Allegro
Velocidad creativa
La lentitud de Debussy
Cierta historiografía un tanto antigua, más romántica que verosímil y generosamente desmedida, gustaba de mostrar a los grandes compositores como una especie de atletas poderosos, capaces de concretar las más portentosas hazañas musicales en la mínima cantidad de tiempo. A mediados del siglo XIX, un inglés que imaginaba a Händel más vertiginoso que Speedy Gonzales o Usain Bolt, afirmaba que El Mesías había sido escrito en tan sólo una noche. Sin este tipo de exageraciones, hubo quienes, efectivamente, trabajaban con una rapidez proverbial, como, por ejemplo, Mozart, Schubert, Liszt, Hindemith o Shostakovich. Pero la labor creativa requiere paciencia, concentración, detenimiento, reflexiones y esmero y el tiempo para llevarla adelante es absolutamente individual. En este sentido, según las ocasiones y los contextos, hubo compositores más veloces y diligentes que otros. En la determinación de esta celeridad, más allá de las capacidades personales, hay que tomar en cuenta, además, la complejidad del discurso y el grado de novedad de la propuesta que, necesariamente, implican una precaución especial, diferente a la que es propia del tránsito creativo que se emprende por terrenos ya experimentados. Debussy, por ejemplo, era uno de estos artistas precavidos, en las antípodas de los típicos compositores Fórmula 1. En su Historia de la música para niños, Monika y Hans Günter Heumann hablan de sus tiempos de trabajo. Desde el Metropolitan Opera House le pidieron una nueva ópera. Debussy quiso saber de cuánto tiempo podría disponer. La respuesta fue inapelable: "Tres meses, hasta la inauguración de la próxima temporada". La negativa de Debussy fue contundente y muy explícita: "Imposible. Ése es el tiempo que necesito para decidirme entre dos acordes".





