
Bombas, carnavales y políticos
Algunas anécdotas sobre el lado oscuro del Primer Coliseo que contribuyen a un cuadro más completo
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Recordar al Teatro Colón es evocar cumbres de la lírica, glamorosas veladas de gala de tiempos ya idos, el despliegue vocal de los grandes tenores y hasta el diseño de alta costura lucido por las damas en las plateas preferenciales. En síntesis, un cóctel cambiante de belleza, talento, color y suntuosidad. Claro que remembrar el pasado del teatro nos permite también evocar otras jornadas no tan brillantes ni pulcras, pero sí bastante más divertidas, apasionantes, conflictivas y hasta dramáticas.
Empezando por la noche del 26 de junio de 1910 cuando, enmarcada en los brillantes fastos del Centenario, se llevaba a cabo la función de Manon , de Massenet. Al levantarse el telón para el segundo acto, pasadas las 22, una fuerte explosión sacudió el teatro. Los gritos de dolor de los heridos, el desmayo de las damas, algunos espectadores desorientados que se movían dando tumbos y el tumulto de la gente que quería abandonar el lugar apresuradamente terminaron causando un caos de por sí bastante operístico. Tres ambulancias de la Asistencia Pública llegaron al lugar para retirar a los heridos, muchos de ellos alcanzados por los perdigones o "balines" que contenía en su interior la bomba, prolijamente ensamblada por los anarquistas, que desde meses atrás se habían manifestado deseosos de arruinar los festejos del Centenario.
Carnaval y hielos
En febrero de ese mismo año ya el Colón había conocido otro alboroto (mucho más inofensivo, por supuesto) al celebrarse por primera vez en su interior bailes de carnaval, que incluyeron concursos de disfraces, danzas infantiles, desfiles de comparsas y bailes para adultos a la noche. Las celebraciones no fueron un éxito comercial para los organizadores y no se volvieron a repetir hasta 1934. Desde ese año y hasta 1937, el carnaval volvió con entusiasmo al teatro, generando incluso una polémica en 1937, cuando se culpó a la colocación de barras de hielo para refrigerar la sala y atemperar las altas temperaturas de la temporada, de haber deteriorado las pinturas del plafond del teatro.
Otros rostros se crisparían, pero en 1931, cuando el tango tomó posesión del Colón. Se realizó entonces un concurso de intérpretes de este género, amateurs y profesionales. Entre los últimos se destacaron Libertad Lamarque (elegida en la ocasión Reina del Tango) y Mercedes Simone, acompañadas por la orquesta de Canaro.
Con la llegada del peronismo al poder, el Colón no podía quedar inmune a su influencia. Se sucedieron las sesiones a precios populares (e incluso gratuitas) y las matronas de la sociedad porteña tuvieron la adicional molestia de acostumbrarse a convivir con las esposas de los sindicalistas (en muchos casos, mucho más enjoyadas que las primeras). El tema dio pasto para las fieras y multiplicó las comidillas que no amortiguaron las alfombras ni los cortinados del teatro.
El 29 de abril de 1949, el propio Juan Domingo Perón acompañado de Eva Perón y todo su gabinete, desarrolló una larga perorata (de más de hora y media de duración) sobre la política alimentaria argentina. Como si hubiese interpretado con brío especial un Do de pecho, fue interrumpido varias veces por los aplausos enfervorizados de sus seguidores, más expresivos en su entusiasmo que los habituales concurrentes a la sala. Claro que unos días después, en la zona de los cines de la calle Lavalle, se lanzaron panfletos para reprobar duramente la presencia de "descamisados" y "gente ordinaria" en el Colón.
En septiembre de 1955, con la llegada de la Revolución Libertadora, los "descamisados" pasaron de moda (tanto dentro del Colón como fuera de él) y las nuevas autoridades se empeñaron en "devolver" la jerarquía al teatro. Se nombró entonces en la dirección musical del mismo al prestigioso crítico Jorge D Urbano, que intentó imponer una prueba de eficiencia a los integrantes de las Orquestas Sinfónica y Estable del teatro. Los gremios pusieron el grito en el cielo, el tema terminó en una enconada disputa y, como consecuencia, la temporada 1957 hizo agua en medio del escándalo, debiendo D Urbano alejarse de su cargo al no renovársele el contrato.
Tango y folklore
En agosto de 1972, nuevamente las polémicas rodearon la temporada del Colón, esta vez por motivos estrictamente artísticos. Ese mes, Sadaic había organizado dos conciertos de música popular en la sala, el primero dedicado al tango y el segundo al folklore. Los puristas del género lírico levantaron un muro de quejas, poniendo en duda si el Colón era el ámbito apropiado para la música popular, aún la más digna (las cartas de lectores a LA NACION publicadas por entonces acerca de este tema fueron realmente una joya de ingenio y un festival en sí mismas).
Con escándalo o sin él, los conciertos se hicieron. En el primero, dedicado al tango (y presentado por Antonio Carrizo) actuaron Horacio Salgán, Roberto Goyeneche, el Sexteto Tango, Astor Piazzolla y su Conjunto 9 (que estrenó en la sala su curiosa "Oda para un hippie"), Edmundo Rivero y un cierre a toda orquesta con Aníbal Troilo.
El segundo concierto, dedicado al folklore, contó con la actuación de Los Chalchaleros, Eduardo Falú y Jaime Torres. La tensión se hizo presente en la misma sala cuando Mercedes Sosa (que fue calurosamente ovacionada) mirando fijo al presidente Alejandro Agustín Lanusse (que no se había perdido ninguno de estos conciertos) le cantó: "Si se calla el cantor", en lo que muchos interpretaron una velada alusión a los contundentes deslices canoros del flamante yerno presidencial, el también folklorista Roberto Rimoldi Fraga.
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