es Finlandia, cuyo temor a Rusia es profundo. A partir de 1809 y durante más de un siglo, Finlandia fue parte del Imperio Ruso, aunque como ducado autónomo, y en la Segunda Guerra Mundial perdió el 12% de su territorio ante Moscú.
Si Finlandia mantuvo el servicio militar obligatorio desde la Posguerra, cuando la mayoría de los países europeos abandonaron la conscripción, “no fue precisamente porque tuviéramos miedo de Suecia”, como dijo el exprimer ministro finlandés, Alexander Stubb.
“Todas las familias tienen algún recuerdo de la guerra, la historia misma nos habla del peligro”, dice Emilia Kullas, directora del Foro de Política y Negocios de Finlandia. “Y sin embargo dudamos. Pensamos que lo mejor para Finlandia era seguir siendo neutral.”
De hecho, apenas un mes antes de la invasión, en enero de 2022, la primera ministra socialdemócrata finesa, Sanna Marin, le dijo a Reuters que era “muy poco probable” que Finlandia solicitara unirse a la OTAN durante su mandato. Las encuestas de opinión mostraban sistemáticamente que entre los fineses el apoyo a unirse a la alianza atlántica no superaba el 20% o el 30%.
El telón cayó a los pocos días del ataque del 24 de febrero. “El impulso lo dio el clamor popular”, dice Janne Kuusela, directora de políticas del Ministerio de Defensa de Finlandia. “Por lo general, los políticos marcan el rumbo y la gente los sigue. Esta vez, el pueblo se puso al frente”.
El momento de la verdad también le llegó a Suecia, un país que no participa de una guerra desde hace más de 200 años.
“El mar Báltico se ha convertido en un estanque privado de la OTAN”, dice Thomas Bagger, embajador alemán en Polonia. “Es un gran cambio estratégico.”
En cuanto al ingreso de Ucrania a la OTAN, resulta inconcebible mientras esté en guerra con Rusia.
“No creo que ningún miembro de la OTAN piense que un país en guerra con Rusia puede unirse a la alianza”, dice Petri Hakkarainen, máximo asesor diplomático de Niinisto, el presidente finlandés.
Y ahí radica un problema que probablemente crezca para Europa. “A Putin le conviene congelar el conflicto”, dice Delattre, el embajador de Francia en Alemania. “Una Ucrania parcialmente ocupada y disfuncional no puede avanzar hacia la integración con Europa. Así que de los tres posibles resultados de la guerra —una victoria ucraniana, una victoria rusa y un punto muerto—, hay dos que favorecen a Putin”.
Por supuesto que una Rusia cada vez más represiva, bajo severas sanciones internacionales, liderada por un paria en todo el mundo occidental, y sin camino hacia la reconstrucción económica, también sufrirá por la prolongación indefinida del conflicto. Pero la capacidad rusa para absorber el sufrimiento podría ser insondable…
“El señor Putin no tiene el menor respeto por la vida humana y Ucrania seguirá luchando mientras Occidente la apoye”, dice Kussela. “Es un punto muerto muy difícil de romper.”
Reinventar Alemania
El enorme contraste del relato de Posguerra en Polonia y Alemania es sorprendente. Polonia jamás perdió consciencia de la amenaza rusa. Alemania, atormentada por la culpa, compró gas ruso barato y desestimó la amenaza que representaba Putin.
La unidad europea frente a la guerra no implica que hayan desaparecido las fisuras, y en ningún país la guerra en Ucrania ha sido más problemática o transformadora que en Alemania.
“Los alemanes hemos entendido que Ucrania está librando una guerra justa, y estamos reinterpretando las lecciones de 1945″, dice el embajador Bagger. “Eso implica cambios en la política de defensa y de energía, pero en un nivel más profundo, implica un cambio de mentalidad.”
La pregunta central para Europa es si Alemania podrá finalmente igualar su poderío económico con su peso militar, y cómo se sentirá el resto de Europa si eso efectivamente ocurre.
El canciller Scholz es un socialdemócrata prudente que está decidido a evitar una escalada de la guerra y es muy consciente de la angustia que le genera el militarismo a la sociedad alemana. Al igual que el presidente francés, Emmanuel Macron, quien este mes advirtió sobre el peligro de “aplastar” a Rusia, Scholz también se inclina por una paz negociada.
Pero una alianza decidida a negarle a Putin la victoria tendría que estar en condiciones, como mínimo, de garantizar la soberanía y la independencia de Ucrania.
“En Europa no habrá paz sostenible en el tiempo hasta que tengamos una fuerza disuasoria convincente”, dijo Saari, el experto finlandés en temas rusos. “La única conclusión posible es esa.”
Roger Cohen
(Traducción de Jaime Arrambide)
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