
Buenos vecinos verdes
En primavera o no, postales del fervor local por los árboles
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"¿Necesito avisar al público y al clero que ha florecido el lapacho de Ezcurra?", se preguntaba días atrás Félix Luna, desde la sección Cartas de lectores. A lo que el lector Roque Salas le contestó por la misma vía: "Al señor Félix Luna lo felicito por avisar que floreció el lapacho de Martín Ezcurra (en Figueroa Alcorta y Castillo), el cual ya he fotografiado anteayer en sus primeros brotes y continuaré haciéndolo hasta su magnífico esplendor".
Veneración o simple afición por las arboledas, a cada paso por nuestro patrimonio arquitectónico, urbano y rural, puede afirmarse -sin exagerar demasiado- que el argentino, al igual que el legendario Tarzán, ha incorporado un árbol a su vivienda o los tiene bastante cerca.
Prueba de eso es la presencia curiosa -casi de Ripley- del palo borracho de casi 15 metros de alto que bordea e integra el edificio de ladrillos de Figueroa Alcorta 3191 (y Sívori), una atracción para el turismo, según cuenta enfáticamente el encargado del lugar: "Muchos extranjeros vienen a sacarse fotos con el árbol".
Y unas cincuenta cuadras rumbo al Norte, dentro de una galería comercial en O´Higgins y Juramento, se impone, casi en la entrada de una ferretería, un pino que supera la altura de seis pisos. El residente más verde y corpulento de la manzana.
La ruta del árbol-en-medio-de-la-casa podría seguir en la construcción de Guatemala 6045, donde la estructura ha rodeado a un pino, un ciprés y un paraíso, dejándolos vivir tranquilos. "Trabajamos para que permanecieran dignos y erguidos entre la pileta y el jardín", expresa el arquitecto Fernando Gagliardi, responsable del proyecto.
Mientras, en la terraza de un edificio sobre Scalabrini Ortiz al 2900 se agita un pino que -por su altura de más de cuatro metros- puede observarse desde la calle French, como si se tratase de un saludable vigía.
En un patio de Charcas 3761 reinan un pino y un palo borracho que superan los cuatro pisos. También es merecedor de cierta fama el gomero que vive desde hace décadas en el patio vecino de la galería de arte de Sara García Uriburu, en Uruguay entre Arenales y Juncal.
A unas cuadras, magnolias y gomeros añosos han sido preservados de la furia del tiempo y de las máquinas en la playa de estacionamiento de Suipacha al 1000.
En Viamonte 2020, dos gomeros brindan su porción de verde al patio del centro de estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas, junto a la entrada del aula 13.
Y sobre la avenida Márquez, cercana a las instalaciones del Jockey Club, una concesionaria de automóviles integra un erguido ciprés.
Gran atracción para los que consideran la ecología como un buen complemento de la buena vida, algunos locales gastronómicos de diferentes culturas cobijan ejemplares arbóreos. Es el caso de La Tahona, restaurante de San Isidro donde los postres y fiambres rodean el tronco de un árbol.
Entre la invisible frontera de Olivos y Vicente López, un restaurante de comida china corona su decoración oriental con la figura de su propio árbol interior, con aspecto de bonsái liberado hace tiempo.
En la ruta del árbol
En Belgrano 1144, en tanto, el club Laurak Bat conserva un frondoso roble que, según los memoriosos del lugar, desciende directamente del famoso árbol de Guernica. El que sí tiene descendencia garantizada del árbol símbolo de la libertad del pueblo vizcaíno es el que espera sobre Leandro N. Alem, frente a la Casa Rosada, en la plazoleta 11 de junio de 1580.
A lo largo de la historia argentina, algunos próceres no sólo se mostraron preocupados por el destino del país, sino también por el mundo verde, estimulando su producción: Domingo F. Sarmiento introdujo el eucalipto en la Argentina; José de San Martín también poseía dotes de agricultor y una apasionada tendencia a la forestación y al cultivo de la vid en Los Barriales, Mendoza.
En tanto, abundan los ejemplares que evocan hechos históricos: San Martín creció a la sombra de las palmas de Yapeyú, y en Alvear y Posadas espera la palmera del presidente Nicolás Avellaneda.
Y las ruinas jesuíticas se mantienen en buen estado debido a las maderas de lapacho sobre las que descansa su estructura.
Bajo la sombra sagrada del canelo de la Patagonia (boighe para los araucanos y uskuta para los yaganes) no era posible la traición ni la mentira. El pacto de amistad entre el cacique Peucanta y el misionero Mascardi –tan vinculado a las exploraciones del sur argentino– fue concertado ahí abajo.
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