Arlt, en una película muy poco rabiosa
"El juguete rabioso" (Argentina/1998). Producción en colores presentada por Buena Vista International. Música: Martín Bianchedi. Fotografía: Ramiro Aisenson. Intérpretes: Mariano Torre, Thelma Biral, Lito Cruz, Onofre Lovero, Juan Acosta , Jorge Luz y otros. Guión: Oliverio Torre y Javier Torre, basado en la novela homónima de Roberto Arlt. Dirección: Javier Torre. Duración: 105 minutos.
Nuestra opinión: regular
"El juguete rabioso" arranca a puro vértigo: un grupo de adolescentes, previa experimentación en un baldío con unos explosivos caseros, es perseguido por la policía. La escena, tanto por su concepción, la utilización nerviosa de la cámara en mano, los cortes de montaje y la música estridente, remite a la muy similar secuencia inicial de "Trainspotting".
Semejante comienzo lleva a pensar qué puntos de contacto puede haber entre la adaptación de esa novela tan prototípicamente porteña que Roberto Arlt escribió en 1926 y aquella película sobre un grupo de heroinómanos escoceses de los años 90. Desde el momento en que Javier Torre decidió trasladar la historia de Silvio Astier a la actualidad y ambientarla en ese mundillo de la juventud marginal que tan bien reflejó recientemente "Pizza, birra, faso", las comparaciones ya no parecen tan descabelladas.
Torre -a quien puede cuestionársele cualquier aspecto, menos el de no haber arriesgado con esta propuesta- también apela a un registro muy parecido al que Bruno Stagnaro y Adrián Caetano exhibieron en su ópera prima: una narración sucia en la que abundan los fuera de foco, las imágenes crudas, los bruscos movimientos de cámara y los primeros planos. Pero esta estética aquí resulta forzada, por momentos artificial.
El problema de Torre
El gran problema para Torre es, precisamente, el texto de Arlt. Presionado a no traicionar el espíritu de la novela, hace que este Silvio Astier de los años 90 lea a Dostoievski, a Baudelaire, a Conrad, a Artaud, y que hable de sus inventos ("el señalador automático de estrellas fugaces") en un ambiente dominado por rengos que sueñan con dar el gran golpe, chicos de la calle y parejas que se relacionan a través del insulto y la violencia.
Y como el director y coguionista optó por trasladar automáticamente varios diálogos originales del libro a la película, esos mismos pibes de la calle que se unen para robar caños, cables y picaportes terminan hablando, sentenciosos, de "paralizar las actividades por un tiempo indeterminado".
En su afán por modernizar el relato respetando las ideas morales y filosóficas de Arlt, Torre no alcanza a encontrar el tono justo ni a traducir la intensidad que podría tener cada una de las exóticas situaciones por las que atraviesa el joven Astier. Y mucho menos, a mostrar las contradicciones del protagonista, un ser de 16 años, soñador y querible, pero que a la vez es tan despiadado como para atacar a un viejo ciruja que duerme en la calle o delatar a sus socios.
En medio de este cruce de búsquedas y estilos, Torre termina explicando su película a través de los excelsos parlamentos concebidos por la portentosa pluma de Arlt. Pero en cine no se trata de explicar sino de mostrar. Aquí, lamentablemente, las imágenes no hablan por sí solas. Ni siquiera llegan a emocionar. Lo que se dice, una película poco rabiosa.