Cachetada a Hollywood

Lo primero que genera "El proyecto Blair Witch" son interrogantes: ¿está artísticamente a la altura del fenómeno de masas y del debate mediático que desató en todo el mundo? ¿Es una obra realmente innovadora o el resultado de una ingeniosa campaña de marketing que utilizó por primera vez la Internet como base principal? ¿Significa una cachetada al sistema de Hollywood, que se sustenta en las grandes estrellas y los costosos efectos especiales, y al que pueden suceder futuros golpes todavía más fuertes?

Rodado en video Hi-8 y en 16 milímetros, con un presupuesto inicial de apenas 35.000 dólares, "El proyecto Blair Witch" terminará recaudando -cuando finalice su carrera comercial- ¡10.000 veces! esa cifra. Todo es tan vertiginoso que ya hay una precuela y una secuela en camino.

Pero lejos de los billetes, de las polémicas y los análisis sesudos, aparece una película pequeña y efectiva, concebida con escasísimos recursos (no sólo económicos sino también dramáticos) y que hasta propone algunas reflexiones bastante interesantes respecto de cómo funciona la sugestión colectiva y sobre la manipulación de la imagen.

Sin embargo, a no engañarse: este falso documental no va (ni tampoco pretende ir) más allá del entretenimiento contundente que apuesta por las emociones más básicas y elementales sin apelar -afortunadamente- a los consabidos golpes de efecto. No se trata de una obra que vaya a cambiar el curso del cine moderno, pero sí es un llamado de atención para los grandes estudios que derrochan fortunas en guiones inconsistentes y una excelente carta de presentación para estos noveles y súbitamente millonarios directores.

Ligado a géneros tan clásicos y populares como el suspenso y el terror, "El proyecto..." toma como punto de partida el abundante material filmado en 1994 por tres estudiantes de cine veinteañeros que desaparecieron mientras se encontraban en un bosque realizando un documental sobre la bruja Blair, eje de una centenaria leyenda en un perdido pueblo de Maryland.

El sabor de lo casero

A partir de esas desprolijas tomas en blanco y negro y en color (más propias de un video hogareño que de un trabajo profesional) que, según se informa al comienzo, fueron halladas un año después de la desaparición de los documentalistas, es que los directores Sanchez y Myrick dieron forma a la película definitiva.

El film arranca como un inocente juego casero: los dos muchachos y la joven -típicos veinteañeros de clase media sin demasiadas luces ni vuelo- se preparan para la expedición, compran comida, cargan las cosas y parten hacia el pueblo de Burkittsville, también conocido como Blair.

Allí, luego de interiorizarse sobre la leyenda del lugar (se muestran varios logrados testimonios a cámara), se internan en el bosque del que nunca saldrán con vida.

Más allá de algunos errores de guión bastante groseros (los protagonistas, por ejemplo, pierden el mapa de la zona, pero ninguno se da cuenta de que minutos antes lo habían filmado minuciosamente con su cámara de video, imágenes que podrían haber rebobinado y revisto), la puesta en escena es igualmente encomiable.

Los directores esconden más de lo que muestran, sugieren más de lo que esclarecen, construyen en el fuera de campo y especialmente a través de una excelente utilización del sonido ambiente un clima cada vez más opresivo y desgarrador.

Los tres protagonistas, a pesar de (¿o gracias a?) las degradantes condiciones físicas, psíquicas y morales -rayanas con el sadismo- a las que fueron sometidos por los mismos directores, resultan más que convincentes en trabajos que combinan la improvisación, la actuación planificada y las reacciones instintivas de aquellos que realmente experimentan situaciones límite.

En los rostros demudados de ellos tres y en la génesis misma del proyecto se esconde quizá la explicación más convincente para un fenómeno que excede claramente los límites cinematográficos para adentrarse en terrenos más insondables que tienen que ver con las tendencias y los comportamientos en el orden social.