Bella fábula con dragones

¡Pequeño dragón, a volar! / Autores: Mario Luis Marino y Mariel Lewitan, sobre un cuento de Graciela Pérez Aguilar / Dirección: Mario Luis Marino / Música: Sebastián Díaz / Intérpretes: Sandra Antman y Mariel Lewitan / Diseño de títeres: Alfredo Aguirre / Diseño de objetos: Gabriela Civale / Salas: Biblioteca La Nube, Jorge Newbery 3537, y Pan y Arte, Boedo 876 / Funciones: hoy y el sábado 20, a las 17 (La Nube); domingos, a las 17 (Pan y Arte) / Nuestra opinión: muy buena
Salir de la comodidad del nido no es fácil. El mundo exterior es tentador. Está lleno de oportunidades de juego, los dragoncitos mayores se divierten volando juntos. Pero abrir las alas es exponerse a tropezones y caídas. El dragoncito protagonista recula una y otra vez. Prevalece el temor, se reiteran las excusas. Dragoncito pide hacer pis para no tener que salir, aparenta perder interés en abandonar la protección del nido.
Los pequeños del público, tan dragoncitos con potencial de vuelo como el del escenario, acompañan con advertencias y aliento, pero sobre todo riendo con la contradicción entre salir y quedarse en que se reconocen. El tempo pausado de la puesta de Mario Luis Marino les permite estas intervenciones en ¡Pequeño dragón, a volar!, una obra de la ascendente Compañía El Yeite sobre un cuento de Graciela Pérez Aguilar, dirigido a los más chicos sin hacer concesiones a la simpleza.
El corte con gong oriental que divide el relato en capítulos, en lecciones, sugiere el espacio para la meditación, la reflexión sobre el acontecer. La acción avanza en un recorrido en espiral, de creciente acercamiento al objetivo. Una mariposa que se esconde promueve finalmente el despegue, el salto a lo que no resulta ser el vacío tan temido, sino hacia la plenitud del vuelo, del encuentro con nuevos amigos.
Los consejos del sapo en su oráculo de la laguna van señalando los mojones que alineados arman un camino: buscar en el corazón la valentía que motoriza el deseo, no perder el equilibrio, reconocer la propia fuerza y darse el tiempo necesario.
En ese recorrido, las titiriteras interpretan dos actitudes con respecto al dragoncito. La de la sobreprotección que atiende a todos sus reclamos, por un lado; la de la firmeza en la guía para acompañar el crecimiento, aunque genere algún temor, por el otro. Sandra Antman, expresando con preciso sentido del ritmo un contrapunto adulto, y Mariel Lewitan, plegándose a los retrocesos infantiles, son partenaires de los títeres de mesa que ellas mismas manipulan.
El deseo, la prudencia y la capacidad reunidas por el dragoncito lo llevan al desenlace, a la adquisición de un estado superador del punto inicial. Un momento de silencio en el vuelo triunfal, antes de hacer catarsis en la algarabía festiva con que culmina la obra, habría sido coherente con la tónica general, habría sido un broche adecuado a los previos silencios de la duda, de la expectativa. Aun sin ello, al salir de la sala todos habrán volado algo más lejos, habrán ampliado horizontes.
Piedra libre
Pulgarcito en el Colón
La ópera de Hans Werner Henze (1926-2012) Pulgarcito, el pequeño que escapa de los peligros y de la pobreza junto a sus hermanos, se presenta en el ciclo El Colón en Familia. Los intérpretes son, salvo el ogro y su esposa, todos integrantes del Coro de Niños del Colón de entre 8 y 15 años. Con régie de Matías Cambiasso y dirección musical de César Bustamante. El sábado 20, a las 11 y a las 15, y el domingo 21, a las 17, en el Teatro Colón, Libertad 621. Desde $ 115, menores de 12 años desde $ 60.
Para los más chicos
Los personajes de Tatan aparecen y desaparecen debajo de una tela para descubrir el mundo y su propio cuerpo, en medio de una ronda de espectadores. Una propuesta de la Cia. Coco Liso para los más pequeños. Los domingos, a las 15, en El Método Kairos, El Salvador 4530. $ 150.
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